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Pamplona

La diminuta Puerta Grande se hizo inmensa para Fandiño

Salió a hombros con un entregado Padilla; se lidiaron dos soberbios toros de Fuente Ymbro

Juan José Padilla e Iván Fandiño abandonan, a hombros, el coso pamplonés larazon

Pamplona. Novena de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Fuente Ymbro y un sobrero (5º) de Gerardo Ortega, bien presentados. El 1º, manejable; el 2º, complicado, metiéndose por dentro; el 3º, bueno, noble y con calidad; el 4º, gran toro, bravo, encastado y con mucha profundidad en la embestida; el 5º, difícil; el 6º, deslucido y sin humillar. Lleno de «No hay billetes».

Juan José Padilla, de gris plomo y oro, pinchazo, estocada (oreja); estocada desprendida (oreja).

Miguel Ángel Perera, de verde hoja y oro, estocada desprendida (silencio); bajonazo, dos avisos (saludos).

Iván Fandiño, de grana y oro, buena estocada (dos orejas); bajonazo, aviso (silencio).

La ya pequeña puerta grande de Pamplona se hizo diminuta pasados pocos minutos de las ocho de la mañana. Cuando Iván Fandiño se puso a torear doce horas después, esa puerta se dilató poco a poco a golpe de valor. Valor para torear con una pureza casi de otra época, en ésta la encontramos a cuentagotas (no sobran dedos de una manos si sacamos la vara de medir). Pero no fue faena de valor, no se crean. Toreó bonito, encajado, con temple exquisito, ni una vez le tropezó la muleta, ni una vez escondió la pierna de salida, tan de moda ahora, tan al día, maldita sea. El de Fuente Ymbro fue de bandera. Sí señor. Gran toro con duración justa, nobleza, humillación y ganas de repetir en esa muleta que exigió. Soberbia faena cimentada en el toreo diestro, por donde mejor iba el «Fuenteymbro». Fundamental el mando del torero vasco y un final que marcó la diferencia entre él y el resto del pelotón: unas bernadinas volcánicas, pausadas, tomándose su tiempo entre una y otra, buscando el sitio, aguantando el tirón, escalando la posición que quiere en el toreo y situándose allá arriba. Y, después, quien quiera que venga y toree, pero eso son bernadinas y lo que vemos muchas tardes, pegar pases. Se fue tras la espada, como un cañón, la vida misma, y las dos orejas eran pura justicia. «Malicioso» se llamaba el toro. Qué ironía.

«Heroína» saltó al ruedo en quinta posición. Todavía debe estar embistiendo en algún lugar del Olimpo de los toros bravos. Qué profundidad tuvo el animal en el viaje. Se movió con bravura, entrega y casta. Era toro de lío gordo y de premio. De los que no se olvidan. Le tocó en suerte a Juan José Padilla que, se confirma, es un ídolo en esta tierra y el torero jerezano se lo trabaja. Vino ayer a Pamplona a por todas y sacó su repertorio de principio a fin. Así, vimos cómo el toro tomaba los vuelos de la muleta de Padilla hasta el final, viajaba el animal por abajo, delicioso «Fuenteymbro», pura fijeza siempre hasta que encontró la muerte y a Padilla se le pidieron los dos trofeos. Uno solo concedió el presidente. Lo mismo le hizo con el primero. Padilla no pudo hacer más. Vibraba su plaza con él menos el usía.

A Perera le tocó el garbanzo negro por partida doble. Su primero pesaba mucho por dentro e intentó sacarle partido pero no lucía el esfuerzo. El quinto fue sobrero de Gerardo Ortega, difícil y poco agradecido. El que cerró plaza y feria para Fandiño parecía tener una lesión en una mano. Se defendía poniendo la cara al torero por las nubes. Quedó ahí la cosa. Lo bonito venía después (la Puerta Grande), pero las emociones nos habían estrujado antes.

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