Mundo religioso
Silencio revitalizante... y sérum reparador en el claustro
Las monjas cistercienses de la Armenteira actualizan el «ora et labora» de San Benito de la mano de la cosmética
Ni rosquillas, ni obleas. Para ganarse el pan las monjas cistercienses del monasterio pontevedrés de Santa María da Armenteira echan mano de la cosmética para actualizar el «ora et labora» de san Benito. Jabones, bálsamos, cremas faciales hidratantes y reparadoras, sérum nutritivo para pieles sensibles, aceites corporales y capilares, perfume sólido… A precios más que competitivos –de cuatro a trece euros– y calidad certificada. Libres de químicos y pesticidas. Esta remasterización de los ungüentos naturales contrasta con el imaginario colectivo que asocia a los conventos con la repostería. Lo cierto es que al entrar en la abadía que se remonta al siglo XII, lejos de oler a madalenas, se respira lavanda, aloe, romero… Incluso la mandarina. Y, sobre todo, con la camelia, la flor de la Rías Baixas como ingrediente de referencia que crece en los árboles del monasterio. «Así deberíamos ser, que se notara nuestra fe fresca y profunda como estos aromas, para contagiarla a todos», deja caer la madre Ana, priora de esta comunidad de nueve consagradas.
«Probamos distintos trabajos porque no teníamos una fuente de ingresos segura y suficientes, cositas de aquí y de allá hasta que surgió esta idea», admite la hermana Paula. De hecho, no dudaron en hacer las maletas y plantarse hace quince años en Noruega para aprender de las cistercienses de Tautra. Con la técnica importada en poco tiempo se corrió la voz de la calidad de sus jabones, su tienda online las catapultó en la pandemia y decidieron ampliar su gama de productos. «Nos vimos entre la espada y la pared de mantener una elaboración casera y dar el salto a una gran industria», comparte la consagrada. No se dejaron llevar por el cuento de la lechera y se han mantenido fieles a su obra artesanal con todas las garantías, tanto en fabricación como investigación en el uso de nuevas materias primas. De hecho, su laboratorio pertenece a la Agencia Española del Medicamento, con los consiguientes reajustes sanitarios y burocráticos para cumplir con la normativa vigente.
Vecinas del expresidente Mariano Rajoy, llegan a fin de mes, a diferencia de otros monasterios que han tenido que echar mano, por ejemplo, del banco de alimentos, por su edad avanzada y por no haber dado con una fórmula de renovación
de sus ingresos. A esto se une la austeridad inquebrantable cisterciense, lo que permite reducir gastos
en medio de una inflación de la
que tampoco se libran. «Trabajamos mucho, somos muy hormiguitas, aprovechamos todo, aquí no se tira nada y estamos muy pendientes de apagar luces, cerrar puertas, tenemos temporizadores que encienden y encienden calefacción…», enumera Paula sobre su particular «sistema de economía de ahorro».
Sobre el alcance de su trabajo, la monja gallega admite que «no somos ‘Amazon’, por lo que no podemos vender más allá de Portugal porque los envíos se encarecerían muchísimos, pero contando con toda la gente que pasa por aquí, sabemos que nuestros jabones han llegado hasta Nueva Zelanda y Hawái».
Y es que Paula es además la responsable de la hospedería, que continúa hoy como su otra vía de financiación. Una acogida que llevan grabada a fuego en su carisma y presente desde los inicios del monasterio. Rara vez quitan el cartel de completo. Tienen veinticinco plazas distribuidas en doce habitaciones, donde se alternan quienes emprenden el Camino de Santiago, pero también huéspedes de una estancia mayor «que buscan hacer una parada en su vida, sean creyentes o no, en un espacio de naturaleza, paz y silencio». No obstante, la hermana constata que, si antes de la pandemia quien se escapaba a la Armenteira iba buscando fundamentalmente soledad e introspección, ahora buscan también encuentro: «Nosotras no tenemos un silencio riguroso y en la comida quienes llegan cultivan relaciones desde el sosiego y la profundidad, un diálogo desde la verdadera escucha frente a la rapidez y superficialidad de los ritmos de nuestro mundo, por lo que sí apreciamos que nuestra casa es generadora de amistades».
«Trabajamos y vivimos de lo que trabajamos», sentencia la madre Ana, siguiendo este ‘ora et labora’ benedictino: «No es solo para mantenernos, sino que entendemos nuestro trabajo manual, no solo intelectual como una manera de vivir en presencia del Señor».
Como priora, le toca bandear el éxito contenido de la cosmética no se convierta «en una actividad absorbente que nos haga perder el norte de nuestra razón de ser». Ana es una convencida de que no es la que más manda en la casa, sino la que más sirve, esto es, ella no es la jefa de una empresa, sino «la hermana que busca el equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos, entre lo humano y lo espiritual, lo que conlleva diálogo y encuentro».
A pesar de que España vive en un invierno vocacional que se traduce en el cierre de un convento de clausura al mes de media, Ana no cree que estén en peligro de extinción: «La vida monástica sobrevivirá, lo que cambiaran son las formas y seguro que se encontrarán vías. Es cierto que ser pocas en la casa implica realizar cambios y a la vez conservar lo esencial para centrarnos en lo fundamental, que es la Palabra de Dios, el silencio, y la oración como luz espiritual y la comunidad».
Prueba de ello es la profesión solemne este verano de una nueva religiosa, María de los Ángeles, y de la presencia de Nieves, una juniora en período formativo. ¿Qué han encontrado en la Armenteira? «En ellas se ve cómo la acción de Dios se va encarnando en una experiencia concreta de nuestra vida comunitaria y sencilla que, como tal, puede resultar atractiva, aunque no sea llamativa», expone con humildad la priora: «Se trata sin duda de un proceso personal que se va enraizando, con sus luces, pero también con sus crisis, con una entrega de fe a Dios por delante en un ‘yo confío en Ti, en tu amor, con mis limitaciones’».
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