Nuevo pontífice

Riqueza
Los llamados minerales críticos –neodimio, itrio, cerio y otros tantos que al público general le son ajenos– son la gasolina silenciosa de la revolución tecnológica. Motores eléctricos, turbinas eólicas, chips de alto rendimiento y láseres médicos dependen de estos minerales que, paradójicamente, aparecen en proporciones ínfimas bajo la corteza terrestre. Como siempre, la escasez es la clave de todo. La concentración de la oferta en unos pocos países convierten cada yacimiento nuevo en un movimiento decisivo sobre el tablero geopolítico que lo cambia todo y es capaz incluso de derrocar gobiernos.
A medida que gobiernos y empresas se lanzan a electrificar el transporte y a instalar renovables, asegurar suministros estables se ha convertido en prioridad absoluta. Desde el norte de Canadá hasta los desiertos australianos, pasando por la propia España, equipos de geólogos perforan rocas en busca de vetas que antes se consideraban poco rentables. El resultado es un mapa en rápida transformación donde cada hallazgo reordena alianzas y provoca oscilaciones de precios increíblemente notables.
En este contexto, un Estado que apenas aparece en la prensa internacional acaba de acaparar titulares: un yacimiento de gran envergadura lo coloca directamente en la liga de los gigantes. Hablamos de Kazajistán, país que muchos asocian más con estepas y oleoductos que con imanes de tierras raras. Su subsuelo, sin embargo, guarda una sorpresa llamada a alterar el equilibrio de poder en la cadena de suministro global.
La noticia llegó a través del Ministerio de Industria kazajo y recogida por ScienceAlert: en la provincia central de Karaganda se ha identificado un cuerpo mineral que alberga alrededor de un millón de toneladas de tierras raras. La cifra, sujeta aún a verificaciones, ya bastaría para situar al país en un puesto privilegiado dentro del mercado, pues apenas una decena de estados presume de reservas similares. Pero lo más llamativo es el potencial de crecimiento: cálculos preliminares elevan el techo hasta los veinte millones de toneladas si los estudios de detalle confirman la extensión del depósito.
El yacimiento, bautizado de forma simbólica como “Nuevo Kazajistán”, contiene principalmente cerio y lantano –imprescindibles en la industria química y del vidrio–, además de neodimio e itrio, claves para fabricar imanes permanentes y fosforescentes de alta eficiencia. Con esta lista de ingredientes, el hallazgo despierta el apetito de potencias que pugnan por asegurar materias primas estratégicas: la Unión Europea, que apunta a la neutralidad climática en 2050; China y Rusia, que llevan años reforzando su influencia en Asia Central; y Turquía, actor económico cada vez más activo en la región.
Bruselas, como cabeza de la Unión Europea busca diversificar proveedores, y Astaná necesita capital y tecnología para explotar un recurso que, de momento, carece de la capacidad para procesar por sí misma. El gobierno kazajo ya reconoce abiertamente esta carencia, lo que abre la puerta a acuerdos mixtos y tratados de transferencia de conocimiento. Está claro que, al estar en Asia Central, es bastante codiciado por varias superpotencias.
Si las estimaciones más optismistas se materializan, Kazajistán pasará de ser un exportador neto de hidrocarburos a convertirse en actor clave de la economía verde. La transición, sin embargo, no será automática. Habrá que financiar infraestructuras, formar personal especializado y establecer regulaciones que atraigan inversión sin ceder el control total del recurso. Todo ello mientras la competencia global por estos metales se intensifica año tras año.