Un campeón mundial en Open Arms

«Mejor nadar por salvar a alguien que por medallas»

Eduardo Blasco participa en una misión de la ONG en aguas del Mediterráneo, que ha rescatado hasta el momento a 196 personas

Eduardo Blasco durante su primera participación con Open Arms, en una operación de salvamento.
Eduardo Blasco durante su primera participación con Open Arms, en una operación de salvamento.Víctor Cabo

Las noticias del rescate de personas en el Mediterráneo que huyen de sus países debido a un conflicto o en busca de un futuro mejor son algo que ya no llama la atención porque se ha interiorizado como algo cotidiano, si acaso se han convertido en unas cifras más que engordan estadísticas. Pero detrás de esas operaciones hay cientos de historias personales que merecerían ser contadas, no solo la de los náufragos, sino también la de aquellos que, de forma anónima, deciden aparcar su vida durante unos días para ir a ayudar a quienes consideran (y son) sus iguales.

El anonimato no es, sin embargo, algo característico de Eduardo Blasco. Este joven de 29 años, nacido en San Sebastián pero criado en Fuerteventura, fue proclamado Campeón del Mundo de 50 metros remolque en septiembre de 2022, y Campeón de Europa en 2019. Deportista profesional, estudió Derecho y colabora con algunas administraciones públicas, pero se gana la vida compitiendo. Dotado de un carácter profundamente empático y comprometido, e influenciado por su experiencia en la isla canaria, a la que llegan cada año decenas de pateras, Eduardo decidió utilizar su gran habilidad para la natación para ayudar a los demás: «Mejor salvar la vida a alguien que ganar una medalla», afirma a LA RAZÓN.

Por ello, se encuentra a bordo de una embarcación de la ONG española Open Arms en aguas italianas, en una misión que comenzó el pasado día 8 y en la que el barco navega por una zona SAR (Safe and Rescue en inglés). Se trata de espacios en el mar de los que deben hacerse cargo los países que hayan firmado el convenio de la Organización Marítima Internacional (OMI) para llevar a cabo operaciones de búsqueda y rescate. La asistencia aquí es obligatoria, ya que de lo contrario se consideraría un delito de omisión de socorro.

En este tiempo, la misión 105 de Open Arms ha llevado a cabo ya tres rescates, con un balance de 196 supervivientes. El primero en el que participó Eduardo fue el de una embarcación en la que viajaban cerca de 30 personas. La ayuda tenía que ser inmediata, «porque se hacía de noche y los habríamos perdido». Ese día había luna nueva, por lo que al irse el sol «no los habríamos podido encontrar». Con todos los migrantes ya a bordo del barco, al ponerse en contacto con las autoridades italianas para comunicarlas que se dirigían a puerto les derivaron a Carrara, a cuatro días de navegación, cuando había muchos otros más próximos. «Esta práctica es algo habitual», afirma el nadador, ya que así se evita que las embarcaciones vuelvan rápidamente a la zona a hacer más rescates. «Es una locura», considera, «porque ellos no saben como están: si hay heridos, bebés, embarazadas...». Además, puede ocurrir que mientras se dirigen a puerto durante la navegación, al ser un viaje largo encuentren más pateras, algo que efectivamente les ocurrió. Se dieron de bruces con otra en la que había 132 personas a la deriva. «Hablamos con Italia, Libia... pero nadie se hacía cargo», y añade que «si dejamos de lado el aspecto moral, legalmente estábamos obligados a ir. Fuimos y les rescatamos». Pero el salvamento no acabó ahí, ya que tuvieron que auxiliar a una tercera embarcación, esta vez con 43 personas, en este caso con ciudadanos sirios, «que también huían de un conflicto, cada uno huye por una cosa». Eduardo habla con cariño de un chico de 17 años que se había lanzado al mar porque quería estudiar. «Las historias son tremendas», apunta Blasco.

Eduardo Blasco participa en una misión con la ONG Open Arms en aguas del Mediterráneo.
Eduardo Blasco participa en una misión con la ONG Open Arms en aguas del Mediterráneo.Víctor Cabo

Aunque no quiere entrar en política, afirma que él es partidario de regular la inmigración, «para proteger a los migrantes», pero sobre todo de que se proteja los derechos humanos, «porque si no esto es una jungla», remacha.

Cuando por fin llegaron a puerto, y después de cumplir con los trámites pertinentes, «enseñamos los correos, las comunicaciones que habíamos intercambiado... nos secuestraron el barco 20 días», asevera. El Gobierno italiano ha aprobado recientemente el «Decreto Meloni», que limita los rescates a uno, y por el que es objeto de críticas por parte de ONG internacionales, ya que esta política acaba castigando en último término a los migrantes, al dificultar las operaciones de salvamento en el Mediterráneo, e ignorar las penurias y abusos que padecen en los mismos países con los que Italia firma acuerdos, como Túnez o Libia.

«Cada día que para el barco muere gente», así de rotundo se expresa Eduardo al respecto. «Son personas que valen lo mismo que nosotros, si asumimos que hay gente de segunda categoría el contrato social se rompe, no tiene sentido», afirma. «Otra cosa es que luego se hable de repartir a los migrantes entre países...», pero en su cabeza no cabe que «no le des la mano a alguien para subirle». Como deportista de élite de la selección, le entristece que «el mismo país en el que recibí la medalla de campeón del mundo bloquee un barco por haber rescatado 196 personas».

Durante estos días, y pese a todo, también ha habido cosas buenas. Sobre todo, destaca la experiencia con sus compañeros de la misión 105: Álvaro, Dani, Cristina... «a los que quiero agradecer acompañarme en esta aventura», afirma Eduardo. Asegura que entre los miembros de la tripulación se ha establecido un vínculo «muy fuerte», porque son personas «muy comprometidas, es un equipo muy bueno, estoy muy orgulloso de estar con ellos», y destaca su labor «en el agua, desde un punto de vista técnico, lo hacen muy bien», asevera.

Respecto a la convivencia con los migrantes, declara que en el día a día la convivencia en el barco es buena. Las personas son muy diferentes, «pero saben idiomas, tienen carreras... cada uno tiene sus circunstancias», y que por mala suerte «han acabado en el agua».

En este sentido, considera que lo que más le impactó en su primer rescate fue ver sus caras: algunas de euforia, otros en llanto... «Yo estaba sentado y no paraba de mirarles, me preguntaba qué podría haber hecho un niño que tenía al lado y al que no le ha dado tiempo a hacer algo malo». Destaca sus sentimientos en ese momento, «entre rabia y pena, no sabría definirlo», pero también destaca lo agradecidas que se muestran esas personas al ser salvadas. «Es lo mejor y lo peor del ser humano en un instante», declara.

Ante una competición, este nadador entrena duramente entre tres o cuatro horas diarias, por lo que asegura ser fuerte mentalmente: «He visto muchas cosas en mi vida, y estoy acostumbrado al estrés», pero reconoce que «una parte de mí lo pasa mal» ante lo que está viendo. Por ello, no se permite «normalizar» la situación: «porque esto no es justo». Él sabe que en unos días volverá a su rutina, intentar alcanzar una medalla en el Campeonato de España que se celebra en noviembre, «pero los migrantes no». «Cuando después de la acción bajan las pulsaciones, te preguntas: ¿estarán bien? Es difícil de gestionar». Pese a todo, ya tiene claro que, si se presenta la oportunidad, va a volver a intentar ganar de nuevo la medalla de la solidaridad.