Robótica

Un niño llama "mi hermano pequeño" a un robot. ¿Familias del futuro?

Un equipo de científicos analiza qué le pasa a un robot social después de su "jubilación".

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Luka, el robot que se convirtió en mascotaZhao Zhao/Universidad GuelphZhao Zhao/Universidad Guelph

La serie Black Mirror nos enfrentaba, desde diferentes ángulos, a un futuro en el que no solo convivimos con robots, también nos relacionamos con ellos de diferentes formas afectivas. Pero la pregunta es ¿cuál es el futuro de este tipo de vínculos? Un equipo de científicos de la Universidad de Guelph, liderados por Zhao Zhao, intentó responder a esta pregunta.

Todo comenzó en 2021, cuando el equipo de Zhao instaló un pequeño robot lector con forma de búho llamado Luka en los hogares de 20 familias. En aquel entonces, los niños eran preescolares y apenas estaban aprendiendo a leer. La tarea de Luka era clara: escanear las páginas de libros ilustrados físicos y leerlas en voz alta, ayudando a los niños a desarrollar habilidades de lectoescritura tempranas.

“En 2025, volvimos, sin esperar encontrar gran cosa – explica Zhao en un comunicado -. Los niños habían crecido. El nivel de lectura ya no era apropiado para su edad. Sin duda, el trabajo de Luka había terminado. En cambio, encontramos algo extraordinario".

De las 20 familias, 18 aún conservaban su robot. Muchas seguían cargándolo. Algunas lo usaban como reproductor de música. Algunas simplemente lo dejaron en un estante, junto a libros y recuerdos de bebés. Este hallazgo reveló algo más profundo sobre cómo las familias se relacionan con la tecnología: no como herramientas que van y vienen, sino como compañeros que adquieren un nuevo significado con el tiempo, sostiene el estudio, publicado en Frontiers in Robotics and AI.

“En nuestras entrevistas – añade Zhao -, padres e hijos describieron a Luka de forma conmovedora. Un niño llamó al robot "mi hermano pequeño". Otro dijo que Luka era "la única mascota que he tenido". Algunos padres admitieron que lo conservaban más para ellos mismos que para sus hijos: un recordatorio nostálgico de los cuentos para dormir y los primeros hitos”.

El propósito original del robot, leer en voz alta, se había desvanecido, pero su rol emocional se había profundizado. Las familias lo cuidaban, bromeaban sobre él y, en un caso, se lo regalaron a un primo menor en lo que parecía una ceremonia de jubilación. No se trataba solo de un uso a largo plazo, sino de un apego a largo plazo. En el campo de investigación de la Interacción Persona-Ordenador (HCI) y la Interacción Persona-Robot (HRI), a menudo los expertos se centran en métricas de participación o rendimiento en las tareas.

“Pero nuestro estudio demuestra que incluso un robot relativamente simple, uno que no se mueve ni habla libremente, puede formar parte de la vida simbólica de una familia – afirma el estudio -. Como un peluche favorito o una obra de arte infantil enmarcada, Luka pasó de la función a la memoria”.

El padre de una de las familias comentó que, aunque ya no lo usan, tampoco podían tirarlo porque formaba parte de la historia del grupo familiar. Incluso la ubicación del robot en el hogar tenía un significado. Luka se sentaba en estanterías, escritorios o mesitas de noche. Una familia le añadía un tapete debajo. Otra le puso una etiqueta con su nombre dibujada a mano. No eran dispositivos guardados. Eran objetos expuestos.

“Esto significa que deberíamos pensar en la vida de un robot no solo en meses, sino en años – confiesa Zhao -. Deberíamos imaginar las transiciones de tutor a compañero, de ayudante a recuerdo. Deberíamos considerar cómo el apego emocional perdura más allá de la novedad y cómo las relaciones de los niños con los robots evolucionan, en lugar de desaparecer, con la edad”.

De acuerdo con los autores, los participantes del estudio demostraron que los niños no siempre descartaban al robot cuando su función ya se había cumplido: algunos comenzaron a "enseñarle" o a usarlo para calmar a un hermano menor.

“A medida que más familias traen compañeros con IA a sus hogares, necesitaremos comprender mejor no solo cómo se usan, sino también cómo se recuerdan – concluye Zhao -. Porque a veces, el robot se queda”.