Avance
La Promesa no perdona: ¿Quién es Cristóbal y por qué desarma a todos?
Una semana de cambios en el palacio: la marcha de Rómulo deja un hueco que no todos quieren ver ocupado por el recién llegado Cristóbal
Hay semanas en las que "La Promesa" pisa el freno y se recrea en los matices, y otras —como esta— en las que no hay tregua ni para el té de las cinco. Después del parón de este lunes por la Eurocopa y tras la marcha de Rómulo, que se fue como vivió: con elegancia y cariño colectivo, el vacío emocional y jerárquico no tarda en notarse. Aunque Ricardo ya se veía heredando la chaqueta de mayordomo, la vida (y Leocadia) le tenían preparada otra lección de humildad: llega Cristóbal Ballesteros y lo hace con toda la artillería emocional cargada.
Cristóbal no tarda ni medio episodio en dejar claro que no ha venido a continuar con lo que había, sino a dar forma a una nueva versión de La Promesa. El servicio lo recibe entre la confusión y la sospecha, mientras Ricardo digiere el mazazo con una mezcla de resignación y un ápice de orgullo herido. Aunque su suerte cambia ligeramente al final de la semana, la tensión entre lo que se espera y lo que ocurre se convierte en una constante. El nuevo mayordomo apunta maneras y ya ha puesto bajo lupa a Santos y Petra como quien limpia el polvo bajo la alfombra.
En paralelo, Curro vuelve a plantarse como caballero sin armadura para retener a Ángela, y no se le puede negar que lo intenta con convicción. Su declaración surtió efecto: Ángela se queda, pero pone límites, los mismos que Lorenzo y su madre pretenden dinamitar con amenazas veladas. La joven se planta, en uno de esos momentos donde la ficción se vuelve espejo: a veces hace falta un paso atrás para clavar bien el pie en el suelo.
Mientras tanto, en el hangar, Enora pasa de sospechosa a ingeniera en plantilla gracias a la inteligencia de Manuel, que por fin ata cabos. Toño aplaude desde la banda, con esa mezcla de lealtad y alivio que se reserva para los días en que todo parece encajar. Pero no todo lo que brilla es sincro bien engrasado: Leocadia sigue viendo en Enora una amenaza directa y ya deja claro que su desagrado puede pasar factura.
Catalina, convertida casi en lideresa agraria, sigue su cruzada por modernizar la finca, aunque eso le cueste alianzas familiares y algún que otro encontronazo con Jacobo y Martina. La grieta entre lo que era y lo que será se ensancha en cada diálogo, y eso hace que su enfrentamiento con el barón de Valladares adquiera una dimensión más política que doméstica. Y en ese entorno crispado, cualquier decisión se convierte en una toma de posición.
Como si fuera poco, el misterio de Esmeralda añade un tono de thriller que resuena hasta en la mansión de los duques de Carril. Lope, que parecía desubicado en su misión, encuentra un inesperado canal de conexión con Federico. La libreta desaparecida —y posiblemente destruida— introduce una capa más de intriga a la serie de RTVE, mientras el espectador intenta armar un puzle que, como siempre en esta serie, se rehace a cada paso.
La Promesa nunca fue terreno fácil para los cambios, pero esta semana demuestra que no hay tradición que aguante un vendaval cuando llega con modales, nombre compuesto y chaqueta bien planchada. Cristóbal ha llegado para quedarse —o al menos para remover lo suficiente como para que nadie quiera volver a la rutina anterior.