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Sevilla

La media al toro negro de Cuvillo

Morante templa con cadencia a la verónica la embestida del cuarto de la tarde larazon

El toro huía de Morante y se refugió en el picador que hacía puerta. Runrún de cosa grande en la Maestranza. Un ramillete de chicuelinas habían servido de enigmática, pellizcada, obertura. El de Núñez de Cuvillo que buscaba los adentros y allí, cerca de toriles, más cerca del tornasol que divide la plaza, Morante le dio la media verónica más larga y cadenciosa que probablemente él haya dado nunca en la Maestranza. El cite negro como el toro de Cuvillo. El animal entrando a la suerte mucho antes de coger los vuelos del capote. Porque la suerte ya estaba hecha con la media luna del torero.

Torearon los dedos de los pies, los muslos, el pecho - «lo más noble que tiene el hombre», decía Domingo Ortega-, los hombros, la cara, el pelo... y las palmas de las manos. Hasta el embroque llegó el toro, allí se quedó la eternidad entera y en los riñones se ató Morante la embestida como quien se ata al cuello un pañuelo de seda que no quiere que se rompa. No pregunten a qué supo el quite. Porque supo, como todos los caprichos del arte, a esos zumillos del mundo que nadie ha descrito todavía. Y no pregunten cuánto duró la media, porque sigue allí, flotando entre los que la vieron o la soñaron o se la llevaron guardada como un exvoto.

Tampoco pregunten si fue clásica o barroca. Fue el arte puro. Barroca sólo en la acepción de Gómez de la Serna: «Quizá no haya manera de realizar la creación vital de los dioses; pero si de algún modo se puede ensayar es con la barroquidad más que con la perfección ortodoxa». No vi a Rafael de Paula el día del quite al toro de Julio Robles. Aquel San Isidro pasó a la historia como el San Isidro del «quite de Robles».

Han pasado ya cosas grandes esta feria: la descerrajada Puerta del Príncipe de «El Juli», pero muchos aficionados se acordarán de esta feria como la feria de la media de Morante. Igual que es difícil no asociar aquella feria de 2009 al ramillete de naturales, dando el medio pecho, al toro «Señorito» de Juan Pedro. Decía Pepe Hierro que cuando un escritor decía menos de lo que decía, no decía nada, si decía lo que decía, escribía en prosa y si decía más de lo que decía, escribía en verso.

Yo tengo claro en qué escribió Morante la media verónica al toro negro de Cuvillo. No fue un trueno capaz de romper todos los cristales de España (Valle Inclán), sino la infinitud de una brisa, suave y arrebatada.

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