Estreno
La muerte (y el sexo) os sienta(n) tan bien
Disney+ estrena la cruda «Dying for Sex», serie basada en la historia real de Molly Kochan, protagonizada por Michelle Williams
Uno no sabe ni por dónde empezar cuando hay que hablar de terminar con la vida. Por muchas experiencias que se tengan o se conozcan, el miedo a la muerte sigue siendo inabarcable en todas sus facetas. Es complemento inherente a vivir. Por eso resulta tan dura «Dying for Sex», la mini serie que hoy estrena Disney+, que además tiene el aliciente de que está basada en la vida real de Molly Kochan, una mujer de 42 años que recibe la noticia de que se le ha reproducido un cáncer de hace dos años, y que entra directamente en estadio IV, terminal. La serie está protagonizada por un elenco espectacular encabezado por Michelle Williams, Jenny Slate, Rob Delaney y Jay Duplass. La ficción ha sido creada por las escritoras y showrunners Elizabeth Meriwether y Kim Rosenstock, y dirigida por Shannon Murphy («Babyteeth») y Chris Teague («Solo asesinatos en el edificio»).
La verdadera Molly se encontró en 2015 con tratamientos de quimio, una mastectomía bilateral, radioterapia y una reconstrucción mamaria antes de recibir el peor de los diagnósticos. Sin embargo su reacción fue sorprendente: dejó a su marido y se embarcó en la búsqueda de realización personal a través de más de 200 experiencias sexuales que fue recopilando en un podcast titulado «Dying for Sex», que comenzó en 2018, y publicado por Wondery en 2020, un año más tarde la muerte de Molly el 8 de marzo de 2019. La serie causará la sensación de vivir la vida de Molly , sus allegados y sus parejas sexuales como si se tratara de un ciclo vital desde el nacimiento de la nueva Molly hasta su muerte inevitable. Pero nunca lo hará usando las miserias del enfermo de cáncer, aunque están. La serie sorprende desde el primer minuto y es una sensación que no desaparece, aunque asistamos a la agonía vital de una persona.
Molly (Williams) se entera de la noticia mientras intenta arreglar su matrimonio de 15 años con Steve (Duplass), que la trata como a una enferma y no la toca ni con un palo. Y lo primero que hace es romper con él, cruzar la calle, pedir un refresco genérico de dos litros de color verde fosforescente y llamar a su mejor amiga Nikki Boyer (Jenny Slate), persona real, productora ejecutiva y la compañía hasta el final de Molly: «Quiero morirme contigo», le dice. A lo largo de los capítulos la voz en off de Molly nos da pinceladas gruesas de los verdaderos deseos de la protagonista a modo de narrador deslenguado y salido, mientras nos enteramos que arrastra un trauma derivado de la violación del novio de su madre, Gail (Sissy Spacek) cuando tenía 7 años. Su vida, o lo que queda de ella, discurre entre visitas a su oncólogo, el doctor Pankowitz, Jerry, interpretado por un sobresaliente David Rasche, sus aventuras sexuales, apps mediante, pateando genitales, encerrándolos en jaulas o asistiendo a fiestas de sumisión gestionadas por su trabajadora social asignada Sonya (Esco Jouléy). Y por supuesto el gran descubrimiento de Molly y de los espectadores, su irresistible vecino (Rob Delaney).
La serie hace un ejercicio muy especial para servirse de Molly para hacernos disfrutar con la vida del resto de personajes, que incluso llega a quedarse corto a tenor de las interpretaciones magistrales de todos los actores con los que uno acaba encariñándose, y en un caso concreto es un error. Por supuesto las notas más altas son para las inseparables amigas, con Williams haciendo un ejercicio profesional que tiene todos los registros imaginables, ya me dirán, y la inconmensurable Slate que tiene su propio viaje personal, amoroso (con Noah interpretado por Kelvin Yu), y profesional. Y detrás de todo ello varias lecciones de vida sobre la sanación, el perdón, el valor de la amistad, tener el control de nuestra propia vida y sexualidad y hacernos la pregunta de qué hacemos con el tiempo que nos queda. Hay una frase de Molly que aclara su deriva: «He perdido mucho tiempo preocupándome por ser normal».
Ojo, que aunque bajo los efectos de licencias alucinógenas en la serie respecto a la historia real (hay una fiesta para celebrar un año de metástasis), no es ni mucho menos un viaje con un final feliz, aunque a veces durante el visionado uno lo olvidará. Pero se pone muy dura hacia el final, con Molly asumiendo su destino: «No quiero ser feliz». Pero Molly vivió 10 vidas mientras se terminaba la suya.