Toros

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Templa Ureña y asusta De Justo ante el mismísimo Rey

Un variado encierro de Victorino Martín en la Corrida de la Prensa que pone el broche a la Feria de San Isidro

El diestro Emilio de Justo brindando su toro al Rey Felipe VI / Cristina Bejarano
El diestro Emilio de Justo brindando su toro al Rey Felipe VI / Cristina Bejaranolarazon

Las Ventas (Madrid). Corrida de la Prensa. Se lidiaron toros de Victorino Martín. El 1º, va y viene a media altura y sin entrega; el 2º, de mucho temple y ritmo; el 3º, humilla mucho, pero exigente embestida; el 4º, va y viene, irregular y complicado; el 5º, al paso y muy a menos; y el 6º, agresivo y ágil de cuello. Lleno de «No hay billetes».

Manuel Escribano, de pizarra y oro, estocada (silencio); estocada (silencio).

Paco Ureña, de verde hoja y oro, estocada perpendicular y caída, dos descabellos, aviso (saludos); estocada caída (silencio).

Emilio de Justo, de rioja y oro, estocada trasera, tres descabellos (silencio); estocada, aviso (saludos).

A Felipe VI se le recibió con mucho calor, como quien pretende estimular que vuelva. Sin hacer aprecio a la frialdad del monarca con la fiesta los toros. Nada que ver el Rey emérito que de siempre, como a su madre, se le vio por las plazas de toros. Cuando tocaba y cuando no. Le ocurre a día de hoy y también a la infanta Elena y a sus hijos. Vino Felipe VI para cerrar feria, 34 días ininterrumpidos en los que Las Ventas ha abierto sus puertas y en esta ocasión con lluvia, truenos y casi centellas. Locura de tiempo de este San Isidro mientras la gente se ha mantenido tarde tras tarde en el tendido. Impasible. Con un «No hay billetes» y la de Victorino decíamos adiós, que este caso es un hasta pronto, porque Madrid no cierra, solo su feria. Ureña regresaba tras una intervención de espalda y se le ovacionó. No era el camino fácil este para una vuelta. Brindó al Rey, y al público, que le había sacado a saludar. Y se deleitó después con un segundo que tuvo un temple brutal, qué ritmo, dormido en la muleta el de Victorino ralentizaba todo lo que ocurría por allí. Se sintió el torero en el toreo por ambos pitones, en la verticalidad y sin forzar la figura, esta vez todo muy natural. Pena de espada y de esa última tanda que tuvo menos rotundidad. Chocó con el viento de frente cuando iba a empezar la faena al quinto. La recompensa fue que tomó la primera tanda diestra con una transmisión y entrega tremenda. No duró tanto, le costó luego empujar, pero Ureña tenía las ideas claras, de ahí no se iba a ir, porque estaba convencido y pulseó el engaño para convencer al toro de seguir donde ya no quería ir, a pesar de que sí calidad. La emoción fue eso que, de pronto, se había esfumado.

Casta tuvo el tercero, de la que te pone la cabeza a cavilar, porque no repite dos arrancadas. Brilló la cuadrilla y Escribano en el quite. Cuando Emilio de Justo se quedó a solas con él comenzaba ahí un duelo repleto de matices, porque el animal tenía mucha casta, pesaba mucho por dentro, humillaba mucho pero no lo regalaba, le costaba viajar. Irse más allá del cuerpo y esa emoción pone en serios problemas a un torero que nunca volvió la cara, a pesar de que la faena tampoco logró alzar al vuelo suficiente para hacerse con el público. Impuso su ley en el sexto con un toro complicadísimo. Qué verdad la suya. Y qué verdad más difícil de recabar. Ese toro pesaba tres mundos. Esa mirada. Esa embestida por dentro. Avisaba. Medía, Cargaba sus miserias con la seria intención de descargarlas a mitad del viaje. No cedió terreno Emilio ni una sola vez, aunque vinieran mal dadas. Y vinieron. Pero manejó él la situación. Y el duelo era de titanes.

Escribano se fue a portagayola y se frenó de tal manera que no pudo ser. Tampoco la faena de muleta después a un toro que iba y venía sin entrega y sin que el toreo fuera en verdad posible. Y lo hizo de nuevo en el cuarto, como si no costara. Si no hace un cuerpo a tierra, no se salva. De locos. Arriesgó con los palos, una vez más, sin mirar las etiquetas de la ganadería y en unos pases cambiados con los que comenzó la faena. Un volcán aquello. Y eso esperábamos. Pero la cosa se vino abajo enseguida. El toro tenía muchos resortes, matices que se fueron diluyendo, sin encontrar caminos en los que mantenerse. Se nos fue la tarde con muchos matices y la celebrada presencia del Rey. ¡Esta Fiesta nuestra! Estos tiempos raros...