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Los trópicos se mueven

La expansión de la zona tropical repercute en el clima. Los expertos apuntan que se debe al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Los trópicos se mueven
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La expansión de la zona tropical repercute en el clima. Los expertos apuntan que se debe al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

La Tierra es un sistema dinámico, cambiante, que evoluciona. Tanto que casi parece que se trata de un ser vivo: mutan las corrientes de los vientos y de las aguas, se desplazan los continentes, crecen y decrecen las cordilleras... A gran escala, los polos magnéticos modifican su posición de forma sutil, y al mismo tiempo el eje de rotación cabecea produciendo perturbaciones periódicas en la definición de la estrella polar.

Ahora, un equipo de científicos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona dirigido por la científica española Raquel Alfaro ha podido medir por primera vez el movimiento norte-sur que han sufrido los trópicos durante los últimos 800 años. Sí, la franja de Tierra que por motivos geográficos y climatológicos llamamos Trópico también está en movimiento.

Este movimiento de la frontera tropical afecta sobre todo a territorios del hemisferio norte y en él se incluyen grandes extensiones de los desiertos de Sonora y de Mohave en América y también del Sáhara, en África. Estos desiertos se encuentran justo encima del cinturón tropical, que también incluye las áreas que conocemos como subtrópicos. En teoría, los subtrópicos son zonas que están justo al norte del trópico de Cáncer y al sur del trópico de Capricornio y que, aunque están fuera del cinturón tropical, comparten algunas características climatológicas con él. Parte de España estaría inserta en esa banda imaginaria.

Se sabe desde hace tiempo que los trópicos no son una línea fija. De hecho, está constatado que el trópico de Cáncer se desplaza hacia el sur a razón de 0,46 segundos cada año. Sin embargo, hasta ahora no se tenían datos de la evolución de estas fronteras geográficas invisibles antes del año 1930, que fue cuando comenzaron a utilizarse sistemas de registro científicamente modernos.

Si miramos un mapa de corrientes veremos que la zona tropical –el área delimitada por los dos trópicos– ocupa una ancha banda entre los 30 grados latitud norte y 30 grados latitud sur. Pero parece que no siempre ha sido así. Según el estudio que se ha presentado ahora, la frontera norte tropical se desplazó en un margen de cuatro grados al norte y al sur del paralelo 30 desde el año 1203 y hasta el año 2003.

Durante esos 800 años se experimentaron sucesivos cambios en la amplitud del trópico que tuvieron evidentes efectos sobre el clima de la zona. Y es que, como recuerda la propia Raquel Alfaro, «el movimiento del límite tropical está asociado a cambios en el régimen de lluvias». Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió?

Los registros que se han analizado ahora demuestran que desde 1568 hasta 1634 el trópico se desplazó hacia el norte del paralelo 30. Ese desplazamiento coincide con algunos acontecimientos climáticos muy bien documentados y que pudieron influir en acontecimientos históricos: se registraron sucesivas sequías graves coincidentes con cambios sociales como el colapso del imperio Otomano, el fin de la dinastía Ming en China o la hambruna en el asentamiento británico de Jamestown en América del Norte. Los datos parecen avalar la idea de que muchos de estos acontecimientos fueron espoleados por los cambios climáticos.

La respuesta, en los árboles

¿Cómo puede saberse entonces si el borde del trópico se ha movido? Para averiguarlo, los investigadores se valieron de los registros de los anillos de árboles ubicados en cinco localizaciones distintas del hemisferio norte: Arkansas, el oeste de Estados Unidos, la meseta tibetana, Turquía y Pakistán. Gracias a esta labor de dendrocronología se puede conocer el dato aproximado de precipitación anual entre 1203 y 2003.

Los autores del trabajo analizaron primero los anillos de los árboles desde 1930. En esa fecha fue cuando comenzaron a realizarse registros meteorológicos sistemáticos y fiables. De ese modo, se puede cotejar lo que dicen los árboles con lo registrado por los observadores. Una vez evaluado el grado de fiabilidad del análisis dendrocronológico se puede utilizar el estudio de los árboles en etapas anteriores de las que no contamos con registros. Al ampliar la serie histórica a un periodo suficientemente largo, es posible cruzar esos datos con otros episodios, como por ejemplo con las erupciones volcánicas.

También es conocido el efecto que tienen las erupciones sobre el clima: la emisión de aerosoles y partículas desde un volcán puede hacer que se filtre una cantidad mayor de radiación solar y se enfríe el planeta. Por ejemplo, «El año sin verano», como se llamó en Europa a 1816 debido a las temperaturas inusualmente bajas que se experimentaron entonces, coincidió con la erupción del volcán indonesio de Tambora.

Ahora, según el trabajo que se publicó ayer en la revista científica «Nature Geoscience», los expertos han detectado también una importante contracción del cinturón tropical tras aquella erupción.

Por otro lado, los científicos a cargo de la investigación han detectado variaciones del trópico hacia el norte desde la década de los 70 del siglo pasado. Es decir, que es posible que nos hallemos en un momento de variación climática contraria a la antes citada: estamos viviendo una expansión del Trópico.

Hablando en términos globales, se trata de la primera reconstrucción de la evolución de los trópicos que alcanza claramente eras preindustriales. Ahora, el siguiente reto es poder dar una explicación a los cambios detectados.

Es un hecho evidente que pueden producirse variabilidades internas en el sistema climático que justifiquen el movimiento de los trópicos. Pero algunos autores aseguran que los cambios sufridos desde 1970 se deben al aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.

La teoría no es fácil de confirmar, aunque es importante tratar de determinar el origen de estos fenómenos, sobre todo si tenemos en cuenta que los cambios en el registro de lluvias y en el de las temperaturas que se derivan de ellos pueden repercutir seriamente en la estabilidad de las sociedades del futuro.