Opinión
Las siete y más dudas del FMI
El FMI mejora las previsiones para España para este año, pero las empeora a partir de 2024. Sánchez se queda con lo inmediato y olvida el largo plazo, que para él no va más allá de la próxima semana
Natalie Clifford Barney (1876-1972) fue una escritora estadounidense que se afincó como expatriada en París y mantuvo durante más de medio siglo una tertulia literaria y más en su casa de la Rive Gauche de la capital francesa. La también poeta, que casi llegó a centenaria, defendía que «los epigramas de hoy son las verdades del mañana. El epigramista ha reemplazado al oráculo». Ella misma compuso numerosos epigramas de éxito que le dieron buena parte de su fama. El Fondo Monetario Internacional (FMI), que dirige Kristalina Georgieva y que acaba de celebrar su Asamblea de Primavera, en Washington, como siempre, ni escribe ni habla en epigramas, pero sus mensajes quizá pueden condensarse en epigramas, eso sí, sin su naturaleza poética, es decir, algo prosaicos.
El Gobierno de Pedro Sánchez, para quien pasado mañana es «largo plazo» y el mes que viene «larguísimo plazo», está feliz porque el FMI ha subido su previsión de crecimiento de España para este año electoral 2023. El que, al mismo tiempo, reduzca el PIB de 2024 y que anuncie que el déficit puede enquistarse en el 4% hasta 2028 y que el paro no bajará del 12%, no son más que anécdotas para el inquilino de la Moncloa, asuntos lejanos que ya abordará en su momento, si le corresponde a él. En la capital americana, la vice primera, Nadia Calviño, también se ha colgado las medallas correspondientes y por supuesto ha obviado las advertencias y temores del FMI para los próximos años, incluida la probabilidad, baja pero existente, de que haya una crisis global de deuda soberana, como ha apuntado Vitor Gaspar, director de Asuntos Fiscales de la organización.
El FMI, como los Oráculos de la antigüedad, no hay que olvidarlo, tampoco tiene una trayectoria infalible en sus predicciones. Todo lo contrario. Sus patinazos han sido notables, pero más erróneas aún suelen ser –como en los Oráculos– las interpretaciones de sus mensajes. Ahora, el FMI, entre otras cosas, esboza siete y más dudas, temores o advertencias sobre el futuro, que podrían recogerse en otros tantos epigramas, nada poéticos, eso sí: 1) financiación más cara; 2) impacto de la política monetaria en el crecimiento; 3) enquistamiento de la inflación; 4) aumento de la deuda pública; 5) recuperación china más débil de lo esperado; 6) nueva crisis energética y de precios de los alimentos derivada de una escalada de la guerra de Putin en Ucrania; y 7) más trabas y restricciones al comercio.
El diagnóstico del FMI no es, ni mucho menos, catastrofista, pero también está muy lejos de ser optimista. De hecho, el equipo que lidera Georgieva, con Gita Gopinath como subdirectora, otea para los próximos años un crecimiento muy moderado de la economía mundial, que podría incluir recesiones suaves en algunos países, como por ejemplo los Estados Unidos, sin descartar Alemania. Temen, sobre todo, que la inflación se enquiste y que la deuda pública –que ya es un problema– se convierta en algo que pueda amenazar al sistema. Por eso, recomiendan algo que no gusta a algunos gobiernos –como el español– y que no es otra cosa que el retorno a una cierta austeridad. El FMI, en definitiva, lo que propone es contener o reducir el gasto en lugar de subir los impuestos para cuadrar las cuentas y, por otra parte, para luchar contra la inflación. No es nada original, pero quizá hay que volver a recordarlo, en tiempos en los que muchos gobiernos, incluido el de Joe Biden, han optado por incrementos de gasto como si no hubiera un mañana, aunque no son comparables las consecuencias de esas políticas a ambos lados del Atlántico.
La llamada a la austeridad del FMI, que acarreará sobre todo las críticas de la izquierda y extrema izquierda –sin olvidar alguna extrema derecha– de todo el mundo, está acompañada de la recomendación de que se mantengan las ayudas a los sectores y colectivos más vulnerables. Es decir, nada de ayudas y subvenciones universales porque «suelen ser regresivas», defiende Gita Gopinath. Es la política aplicada por muchos gobiernos, sobre todo en Europa, entre los que destaca el español, pero que no suele solucionar el problema que pretende arreglar, aunque es muy popular. Hubo una época, en los años setenta y ochenta del siglo pasado, en la que los gobiernos solían utilizar las recomendaciones del FMI como coartada para adoptar una serie de medidas, más o menos impopulares pero necesarias, y culpar a un tercero. Tiempos pasados que no volverán. El FMI, es cierto, ha perdido la aureola de gran Oráculo que tenía, lo que no impide que sus recomendaciones, sus siete y más dudas, sean sensatas, convertidas o no en epigramas como los que escribía Natalie Clifford.
La guerra interminable por el control definitivo de Unicaja
La batalla por el control de Unicaja entre la parte asturiana –la de Liberbank– y la andaluza –la de la primigenia Unicaja–sigue adelante con nuevos enfrentamientos. Según los acuerdos de fusión, el presidente, Manuel Azuaga, debería dejar su cargo antes del verano, y el consejero delegado ser «reevaluado». En la práctica todo se reduce a quién controlará la entidad, aunque en medio de la bronca ha surgido el nombre de José Sevilla, exconsejero delegado de Bankia, como alternativa.
Pérdida de 33.000 empleos en tres años por cada punto de alza de cotizaciones
Cada punto porcentual que aumenten las cotizaciones sociales podría llegar a suponer una pérdida de 33.000 empleos en un plazo de tres años, según cálculos de la Airef, que desbroza Miguel Ángel García Díaz –Universidad Rey Juan Carlos– en una nota publicada por Fedea. El análisis destaca las diferencias entre las previsiones del Ministerio de Seguridad Social y la Airef y que las gubernamentales son mucho más optimistas y que plantean dudas sobre la sostenibilidad del sistema.
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