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«Sólo repetía que se quería morir y no quería ver eso»

La Razón
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Evaristo Iglesias, el hombre que ayudó a socorrer al maquinista justo después del accidente ferroviario de Santiago, Francisco José Garzón, recuerda que el operario solo repetía: «¡Me quiero morir, no quiero ver esto!». Evaristo, vecino del barrio compostelano de Angrois, estaba en su casa, a apenas veinte metros de la vía donde sucedió el accidente. Inmediatamente, se acercó a las vías, y fue quien socorrió al maquinista y lo acompañó al campo donde se encontraba el resto de los heridos. «Yo lo acompañé unos treinta o cuarenta metros», dijo en declaraciones a Efe, en las que explicó: «Él iba con la cara ensangrentada y sólo repetía que se quería morir, que no quería ver aquello, y que hubiese sido mejor que le pasara a él». Evaristo también manifestó que el maquinista reconoció «que venía con un poco de exceso de velocidad» y «que tenía que haber reducido». «La Policía vino a por mí para declarar en la comisaría», ha indicado, por lo que se encuentra a la espera de que el juez lo cite. Su recuerdo más recurrente –confiesa– es la gente, «gente muerta, gente herida, gente de todas las maneras». Su esposa, Pilar Monteiro, también se encontraba en la casa, justamente trabajando en la huerta con vistas directas al lugar del accidente del tren, al que oyó llegar. «Dije yo –agrega–, esto viene disparado, porque fue una cosa que lo ves, y fue un visto y no visto». Pilar contrasta la rapidez del convoy accidentado con los que está acostumbrada a ver pasar todos los días, en los que, detalló, hasta le da tiempo de contar los vagones.

«Yo lo vi y dije: '¡Dios mío!'. Todo cables, chispas y humo. Sonaba como un avión que iba despegar», declara a Efe. La vecina contó que inmediatamente fue por el pueblo avisando a los vecinos, que pensaban que el ruido procedía de una bomba. «Tuve que decirles que no, que el tren había descarrilado», agrega. Pilar cuenta que fueron al lugar del desastre: «Al llegar, ya vimos gente muerta, gente pidiendo auxilio». Calificó de horrorosa la situación, en la que los vecinos fueron a sus casas a por mantas y toallas para tapar a las víctimas. «Estaba toda la gente mal. Levantabas uno y se te moría. Y justo también venía [en ese tren] una prima mía, que ahora está ingresada», rememora. Pilar no sale de su sorpresa: «Fue una cosa que no te lo puedes ni creer, que pase esto en una aldea tan pequeña. Angrois bendito, pero el tren maldito».