
Destino andaluz
La ciudad con la que Rafael Alberti soñaba con volver
Playas, historia, vino y cultura se dan la mano en El Puerto de Santa María, un enclave que inspiró al poeta y que hoy ofrece una completa oferta turística

«El mar. La mar. ¡Sólo la mar!». Rafael Alberti lo repetía como si le sirviera para algo. En ambos géneros, el mismo tema, distintas connotaciones. En este poema, un niño que fue arrancado de la costa y un hombre que pasó casi 40 años en el exilio clama por volver a sus orígenes. Y lo hace con la intensidad de quien ha sentido la sal en los labios y el viento en la blusa. Ese niño era él. Y ese mar, el de El Puerto de Santa María. «¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad?», se pregunta, mientras sueña con marejadas que tiran del corazón. Quien pisa El Puerto no necesita hacerse la misma pregunta porque, como el poeta sabía, la respuesta se encuentra en este enclave andaluz.
A la entrada de la Bahía de Cádiz, justo donde el río Guadalete se entrega al Atlántico, la ciudad se abre entre calles estrechas, aire salado, casas encaladas y el acento de la Bahía. Basta caminar por el centro para comprobarlo. El Castillo de San Marcos, construido en el siglo XIII sobre una mezquita, se impone entre iglesias, palacetes barrocos y plazas llenas de vida. Las huellas del comercio con América aún están presentes en las casas palacio de los «cargadores a Indias», aquellos negociantes que durante los siglos XVI y XVII protagonizaron una de las épocas de mayor esplendor en Europa, algunas convertidas hoy en museos o espacios culturales. De hecho, a El Puerto de Santa María se le conoce también como «La ciudad de los Cien Palacios». A pocos minutos, en el Yacimiento de Doña Blanca, se puede retroceder tres mil años y pisar la misma tierra que habitaron los fenicios. Y en el recién renovado Museo del Hospitalito, la historia local se cuenta con una mirada contemporánea.

En la Fundación Rafael Alberti, el poeta vuelve a casa entre manuscritos y fotografías. Y muy cerca, en la de Pedro Muñoz Seca, se respira el ingenio de otro de los grandes dramaturgos españoles que aquí dejaron huella. El calendario cultural, además, no tiene estaciones. Las fiestas como el Carnaval o la Semana Santa conviven con grandes citas del verano como el Cabaret Festival o Puro Latino. Pero también hay teatro, exposiciones, flamenco y conciertos en bodegas.
Volviendo al hilo conductor de este reportaje, de alguna forma, ese lamento del marinerito en tierra –«gimiendo por ver el mar, un marinerito en tierra iza al aire este lamento»– sigue impregnando la identidad una localidad que también se saborea. Langostinos, acedías, corvinas o urtas compiten con productos de la huerta gaditana en platos que respetan la tradición sin renunciar, en el caso de restaurantes con estrellas Michelin como Aponiente, de Ángel León, o Tohqa, de los hermanos Edu y José Pérez, a la innovación. Además, si por algo destaca esta localidad es por sus bares de siempre y el tapeo andaluz.
Si el mar es la memoria, el vino es el carácter

A ello se suma una sólida propuesta por el enoturismo. Si el mar es la memoria, el vino es el carácter. Las famosas «catedrales del vino» como Caballero, Osborne, Grant o Gutiérrez Colosía abren sus puertas para mostrar el proceso de crianza de finos, olorosos y amontillados que han dado prestigio internacional a la zona. Hacer una cata en cualquiera de ellas es una parada obligatoria para conocer de cerca los vinos del Marco de Jerez en la que, además, los expertos explican su historia, curiosidades y entresijos. También hay espacio para propuestas más jóvenes como la de Forlong, especializado en viticultura orgánica.
Ese entorno es también uno de los grandes atractivos del municipio. Con más de 16 kilómetros de extensión, las playas son un punto fuerte: desde la conocida playa de Valdelagrana hasta La Muralla, pasando por La Puntilla, Santa Catalina o Fuentebravía. Para quienes buscan algo más que sol, la oferta de deportes náuticos incluye paddle surf, kayak, vela o surf, entre otros. Puerto Sherry, considerado como referencia náutica, concentra muchas de estas actividades. También, las Marismas de los Toruños, el pinar de San Antón, el carril bici que recorre la costa, las rutas a caballo, las zonas de observación de aves o los campos de golf conforman toda una completa oferta de actividades al aire libre.
«Ay mi blusa marinera; siempre me la inflaba el viento al divisar la escollera»; así termina el poema de aquel Alberti que extrañaba su ciudad. El viento sigue soplando en El Puerto de Santa María, pero ya no como un lamento. Hoy, quien llega aquí lo hace para reencontrarse con el mar y la cultura andaluza. Es una postal que no es perfecta porque lo perfecto a menudo resulta extraño y artificial. Así es –y ha sido– Andalucía. En sus calles, en sus vinos, en sus playas y en su manera de vivir; hay algo que no se explica, pero se queda. Como un verso bien escrito.
✕
Accede a tu cuenta para comentar

Mundial de clubes