Historia de la tecnología
La extraña historia de la invención del código de barras
Se creó en 1949, era redondo e inspirado en el código Morse, pero no fue hasta 1974 cuando comenzó a usarse
Una vez por año, todos los 26 de junio, la pequeña ciudad de Troy, en Ohio (Estados Unidos), se viste de gala y se hace con los titulares de gran parte del planeta gracias a la tecnología. Esto se debe a que un 26 de junio, pero de 1974, en el supermercado Marsh ( a las 8 de la mañana, para más datos) se escaneó el primer artículo marcado con el Código Universal de Producto (UPC)… vamos, que se usó por primera vez el código de barras.
La noche previa, personal de Marsh se dedicó a poner códigos de barras en cientos de artículos, mientras el organismo responsable de la lectura de los mismos, National Cash Register, instalaba sus escáneres y ordenadores. El primer “comprador” fue Clyde Dawson, jefe de investigación y desarrollo de los supermercados y la responsable de cobrar fue Sharon Buchanan. Cuenta la leyenda que Dawson metió la mano en su cesta de la compra y sacó un paquete de chicles. Más tarde explicó que esto no fue un golpe de suerte: lo eligió porque nadie estaba seguro de que se pudiera imprimir un código de barras en algo tan pequeño como un paquete de chicles.
Pero la historia de esta invención se remonta varias décadas antes, a finales de los años 1940. Todo comenzó cuando el gerente de supermercado de Filadelfia, se reunió con el decano del Instituto de Tecnología Drexel de Pensilvania para suplicarle que encontrara alguna forma de hacer que los compradores pasaran por caja de forma más rápida ya que las largas colas le hacían perder dinero y no podía poner más cajas. El decano se encogió de hombros, pero un estudiante, Bernard Silver, escuchó la conversación y se lo comentó a su amigo Norman Woodland, quien se había graduado de Drexel un año antes, en 1947. El joven inventor, por entonces tenía 26 años, se dedicó los siguientes meses a crear un sistema que pudiera implantarse en cualquier producto, que fuera de lectura sencilla, rápida y universal y que pudiera leerse con la tecnología disponible.
Fue en el verano de 1949 cuando Woodland tuvo su momento de epifanía, al inspirarse en el código Morse para su sistema, solo que en lugar de rayas y puntos utilizaría líneas de diferente grosor para representar los números y las letras. Woodland y Silver patentaron su idea ese mismo año y la patente se les concedió 3 años más tarde, en 1952. Pero el diseño original era muy distinto al actual: no era un rectángulo, sino un círculo pues los inventores pensaban que así podría leerse desde cualquier ángulo.
Si bien la invención tuvo una muy buena acogida por parte de supermercados, los fabricantes se resistían a la idea de un código universal. Tenían métodos existentes de identificación de productos, que tendrían que ser desechados o adaptados.Les preocupaba que un código impreso pudiera estropear su producto, no querían verse obligados a poner códigos… Se necesitaron cuatro años para llegar a una propuesta viable para presentar a toda la industria.
En 1973, un grupo de asociaciones comerciales de la industria de comestibles formó el Consejo del Código Uniforme de Productos y solicitó que se presentaran propuestas para la lectura universal de los productos. A la convocatoria se presentaron inicialmente siete empresas, todas con sede en los Estados Unidos. Pero en el último momento otro contendiente se acercó a la palestra, nada menos que International Business Machines, más conocida como IBM, que hizo una oferta sorpresa de la mano de George Laurer, quien había adaptado el código de barras circular de Woodland y Silver y lo hizo rectangular.
Laurer recibió las especificaciones de un código de barras que había determinado el Consejo del Código Uniforme de Productos: tenía que ser pequeño, imprimible con la tecnología existente utilizada para etiquetas estándar, tenía que ser legible desde cualquier dirección y a gran velocidad y debía tener un margen de error de menos de uno en 20.000 lecturas. Y Laurer ganó con su propuesta, que fue examinada por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.) el 30 de marzo de 1973 y al año siguiente llegó a un pequeño supermercado de Ohio… donde alguien compró unos chicles. El resto de la historia (su uso en comestibles, ropa, herramientas, pero también en muestras de sangre y hasta en las muñecas de los recién nacidos), es muy conocida.
✕
Accede a tu cuenta para comentar