Teologia de la Historia
La Revolución Francesa y el Sagrado Corazón de Jesús (II)
El Sagrado Corazón de Jesús quería que el monarca que le consagrara fuera Luis XVI, dado que nació por la gracia del «Dios Niño»
Recordados someramente los fundamentos doctrinales y teológicos de la Teología de la Historia, estamos estudiando la presencia del «brazo de Dios» actuando en grandes acontecimientos que la historiografía reconoce como auténticos cambios de rasante o parteaguas, marcando un antes y un después de ellos. Uno de esos importantes sucesos fue la Revolución Francesa, y en su desarrollo pareciera que el Señor de la Historia quiso dejar su presencia visible para aquellos que quisieran ver y entender. Su huella se manifestará con las «no meras coincidencias», esas mismas que supo discernir el Papa san Juan Pablo II cuando descifró el mensaje encriptado que el Cielo enviaba al producirse su atentado terrorista coincidiendo precisamente con la fiesta de la Virgen de Fátima, el 13 de mayo de 1981; de manera que le hizo fijarse en lo anunciado en estas mariofanías y hacer una consagración de Rusia casi perfecta.
Antes de desencadenarse la Revolución Francesa, exactamente 100 años, el Sagrado Corazón de Jesús le pedía a la joven religiosa salesa visitandina Margarita María de Alacoque (hoy santa), que trasladara al Rey de Francia Luis XIV, su deseo de que éste se consagrara a Su Sagrado Corazón, prometiéndole su particular apoyo en todas las empresas que acometiera para defender a la religión y a la Iglesia de Jesucristo. Ante la dificultad que Margarita María planteó al SCJ de poder acceder al rey y, tras rogarle si no podía hacer la consagración otra persona o buscar otro instrumento más idóneo, el Señor le explicó que quería que fuera aquel monarca quien realizara la consagración por haber nacido a esta vida por una gracia del «Dios Niño». Además, el Padre eterno quería que por medio del rey, el soberano temporal más poderoso de la Tierra, los demás reyes y príncipes honraran en sus palacios al Corazón de Su Hijo «humillado y ultrajado durante su pasión en los palacios de los poderosos Herodes y Pilatos».
En cuanto a la gracia de su nacimiento a la que el SCJ hacía mención, es importante conocer lo sucedido: En 1637 el Rey Luis XIII de Francia y su esposa la Reina Ana de Austria (hermana del Rey de España Felipe IV) llevaban 23 años casados y no tenían descendencia, lo que auguraba un grave conflicto si fallecían sin sucesor. En esa delicada situación, el monarca solicitó a la Iglesia de Francia rogativas públicas pidiendo un hijo varón. Simultáneamente, un monje agustino del convento de Nuestra Señora de las Victorias de París tuvo una revelación del SCJ pidiéndole que celebrara tres novenarios de misas por esa intención, y que se lo comunicara a los reyes. Estas misas debían tener lugar en la provenzal abadía de Cotignac, templo erigido para conmemorar la aparición de san José, ocurrida allí mismo el siglo anterior.
El monje se desplazó a aquel lugar y cumplió la petición, finalizando la última misa de las 27 (3 novenarios) el 5 de diciembre de 1637. Pocas semanas después, la reina manifestó estar embarazada y, como expresión de gratitud, Luis XIII promulgó el Decreto de Saint Germain-en-Laye de 10 de febrero de 1638, por el que proclamaba a la Virgen de la Asunción como patrona de Francia. El 15 de agosto siguiente, fiesta de la Asunción, el rey quiso conmemorar ese primer patrocinio con gran solemnidad en la Catedral de Notre Dame de París, y convocó al efecto a los Estados Generales, convirtiendo ese acto en un gran acontecimiento recogido en los anales de la Historia Contemporánea de Francia.
"Luis dado por Dios"
La reina dio a luz al futuro Luis XIV el 5 de septiembre de 1638, exactamente nueve meses después de la última misa celebrada en Cotignac. El heredero de la Corona será bautizado con el nombre de «Louis Dieudonné» —«Luis dado por Dios»— para dejar constancia expresa de su milagroso nacimiento a esta vida, como el SCJ le expresó a santa Margarita María en 1689 en Paray-le-Monial.
Mientras la Revolución se desencadenaba contra Jesucristo y su Iglesia Luis XVI, ya prisionero en su palacio, con el pretexto de salir a pasear con su estricto círculo familiar, efectuó secretamente la consagración al SCJ al pie del altar mayor de Notre Dame de Paris. Una vez destronado y en prisión, el 21 de septiembre de 1792, realizó el que se encuentra en la Historia de Francia como el «Voto de Luis XVI»: «Si por gracia de la bondad infinita de Dios recobro mi libertad, prometo solemnemente […] efectuar una solemne consagración de mi persona, de mi familia y de mi reino al SCJ. Hoy no puedo más que pronunciar este compromiso en secreto, pero lo firmaré con mi sangre si es necesario, y el día más feliz de mi vida será aquel en que yo lo pueda hacer público en el templo». Era tarde, y cuatro meses después, el 21 de enero de 1793, el rey era guillotinado. Le siguió su esposa, la Reina María Antonieta y su hermana menor Madame Elizabeth —que tiene incoado su proceso de beatificación— quien acabó de convencerle de efectuar ese voto solemne y que, pudiendo huir al extranjero, quiso quedarse junto a su hermano y acompañarle corriendo su misma suerte.
Con el regicidio se inició la época del terror. Desde el año 800 con Pipino el Breve y Carlomagno, Francia había sido «la fille ainé de l’eglise», «la hija primogénita de la Iglesia», como la denominaron sucesivos pontífices desde la conversión al Cristianismo del rey de los francos Clodoveo el día de Navidad de 496. Durante mil años la providencial «Misión de Francia» había sido la protección del poder temporal de los papas en sus Estados Pontificios para garantizar el libre ejercicio de su soberanía espiritual.
Rechazo al reino del Corazón de Jesús
«Coruptio optima pessima» —«la corrupción de los mejores es la peor»— y Francia, corrompida por su satánica Revolución, la sufrirá en carne propia y expandirá su padecimiento por el mundo. En 1974 Gilles Lameire escribirá y editará el ensayo titulado «El diluvio de sangre», en el que explica «los hechos destacados de la Historia contemporánea y de la sangre vertida en las guerras por el rechazo del reino del Corazón de Jesús».
Tras el rechazo al Hijo, en el siglo XIX vendrá su Madre y Madre de la Iglesia en auxilio de Francia a través de una constelación de mariofanías. Será después de la caída de Napoleón Bonaparte en Waterloo y su muerte en el destierro de Santa Elena; suceso, por cierto, con un paralelismo extraordinario con los padecidos por los Papas Pío VI y Pío VII, a los que el emperador hizo prisioneros y desterró de Roma. Con razón, en su forzado exilio Napoleón se lamentará de que su gran error fue «querer acabar con el mayor poder espiritual del mundo por la fuerza de las armas».
La "Era de María"
Esa «Era de María», como la denominará Pío XII un siglo después, comenzó la noche del 18 de julio de 1830 en el convento de la Visitación de París, situado en la Rue du Bac, cuando la Virgen se apareció a la joven religiosa Hija de la Caridad de San Vicente Paúl, hoy santa Catalina Labouré, y le anunciará los sufrimientos que esperaban a Francia y a la Corona, y que Catalina entenderá sucedidos unos con carácter inmediato, y otros en «cuarenta años» posteriores. Así fue: Tras Waterloo, el Congreso de Viena de 1815 había restaurado a la Casa de Borbón en Francia con Luis XVIII, al que sucedió Carlos X. Ninguno de ellos había efectuado la consagración del país al SCJ. Una semana después, la revolución de julio de 1830 derrocará a Carlos X, destronando definitivamente a los Borbones, sucediéndole el liberal Luis Felipe de Orleans. Y exactamente a los «cuarenta años» y un día de la aparición de la Rue du Bac, el 19 de julio de 1870, se desencadenó la Guerra franco prusiana.
A pesar de la infidelidad de Francia, el Cielo seguirá ayudándole por medio de María, impidiendo con su aparición de enero de 1871 en Pontmain que fuera arrasada por Prusia.
Un comentario final: Dios siempre tiene un« plan B» para cumplir los inescrutables designios de su Providencia; en este caso, será que España tome el relevo de Francia, y la Casa de Borbón pasará a reinar en España en 1700. Y en nuestro país sí se realizará la consagración al SCJ. (Continuará).
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