Religión

Meditar en cristiano: el silencio conquista a los alejados de la fe

El sacerdote y escritor Pablo D’Ors celebra diez años de Amigos del Desierto, su escuela de búsqueda interior

Pablo D’Ors en su casa antes de la entrevista/Gonzalo Pérez
Pablo D’Ors en su casa antes de la entrevista/Gonzalo Pérezlarazon

Se aparta del mundanal ruido, móvil incluido, hasta siete veces al día. Oasis de tiempo para respirar verdad. Para escuchar. Para orar. Para no dejarse llevar por los trompicones vitales. Un monacato de lo cotidiano, que no un «amish» raruno. Alternativa a la bulimia del producir y consumir, al yoísmo de Instagram. Escaparse unos minutos para dar sentido y volver. Y no le va mal del todo. Más bien lo contrario. El sacerdote y escritor Pablo D’Ors cumple diez años desde que tuvo un encuentro revelador con Franz Jalics, un jesuita húngaro considerado uno de los maestros espirituales de referencia del siglo XX. «En aquel diálogo, me dijo que en dos meses me cambiaría la vida. En ese plazo, me reuní con dos amigas para hacer un fin de semana de retiro como respuesta a cientos de correos de personas que querían aprender a meditar». Descubrió entonces una vocación dentro de su vocación y nació Amigos del Desierto, que se constituiría oficialmente en 2014 y que hoy está inscrita como asociación privada de fieles en la archidiócesis de Madrid. Unas mil personas participan semanalmente en los llamados «Seminarios del Silencio» y cada fin de semana convocan retiros de iniciación para cerca de cuarenta personas. Tienen lista de espera.

«Jalics me lleva a la paternidad sacerdotal. Hasta los 50 años me sabía sacerdote, pero no padre. Sentía que ayudaba y acompañaba a las personas en el templo, en el hospital, en la universidad… Pero él me abre a una nueva realidad», relata Pablo, que viaja aún más atrás para recordar que «cuando tenía 40 años experimenté una situación eclesial complicada que me lleva a interesarme por la meditación, por una escucha más honda y a descubrir el hesicasmo, el silenciamiento dentro del cristianismo de donde nace todo lo demás». Así redescubre al Jesús Maestro: «Como buenos católicos hemos subrayado al Jesús Redentor, al Jesús Salvador, al Jesús Sacerdote y no tanto sus enseñanzas, que sí se subrayan en la tradición oriental».

Toda esta herencia asimilada es la que se palpa en «Los contemplativos» (Galaxia Gutenberg), la decimotercera obra del sacerdote ensayista más leído de nuestro país. Una narración que busca homenajear a «El camino de la contemplación» de Jalics desde siete categorías: el cuerpo, el vacío, la sombra, la contemplación, la identidad, el perdón y la vida cotidiana.

«Estoy convencido de que la contemplación es una revolución invisible que puede cambiar el mundo. No quiero sonar radical, pero la meditación es el camino», explica Pablo sobre una propuesta que rompe con los esquemas de un itinerario catequético al uso. «Más de la mitad de los que participan en nuestros encuentros no son practicantes, ni tan siquiera creyentes. Es una pastoral espiritual de alejados, no social. De hecho, no hablo del Evangelio a quienes se acercan a Amigos del Desierto hasta después de dos años de haber trabajado su interior».

Es entonces cuando les propone la lectura de «Biografía de la luz», su bestseller, que viene a ser algo así como «una lectura mística de la Palabra de Dios». Por eso, más allá de ser una escuela de meditación, ayuda a quien se acerca reconciliarse con la tradición cristiana. Por eso quizá no le acaba de encajar que le llamen fundador: «Esto lo ha creado el pueblo, el Maestro y Jalics. Yo solo soy el mediador».

No busquen entre los Amigos del Desierto, que rondan entre los 30 y los 60 años, a conversos de caída de caballo o iluminados proselitistas: «No tenemos muchos jóvenes, entre otras cosas, porque el planteamiento pasa por una edad media en la que estás abierto a renacer a la vida. Mi gran alegría es ver una transformación personal desde un camino espiritual que se verifica en una historia concreta». Este aterrizaje cotidiano «es algo que yo he echado de menos en otras escuelas de espiritualidad, que son más teóricas e idealistas pero que no permiten ver un cambio real y cotidiano, hacer verdad en tu biografía aquello que propones».

Por eso, entre sus compañeros de andanzas verán a gente que huye de recetas facilonas de los libros de autoayuda y de los consejos letales de «coach» todopoderosos. «Emprender el camino interior –avisa Pablo– implica enfrentarse cara a cara a las resistencias y a los miedos de cada uno, pero ahí está el guía y la comunidad para sostenerte, saber que no estás solo y encaminar. Si tienes un gimnasio, entrenador y compañeros motivados, es el punto de partida para ponerte en forma». Eso sí, admite que hoy por hoy también se puede vivir zapeando sin necesidad alguna de profundizar en nada ni en nadie. «Claro que podemos vivir sin preguntarnos y escaparnos de manera consciente o inconsciente de nuestros vacíos, de las sombras, de nuestro cuerpo… Es cierto que podemos optar no dar la cara a la realidad y vivir de manera frívola».

Esta advertencia no solo la lanza para el ciudadano de a pie, sino también para la propia Iglesia: «Si realmente no introducimos capacidad de silencio y escucha, si no somos capaces de quitarnos cada uno de en medio, de contener el afán de intervención, es decir, si no somos contemplativos, la acción no va a ser acción del Espíritu Santo».

Para este cura madrileño de 60 años, «seguimos creyéndonos que somos nosotros quienes cambiamos la Iglesia, pero quien cambia a la Iglesia es el Espíritu Santo». «Hay que dejarle un protagonismo real al Espíritu Santo, pero en la mayoría de los casos no se le deja», apostilla, con un consejo en primera persona como añadido al más puro estilo de la santa de Ávila: «En estos días, estoy adentrándome en un mantra nuevo: ‘Solo Dios, no yo’. Cuando tú lo dices de corazón, el Espíritu realmente toma el mando». En 2014, Francisco y el cardenal Gianfranco Ravasi le ficharon como consultor para el hoy Dicasterio para la Cultura y la Educación. Y a pesar del ritmo agotador para un Papa que está a punto de cumplir 87 años, le define como un contemplativo de pura cepa: «Las veces que he podido estar cerca de él he sentido esa irradiación propia de alguien cercano a Dios. Solo ante él y ante Jalics he sentido el impulso de arrodillarme, de abajarme, de sentir esa presencia de Dios. Francisco es el Papa de la escucha, es un hombre de escucha a Dios y a los demás».