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Valencia

Tras la polémica resucitó el toreo eterno

Gran tarde de Finito, Morante y Manzanares, que corta dos orejas y sale a hombros en Valencia

Pase de pecho de Morante al segundo toro de su lote larazon

Valencia. Octava de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, el primero como sobrero, terciados de presentación. El 1º, deslucido y flojo; el 2º, noble y manejable; el 3º, bueno y de mucha calidad; el 4º, manejable, noble e irregular; el 5º va y viene sin clase; y el 6º, imposible, se lastimó una mano. Lleno en los tendidos.

Finito de Córdoba, de obispo y oro, estocada, aviso, seis descabellos (silencio); aviso, estocada (oreja). Morante de la Puebla, de verde botella y oro, buena estocada (oreja); media, aviso (saludos). José María Manzanares, de azul noche y oro, estocada (dos orejas); pinchazo, estocada (palmas).

No había empezado la corrida y la polémica de la noche anterior corría como la pólvora valenciana en esta fechas falleras. El desplante de José Tomás, el feo, la distintas manera de ver una sola historia. La Diputación de Valencia entregó sus premios de los tres últimos años y congregó a Enrique Ponce, Manzanares, Luque, Padilla y Fandiño, entre otros muchos, en el mismo plantel. Y ahí estuvieron sentados durante la gala. Lo de José Tomás fue una incursión, al estilo Rolling Stone, nadie sabía nada, ni estando allí presente. Incertidumbre hasta el final. Visto y no visto fue su paso, una estrella fugaz a años luz del resto de sus compañeros. No estuvo a la altura esa puesta en escena del acontecimiento. Las prisas se entienden, siempre, pero respetando la igualdad entre los compañeros, personas, señores, que para marcar distancias ya está el ruedo.

No sé si fue la polémica o qué, pero ayer Finito, Morante y Manzanares se entretuvieron en dar una gran tarde de toros. Sobre el papel, muchos apostarían por la brevedad. Olvídense, nos fuimos largo en el tiempo, pero también intenso y cuando nos quisimos dar cuenta estaba Morante toreando a la verónica al segundo. Verónicas de esas de cerrar los ojos, abandonarse y perderse. Encajado el mentón, grácil el capote, templado, cadencioso... Pura expresión. Pura magia. No se quedó ahí. Había más. Bordó el toreo por chicuelinas y el comienzo de faena a dos manos, la trinchera, el cambio... Fue un despegue brutal, cuando estaban casi despertando los ánimos. El monumento al toreo de capa ya quedaba para los restos. Lo hizo todo muy pegado a tablas a ese toro noble, manejable, que colaboró con el torero. Bajó la intensidad de la faena que tuvo buen remate y su premio. Buscó al quinto hasta alargarse en el trasteo mucho más de lo que es habitual en el de La Puebla. Le costó al toro, que iba y venía, pero con lo justo y cabeceando.

Finito quiso más que su primero, sobrero, pero el animal no podía, no quería. No fue. Sí vimos una puesta en escena muy sobria, sin maquillaje, leal, clásica, dando un paso más. Al frente lo dio con el cuarto. Y ahí fue la sorpresa grande. Era un toro casi de transición. Podía haberse justificado Juan Serrano por ahí y no hubiera pasado nada. El de Juampedro era un toro noble, manejable, pero irregular, difícil sacarle dos embestidas iguales y mucho más cuajarle sobre esa base la faena. Si la hubo, que la hubo y espectacular por la grandeza de la personalidad, fue porque Finito se empeñó e insistió cuando el público ya había desistido. En la verticalidad siempre, sin retorcimientos, la esencia del toreo, el espíritu del clasicismo, encajado, asentado... Y ahí, sólo ahí, vinieron momentos, pellizcos, descubrimientos, entre ellos tres naturales y el de pecho en los que no cabía un reproche y sí el toreo de principio a fin. Con la derecha, en mitad de la nada, pases muy depurados y muy de verdad, con el aviso en los alto y casi 25 años de profesión a las espaldas. Casi nada.

A Manzanares esta aventura de tarde no le cogió con el pie cambiado. Le tocó el Juampedro con más clase de todo el encierro, el tercero, nobleza y calidad en la templada muleta del alicantino. En el centro del ruedo, al toreo diestro de empaque le siguió un cambio de mano que sigue dando vueltas en algún lugar de la memoria. La faena, sobre todo diestra, tuvo armonía, medida y belleza, porque Manzanares supo gustarse y recrearse ante la dulce embestida del animal.

Es difícil torear tan despacio como lo hizo con la capa al sexto. Verónicas, chicuelinas y una media con las rodillas en tierra. Una delicia. De remate, le pegó una larga cordobesa para empezar a llevar el toro al caballo desde la otra punta de la plaza... Estaba Valencia ya en plena ebullición, y el toro nos la jugó. Cuando Manzanares cogió la muleta se partió una mano. Nada que hacer. Había que acabar el cuento. Era fácil rescatar de todo lo que habíamos visto un buen puñado de grandes momentos. Ayer, Finito, Morante y Manzanares salieron a marcar distancias. Cada uno la suya. Así el toreo se hace grande. Inmenso.

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