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Estreno

¿Es la mano que domina el mundo?

Disney+ estrena el remake del éxito de 1992 «La mano que mece la cuna», con Annabella Sciorra y Rebecca de Mornay, ahora con Mary Elizabeth Winstead y Maika Monroe

La protagonista, Polly, arrastra algún problema más que el hecho de ser mala Disney+

En 1992 desbloqueamos los miedos a que alguien extraño pero familiar se ganara nuestra confianza para luego hacer daño a nuestros seres queridos utilizando las más bajas tretas con una cara angelical que ocultaba la maldad pura. Peyton Flanders (Rebecca de Mornay) nos demostró entonces tras aquellos inmensos ojos azules que «La mano que mece la cuna», es la mano que domina el mundo. Ahora Disney+ lanza una nueva versión bajo el mismo título, protagonizada por Mary Elizabeth Winstead y Maika Monroe, y dirigida por Michelle Garza Cervera.

La directora de la cinta se ha preocupado de dejar dicho que ella solo hace originales y, aunque el punto de partida es el mismo que en la película original, la trama de la versión de 2025 pronto se aparta del camino de aquella dirigida por Curtis Hanson que tantos desvelos nos supuso. Y quizá ese planteamiento, más que el propio hecho de acercarse a un remake, haya sido el problema de base del nuevo filme. La historia sigue a Caitlin Morales (Winstead), una madre abogada que decide contratar a Polly Murphy (Monroe) como niñera para sus hijas pequeñas tras una breve entrevista personal y unas referencias bastante dudosas. Enseguida se nos presenta a una madre de una familia latina, casada con el mexicano Miguel Morales (Raúl Castillo) y dos hijos, que está claramente sobrepasada por la situación de hacerse cargo de los pequeños, la casa y su propio trabajo. Además, y como sabremos luego, ella misma ha estado a tratamiento por depresión y aún se medica para poder sobrellevar la situación. El planteamiento inicial adolece de una lentitud extrema y pasa mucho tiempo hasta que el espectador se empieza a dar cuenta de que no es oro todo lo que reluce con Polly. En este punto, la película pasa de la nada a un ataque directo al estómago de los protagonistas, lo que resulta bastante extraño.

Es entonces cuando la trama se precipita apresuradamente a una concatenación de trampas de Polly a Caitlin que casi no nos deja tiempo para disfrutar de una de las mejores partes de la historia. Lo que da auténtico terror en la historia de «La mano que mece la cuna» siempre ha sido el descrédito que acompaña los ataques de locura de la protagonista causados por los tejemanejes de la rubia peligrosa con cara de no haber roto ningún plato. También recordamos con temor aquellas insinuaciones más que subidas de tono al marido de la angustiada esposa (en la original el seducido era Michael, interpretado por Matt McCoy), que acababan con la unidad familiar y todo el núcleo odiando a la pobre señora en chándal y demacrada. Si bien es cierto que Graza ha conseguido que la tensión aumente de manera muy lenta y con detalles nimios muy acertados como la música o la iluminación, quizá es demasiado sutil y ha optado por conductas sospechosas a todos los niveles, más que una psicópata con piel de cordero. Donde De Mornay contesta con una sonrisa que te descoloca sin perder las formas, Monroe se hace más pequeña y tensa la cara. La actriz pasa bastante desapercibida y su maldad no es endémica, sino fruto de aquello que la corroe, siendo más salvaje y menos cerebral. Incluso diría que hubiera sido un acierto intercambiar los papeles, puesto que Monroe habría hecho bien de madre cuasi anoréxica que se hunde hasta el infierno, mientras que Winstead, que ofrece un registro muy conseguido de angustia materna y existencial, también podría haber bordado, con esa belleza, una mala de campeonato. De aquellas de «no te lo digo pero lo sabes».

El enfrentamiento de las dos protagonistas es inevitable, y opaca con claridad al resto del elenco y de subtramas. Sin embargo, es en el tramo final cuando por fin hay un cara a cara sin máscaras y todo intenta arreglarse por la vía del diálogo para acabar como el rosario de la aurora. Quizá el lance entre Polly y Stewart (Martin Starr), amigo de Caitlin, sea más convincente que cualquier mirada entre féminas. En cierto orden de cosas, la película podría haberse cambiado el título y a los espectadores les habría llegado el juego de espejos entre ambas películas. Pero recordemos que la de 1992 nos asustó de la maldad de la que era capaz una persona, una mujer, una madre, una amiga, una actriz. Sin embargo, la sensación después de ver la nueva es de poder pasar a la siguiente. Nada le quita mérito al trabajo de intentar rehacer una historia que funciona a nivel dramático, pero que, por intentar no parecerse, se aleja tanto que pierde la identidad de acercarnos al terror desde dentro de nuestra propia casa: nuestras debilidades jugando con nuestra mente para destruir a nuestra familia.

Un cruce de papeles que habría cambiado la cinta

►Entre las curiosidades que rodearon en 1992 el rodaje de «La mano que mece la cuna», que en la versión original se llamó «The Hand That Rocks the Cradle», un poema que hace referencia al poder maternal que puede tener influencia oscura, destaca una que podía haber cambiado la historia del cine para siempre. Hubo un retraso en el inicio del rodaje debido a la tardanza en el casting de las actrices principales. Curiosamente, Rebecca De Mornay primero audicionó para el papel de la madre Claire, y Annabella Sciorra para el de la villana Peyton, pero luego intercambiaron papeles, para fortuna del séptimo arte.