Andalucía
«El Islam es un sistema de dominación machista»
Najat El Hachmi en los Encuentros en la Fundación Cajasol
Najat El Hachmi, escritora y activista feminista, ha abandonado el Islam tras un proceso de reflexión y autodescubrimiento personal que pasa por el estudio de la religión, sus propias experiencias y una pronta afición a la escritura. Esta entrevista, realizada por periodistas de LA RAZÓN en el marco de los encuentros literarios que este periódico realiza en la Fundación Cajasol, refleja su opinión acerca de la influencia del Islam en la mujer actual y sus consecuencias.
¿Siguen hablando por nosotras?
Lo intentan. Desde muchos sitios, incluso, habiendo publicado mi último libro, «Siempre han hablado por nosotras», hay quien no quiere atender a lo que se demuestra. Yo trabajo por nosotras, pero hay todo un movimiento de mujeres de familias musulmanas que en España están saliendo cada vez más a reivindicar sus derechos sin ningún tipo de concesión, en términos absolutos.
¿Cuáles son los derechos de las mujeres musulmanas?
Es muy difícil, por ejemplo, dentro de la religión, dejar de ser musulmana. Ni siquiera es una opción. La posibilidad de que una persona nazca en una familia musulmana y deje por voluntad propia la religión porque se ha sometido a un proceso de estudio, reflexión y revelación personal –como es mi caso– es imposible. Eso, en España. En nuestros países de origen es delito. En Marruecos no se puede dejar de ser musulmana.
¿Es un problema de leyes?
A las que venimos de familias musulmanas el problema no se encuentra en las leyes sino en el entorno social y familiar, que es lo que provoca que no tengamos libertad respecto a la religión y lo que ello conlleva. Cuando las mujeres que salimos a reivindicar ciertos derechos señalamos la discriminación que sufrimos nos dicen «¿pero tú eres musulmana?». Realmente están queriendo decir «tú eres una mala musulmana».
Sobre este tema hay mucho debate, ¿se puede llevar el velo con libertad? ¿Y en centros públicos?
Uno de los errores fundamentales que se ha cometido en la actualidad es centrar el debate del velo en la cuestión de la elección, si es elegido o no es elegido. En los debates públicos empezaron a aparecer mujeres afirmando que ellas han escogido libremente llevar el pañuelo, pero nos equivocamos en este enfoque. La cuestión no es si lo llevan porque quieren o no, yo conozco a muchas mujeres que dicen llevarlos porque quieren, pero no es así. Esto no lo digo yo, lo dicen otras personas, como la periodista Sanaa El Aji que lucha por los derechos de las mujeres en Marruecos, que explica que «no se puede llevar en libertad cuando hay detrás toda una sociedad que espera de ti que lo lleves». Hay detrás de todas estas mujeres una corriente fundamentalista que tiene el objetivo de matar los cuerpos de las mujeres, cuando continuamente tienes una presión tremenda desde la familia, el entorno inmediato, que considera que si no llevas pañuelo no eres musulmana. Eso se hace desde dentro del colectivo de las personas musulmanas y, a veces, desde fuera. De un tiempo a esta parte, para aparecer en la foto de la diversidad, la inclusión y la multiculturalidad hay que salir con pañuelo. El velo acaba siendo una forma, en las generaciones más jóvenes, de marcar una diferencia que a lo mejor ni siquiera existe ya.
Desde el punto de vista de una mujer feminista, que ha salido del ambiente de opresión machista que hay en el mundo musulmán, tal y como lo describe, ¿cómo se puede defender que una actitud en defensa de la mujer sea llevar el velo?
Si realmente analizamos el concepto de «deber taparte como mujer», no se puede defender bajo ningún punto de vista. Lo que estamos diciendo es que es responsabilidad de las mujeres el hacernos cargo de las reacciones de los hombres frente a nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos son un problema para la esfera pública, según ellos. En efecto, no puedes enseñar los brazos, las piernas ni nada. La mujer se tiene que ocultar de la mirada masculina porque el hombre no se puede controlar. Eso está en la teología, las tradiciones y en lo que nos han transmitido. Lo que se ha conseguido ahora es negar ese significado tan evidente y transformar ese elemento castrador, que no te mutila físicamente pero que te mutila psicológicamente, en algo que a veces parece un sinónimo de libertad y que realmente nos sigue limitando en muchos aspectos.
Pero, ¿cómo se ha podido utilizar el velo como un elemento de defensa del feminismo?
Lo que nos transmitían nuestras familias no tenía ningún fundamento que tuviera en cuenta toda una serie de fenómenos que son globales, sino que venían dados de otros países como Arabia Saudí, Egipto y toda una serie de movimientos islamistas que, como cuento en el libro, nos vinieron a buscar desde muy pronto. Mi familia llegó a Vic (Cataluña) en 1987 y a los pocos años nos encontramos con un señor que llegó a la ciudad con un discurso fundamentalista, pero sin darnos cuenta. Si las personas no tienen ningún tipo de conocimiento, lo que les cuente otra persona acerca de su religión se lo creen. En este sentido, uno de los ejes principales de estas corrientes fundamentalistas es el de interpelar directamente a las mujeres y hacer que reivindiquemos esa discriminación como un elemento identitario. Eso es lo que llevan haciendo las corrientes islamistas en los países de origen.
Recordamos como era Persia o El Líbano antes de 1979. Países libres, en los que podríamos decir que la revolución fue ponerse el chador. ¿Cómo es posible?
Realmente no fue por voluntad de las mujeres. La revolución que tenía que ser en contra del poder del Chad, acabó siendo una revolución islamista. Se les impuso. Ese momento de cambio las mujeres lo perciben como una persecución tremenda. Se nos convence, a través de ciertos discursos, de que las mujeres no solamente tenemos que asumir esas discriminaciones que van desde la vestimenta a otros elementos importantes sino que hay que aceptar que las tenemos que reivindicar. Esto ocurre por todas esas corrientes de pensamiento que dicen que el proceso de cambio que se produjo en esas sociedades árabes-musulmanas, que en los años setenta ostentaban una apertura tremenda y las mujeres tenían muy claro que querían reivindicar sus libertades y derechos, es un proceso de colonización de la sociedad occidental. A nosotras nos están diciendo que el principal problema en el mundo no es el machismo sino que son las mujeres blancas occidentales las que nos están oprimiendo. Con estos datos, ¿no es el Islam un sistema de dominación del hombre? Me parece totalmente injusto. Eso se está transmitiendo en organizaciones y discursos públicos. Algo que es muy evidente y una barbaridad se está penetrando en el feminismo y en muchos sectores. Es muy peligroso.
¿Cómo ha cambiado tu vida tras publicar el libro?
Tras recibir las primeras reacciones me doy cuenta de que la situación es mucho más grave de lo que pensaba. Fíjate en lo que ha ocurrido con algunas de mis entrevistas. Hay organizaciones que dicen que están luchando contra la islamofobia y a nosotras, las que venimos de este entorno y somos feministas laicas y no estamos dispuestas a renunciar a cualquier tipo de demanda que venga por motivos religiosos, nos acusan de estar fomentando el racismo, que por cierto lo hemos vivido nosotras toda la vida, y encima acusan a cualquier persona que nos da un poquito de espacio y voz de ser también islamófobos y blanqueadores de la extrema derecha. Eso está consiguiendo que mujeres feministas clásicas que sin ningún tipo de duda se solidarizaban con nuestra lucha, ante un libro como este empiecen a dudar. Nos quedamos solas. Por lo tanto, no hay que olvidarse de la influencia que tienen estas organizaciones, que son invisibles a los ojos de la sociedad en general, pero que tienen mucho poder.
¿Cuáles son estas organizaciones?
No te puedo dar nombres, pero son organizaciones que se erigen representantes de los musulmanes en España y que dicen que luchan por la integración de los musulmanes españoles y que muchas veces no surgen de los propios musulmanes. Los que están reivindicando algunas cuestiones fundamentales para la libertad religiosa son normalmente organizaciones muy pequeñitas a nivel local que están, por ejemplo, en los barrios y que aportan un lugar donde rezar colectivamente. Eso es algo importante y fundamental dentro de la religión. Hay que defender esa libertad religiosa, pero a mi lo que me duele en estos momentos es que me acusen de ser islamófoba cuando yo también he defendido esto mismo.
También dice que el Islam acaba siendo un sistema de dominación machista. ¿Es así en todas las religiones?
Desde una visión feminista, ese es mi punto de vista. Sin embargo, yo no tengo el derecho a decirle a una persona que no sea musulmana. Hay personas que proceden del catolicismo que ya han dejado de lado ciertos elementos machistas. Yo, como no soy creyente, no sé cómo se hace compatible dentro del Islam llevar la religión y reivindicar los derechos que nos corresponden –respecto a la igualdad entre hombres y mujeres– porque hay un momento, cuando se hace ese trabajo de reflexión y toma de conciencia, en el que no puedes evitar poner en duda el sistema.
¿Siempre lo tuvo claro? ¿Cómo fue el proceso de abandono del Islam?
Yo intenté evitar ponerlo en duda. Es muy doloroso tener que romper con todo lo que abarcaba mi vida y renunciar a la fe porque es algo que forma parte de ti y de tu vida. Por otro lado, la escritura me permitió desde muy pronto canalizar un malestar que no sabía cómo afrontar. Empecé a contar cosas que no podía decir públicamente. Cuando era adolescente una de las cosas que más me preocupaba era la cuestión de la virginidad porque sabía que estábamos obligadas a preservarla, pero nadie me contaba como preservarla ni por qué ni para qué. La cuestión es cómo analizas la situación: si la analizas como creyente o de forma objetiva. Si te sitúas desde la posición del creyente y estás desde dentro es muy difícil que puedas llegar a la conclusión de que no estás de acuerdo con la propia religión. Tenía que entender el contexto histórico en el que nacieron las religiones, los procesos y entender, sobre todo, la complejidad que entraña todo esto, no solo y exclusivamente desde el punto de la fe sino desde el sistema sociopolítico. Para mi, el simple hecho de trasladarme fuera de la religión para analizarla, leyendo la historia del Islam, la vida del profeta y los análisis que hacían autoras que no solo tenían en cuenta la fe sino elementos más objetivos, me hizo dejar de creer. Al principio pensaba que salía para volver, pero finalmente no pudo ser así.
O eres creyente y no eres feminista o tienes que salirte fuera, ¿no hay grises?
Para mi es muy difícil hacer las dos cosas. En general, en el caso del Catolicismo se hizo, ¿no? Se pasó de ese nacionalcatolicismo que vertebraba toda la vida en función de lo religioso a que lo religioso estuviera domesticado por el orden democrático. En Turquía se consiguieron muchas libertades, aunque ahora están en peligro con el Gobierno islamista, pero se vio y es un ejemplo de que se puede domesticar la religión y que se puede conseguir que la religión pase al ámbito privado. El peligro es que se convierta la religión en algo políticamente significativo, que la sensibilidad como creyente de una persona se quiera imponer como herramienta política.
¿Cree que existen en las escritoras esa presión, que viene desde fuera, de que se postulen ideológicamente en la sociedad?
En mi caso, este manifiesto nace de una indignación muy profunda y un malestar que me ha atravesado desde muy joven. También, de un grito de impotencia cuando ves que personas cercanas están sufriendo y están viviendo situaciones tremendas. Desde muy pequeña tengo ese sentimiento de rebelión ante la injusticia que vivía. De hecho, la educación que recibí intentaba que considerara normales situaciones como, por ejemplo, que los hombres y mujeres estuvieran separados y que ellas no tuvieran libertad de movimiento como ellos. Sin embargo, era imposible normalizar esa situación.
Al hilo de la pregunta, yo he perdido amistades y ha sido muy doloroso ya que personas a las que quieres y aprecias no quieren saber nada de ti porque piensan que las estás atacando por defender, simplemente, unas ideas a favor de la libertad.
¿Ha llegado a cortar la pared de tela del patio?
Yo la rajé. No queda. A través de la escritura encontré la libertad. En el camino de transformación, uno de los libros que más me marco fue «El miedo a la libertad» de Erich Fromm porque me permitió a entender la actitud de mujeres y hombres de mi entorno que aún viviendo en una sociedad en la que tenían la posibilidad de poder disfrutar de la libertad, deciden no hacerlo. Yo he visto a muchas mujeres de mi generación que aún pudiendo escoger, decidieron volver para atrás y aceptar ser ciudadanas de segunda, con menos derechos.
¿Qué le queda de ese mundo?
Mi reconciliación con mi origen lo he conseguido gracias a la literatura porque de ahí he podido rescatar todo lo que ya no forma parte de mi vida.
EL PERFIL
Najat El Hachmi nació en Beni Sidel (Marruecos) en 1979. Hija de una familia musulmana, a los ocho años se trasladó a Vic, ciudad donde se crio. Estudió Filología Árabe en la Universidad de Barcelona y ha sido mediadora cultural y técnica de acogida. Es autora de una sólida carrera en la que desplega su universo femenino en libros como «El último patriarca», «La cazadora de cuerpos» o «Madre de leche y miel». Su última obra ha sido «Siempre han hablado por nosotras», un manifiesto que hace hincapié en la importancia de alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres en todas las culturas y etnias, y alerta del peligro de supeditar el feminismo a otras causas que lo que hacen realmente es transformar el machismo en teorias «aparentemente feministas».
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