Ferias taurinas

La poderosa verdad de Fortes a pesar de la mediocridad del palco

El presidente roba un imperdonable trofeo al diestro que estuvo soberbio

La poderosa verdad de Fortes a pesar de la mediocridad del palco
La poderosa verdad de Fortes a pesar de la mediocridad del palcolarazon

Las Ventas (Madrid). Cuarta de San Isidro. Se lidiaron toros de Pedraza de Yeltes, muy serios, nobles y sosos. 1º, noble y de buena condición pero con el fuste juste; 2º, encastado y con muchos matices; 3º, irregular y desigual en el ritmo; 4º, de buena condición pero a menos; 5º, va y viene sosote; 6º, noble y bajo de raza. Más de tres cuatros de entrada.

Manuel Escribano, de tabaco y oro, pinchazo, estocada atravesada, descabello (silencio); pinchazo, estocada (silencio).

Daniel Luque, de rosa y oro, dos pinchazos, media, tres descabellos (silencio); estocada (silencio).

Jiménez Fortes, de azul celeste y oro, estocada baja (silencio); estocada (dos clamorosas vueltas al ruedo tras petición).

Las emociones arrasaron de pronto con el tedio que había contaminado la tarde plomiza, rasa y anodina. Es lo que tiene el toreo. Capaz de convertir la plaza de pronto en un volcán. Lo hizo Fortes solito. Y solito fue, porque por no tener apenas tuvo toro. Un morlaco enfrente, como toda la corrida de Pedraza de Yeltes, espectacular de peso, exagerada en la báscula, incluso de pitones, muy descarada, grandona, tremenda... Y noble también, justa de fondo y de poder. Y esa sosería no perdona. Menos en Las Ventas. Salvo en el sexto, en el que todos los misterios se resolvieron en uno. Diez minutos bastaron para olvidar lo ocurrido. Ya fue el capote seda. Ya fue Saúl la prolongación de Ramos. La hombría. El valor. El clasicismo. La sobriedad. El poder de la verdad que estrangula las emociones incluso las ahorca. Hizo todo despacio. Así ocurrió. Para deleite del público, que estaba más para irse, de viernes, que para gozarlo. Pero Fortes se detuvo para detenernos. Exprimió al toro, que iba y venía, como si la historia no fuera con él y con esa embestida a medio hacer hizo el toreo al completo. Sereno y sincero en la verticalidad, creído, convencido, asentado, reposado y valeroso. Arriesgó. Le levantó los pies del suelo. No le hirió. Tampoco le cambió el semblante. Ni un gesto. Torero. Templado y buscando rematar cada muletazo por debajo de la pala del pitón y a la cadera. Se perfiló en la suerte de matar. Y se fue detrás de la espada. Con la brújula de la emoción. De la necesidad. Y la espada fue. Y el público. Y los pañuelos blancos. Inequívocamente una oreja unánime de Madrid. Para todos menos para el presidente. Para José Magán. Mediocridad infinita de mal aficionado. Dos vueltas al ruedo el torero y una oreja simbólica que lo vale todo, por lo que hizo en el ruedo y por la trayectoria de un torero tan sumamente singular. Una historia escrita con sangre.

No había sido fácil el tercero irregular siempre, con un embestida distinta a la otra. Mantuvo Fortes la tranquilidad, la entereza, el aplomo frente al morlaco de imponente cornamenta, aunque no dejó paso a mayores glorias. Entre almohadillas se iría después. Esa mítica imagen no era la del fracaso, sino la del triunfo. La de protesta del público por haberle negado un premio ganado con el corazón.

Saúl Jiménez Fortes durante la faena de muleta

Rozó los 700 kilos el segundo. Tenía una caja descomunal para poder albergar aquello. Y ya fue inverosímil que se moviera. Tuvo matices el de Pedraza de Yeltes, que fue a la velocidad de un AVE a la muleta de Daniel Luque, cuando todavía estábamos en los albores, que le esperaba en el centro del ruedo. Le descompuso el viento, que sopló, desconsiderando que el torero tenía delante un toraco gigantesco y con dos puñales por delante. Pesaba el toro por presencia y por esencia, metiéndose un poco por dentro, pero con nobleza. Interesó lo que ocurría ahí, no pasaba en balde. La faena transitó por las irregularidades. Primero por buscar los terrenos en los que cobijarse del viento y después por intentar buscarle las vueltas al toro. Al natural llegó la mejor tanda. Y creímos en ella, pero se hizo poco para el cómputo general.

Manuel Escribano, ayer en la cuarta de San Isidro

Iba y venía el quinto, soso y sin acabar de entregarse en el engaño. Lo peor, que nada decía. Tiempo en balde.

640 kilos tuvo el cuarto. Cara a cara. Al túnel de la oscuridad fue a buscarle Manuel Escribano. Perfecta le salió la larga cambiada. Cerraba la cara de pitones para dar oxígeno, igual, a tanta amplitud de animal. Quitó bonito a la verónica Luque justo antes de que Escribano nos infartara con las banderillas. Qué barbaridad. Qué manera de jugarse la vida a centímetros del toro y las tablas. Espantosas imágenes se generan en esos terrenos. Abusa Manuel ahí. Sudamos. De más a menos fue la faena después. Y el toro. Del pase cambiado que vibró a la desidia hubo un camino muy corto. Noble y de buena condición había sido el toro que abrió plaza. Pero renunciando a la emoción. En el sexto curamos las penas.