Propuesta
El Kiriko, el triunfo de los campamentos de toda la vida
Lucrecia García dirige, desde hace 21 años, esta granja escuela ubicada en Pontevedra, donde lo tradicional se mantiene como todo un reclamo
Volver a lo sencillo, a lo natural, a los campamentos de verano de siempre, a los sonidos de los grillos y a las noches estrelladas. Sin móviles ni tecnología, sin actividades innovadoras y sin necesidad de estar constantemente a la vanguardia. Esto es lo que ofrece El Kiriko, una granja escuela ubicada en Fornelos de Montes (Pontevedra) que lleva más de dos décadas apostando por lo que se ha apostado siempre en este tipo de entornos, especialmente dedicados a los más pequeños: diversión, contacto con el campo, con los animales y con el resto de niños.
En un mundo donde últimamente siempre se quiere más, quedarse con «lo comúnmente conocido» puede considerarse casi revolucionario. Y en vistas de las cifras de visitantes son muchas las familias que apuestan por esta revolución. Solo en lo que va de verano, más de 2.000 niños han pasado por las 11 hectáreas que componen las instalaciones que dirige Lucrecia María García Fernández, veterinaria y empresaria. En El Kiriko se organizan visitas escolares, campamentos de verano, programas para empresas y jornadas de ocio en familia. «Ofrecemos pasar unos días en plena naturaleza, hacer amigos nuevos, aprender cosas del mundo rural, de agricultura, del cuidado de los animales… Lejos de la rutina, de horarios escolares... Y de móviles. Los chavales no se acuerdan de ellos. Eso me encanta», explica para LA RAZÓN la directora de este proyecto, que mantiene la ilusión intacta 21 años después.
A Lucrecia le apasiona ver a los más pequeños disfrutar «de las cosas más simples», y se define como una «trabajadora incansable que ha podido aunar en su profesión todo lo que ama: naturaleza, niños y animales». El Kiriko existe gracias a la ilusión que tenía por crear «un lugar lleno de vida en medio del entorno gallego, donde la educación ambiental se puede desarrollar en todas sus facetas». Pero el objetivo no era solo poder ofrecer a la comunidad educativa un espacio para sus alumnos, sino también formalizar un proyecto laboral que le permitiera estar cerca de los suyos. «Antes tenía un trabajo que me obligaba a pasar mucho tiempo fuera de casa, alejada de la familia», recuerda Lucrecia. La idea era «buscar cercanía», y el reto pasaba por encontrar una finca «lo suficientemente cerca de los núcleos de población para atraerles; y lo suficientemente lejos de ellos para poder zambullirse en una naturaleza auténtica». No fue tarea fácil, pero se logró. Apareció la posibilidad de conseguir un terreno amplio «en un entorno maravilloso, desde el que se podía acceder a pie al embalse de Eiras», y Lucrecia supo que era eso justamente lo que estaba buscando.
Han pasado ya muchos años de ese momento, y a la pregunta de qué balance hace hasta la fecha, la dirigente de El Kiriko afirma sonriente que daría una puntuación de «once sobre diez». Reconoce, sin embargo, que ha habido momentos malos, y también malísimos. Tras la pandemia, por ejemplo, las instalaciones estuvieron inactivas casi dos años, con todo lo que eso supone para un negocio de esta envergadura. Se adaptaron lo antes posible a los nuevos tiempos y, tras mucho trabajo, se puede afirmar que remontaron.
Ahora que esa época queda ya un poco más lejana, Lucrecia explica que están viviendo años muy buenos y de gran actividad. «Creo que después de la pandemia todos nos volvimos un poco más sensibles y valoramos más nuestro planeta, la relación con el medio ambiente, con las actividades al aire libre y con nuestro propio yo. Desde El Kiriko aportamos nuestro granito de arena para que la gente pueda disfrutar del ocio en entornos rurales, algo sano y educativo para todos, lo que a mí personalmente me genera una gran satisfacción», asegura García.
La granja cuenta con un parque infantil de 800 metros cuadrados, zona multiaventura con rocódromo y tirolina, campo de tiro con arco, zona de tipis indios, escenario al aire libre, pantalla gigante de cine y piscina vallada.
En el exterior disponen también de aulas adecuadas para el desarrollo de múltiples actividades, como la huerta y el invernadero, la zona de animales, establos y aviarios, el compostero, el aula de naturaleza y un sendero habilitado en el bosque. En un edificio de 1.850 metros cuadrados se disponen cuatro grandes dormitorios y dos más pequeños, que cuentan con literas, aseos, duchas, salón comedor, servicios de biblioteca y enfermería. Por el día, en todo el centro se respira vida, y por la noche, el sonido de las lechuzas, los grillos y las ranas son la compañía perfecta para disfrutar de «un mar de estrellas», afirma Lucrecia, que asegura que «quien lo vive una vez, quiere repetir».
Y eso es justamente lo que les pasó a los dos hijos de Rocío, de 9 y 13 años de edad. Conocieron El Kiriko gracias a una actividad escolar, y quedaron tan encantados con la experiencia que eligieron las instalaciones para celebrar sus comuniones primero y para pasar los veranos después. Su madre cuenta con asombro que, siendo niños que no estaban muy acostumbrados a salir de casa, la primera vez que llegaron de El Kiriko «vinieron encantados» porque allí pudieron vivir experiencias que hasta ese momento no habían experimentado. Alimentar y cuidar a los animales fue una de ellas: «Hay muchos niños que vienen de núcleos urbanos y que no tienen la oportunidad de ver o hacer algo así. Solo conocen lo que sale en la televisión o el móvil», recuerda Rocío, que incide en que al margen de esta actividad, «hay otras muchas igual de divertidas y enriquecedoras», lo que aporta tranquilidad a quienes conocen de antemano lo difícil que se pueden poner las cosas cuando aparece entre los más pequeños el «temido aburrimiento».
Según esta madre, la combinación de actividades de aventuras con otras propias de una granja escuela supone todo un acierto. «Hacen kayak, excursiones caminando, montan a caballo… Y también pueden ver de primera mano a gente con mucha experiencia y sensibilidad tratando y cuidando a los animales. Para mí, es un plus. Estoy encantada, ¡exactamente igual que mis hijos! Creo que aprenden muchas cosas y a la vez disfrutan. Es una experiencia completa», asegura.
Otro de los puntos fuertes que los visitantes de esta granja escuela valoran enormemente es, tal y como reconoce Rocío, la sabiduría que otorga la experiencia: «Yo he llevado a los niños a otros campamentos… Y te puedo decir que aquí se nota que conocen el sector, que saben lo que hacen, lo que ofrecen y cómo lo ofrecen. Trabaja gente muy experimentada, que fomenta mucho que se desarrollen relaciones interpersonales entre los chavales… No hacen nada de hincapié en lo que tenga que ver con la tecnología o los móviles. Para mí es tranquilizador saber que cuando tengan unas horas libres no van a estar mirando TikTok, sino hablando con el de al lado. Como se ha hecho siempre en los campamentos de toda la vida, ¿no? Eso es lo que buscaba para mis hijos como madre».
Y al hablar de esta comparación con lo conocido, con lo de siempre, es cuando irremediablemente surge el concepto «estar como en casa». Un término que usan muchas de las personas que, como Rocío, han pasado por las instalaciones ubicadas en Fornelos de Montes que dirige Lucrecia.
Antes de que El Kiriko fuera una realidad su directora ya sabía de
lo que no se quería alejar: de los espacios que transitó en su infancia. «Ahora, en la época de cambios que vivimos, de Inteligencia Artificial, de una total digitalización… Todo parece ser fugaz», lamenta, antes de añadir que por eso «espacios como el nuestro son imprescindibles para no perder el norte». La generación de esta mujer, como tantísimas otras, no creció en un entorno digital. Y eso, lejos de lo que pueda parecer ahora, también conlleva un sinfín de cosas buenas. «Hemos vivido otra infancia y creo necesario que las generaciones siguientes sepan convivir con ambos mundos, con el de antes y con el de ahora. Hay que enriquecerse de los dos», defiende antes de preguntarse «qué sería de nosotros si perdemos ese arraigo con nuestro entorno más natural».
En esta granja escuela no se permiten los teléfonos móviles. Y lo mejor de este dato es el poco revuelo que genera. Los padres pueden hablar todos los días con sus hijos, y a los niños se les obliga a interactuar con palabras y cara a cara. En vistas de los comentarios, todos salen ganando y están contentos. Rocío puntualiza, además, que cuando alguien lleva dos décadas regentando un campamento aplica las normas que considera que se tienen que aplicar. «Tienen experiencia, más que nadie. Si lo ponen por algo será. A mí me da más confianza. Parece que fomentar la interacción entre niños es una tontería... Pero últimamente no lo es», concluye.