Andalucía
A dieta de dietas
El Gamba Gate, la recomendación de algún chiringuito de la Administración de no chupar la cabeza de los crustáceos, irrumpió con alguna semana de antelación sobre las tradicionales mariscadas navideñas. Los escolares de los ochenta no escuchábamos la palabra “cadmio” desde aquellas recitaciones de la tabla periódica, enmarcado este metal entre los muy populares zinc y mercurio siguiendo a la triada más sencilla, ese respiro para la memoria que era el grupo cobre-plata-oro. Nadie se preocupa por el cadmio, o sea, a no ser que lo asuste alguna campaña mediática y/o gubernamental destinada a torcer el curso natural de los mercados. De repente, a uno de los platos estrella de los atracones decembrinos los debelan diversas partidas de la porra frecuentemente untadas por los sindicatos de intereses a los que beneficiará el desprestigio de un producto. El aceite de oliva en su momento, el azúcar, la sal, la carne roja, los embutidos, el café, la mantequilla y cualquier lácteo en general a raíz de la modita de los alérgenos, el pollo cuando la gripe aviar y ni mencionemos el alcohol… todo por lo que merece la pena sentarse a la mesa supone un pecado contra la nueva religión de lo saludable, esos santurrones inquisitoriales que pretenden convencernos de que la vida eterna es cosa de este mundo y que la alcanzaremos atiborrándonos de hojas verdes, quinoa, hortalizas ecológicas, zumos multivitamínicos, derivados de la soja, o cualquiera de las porquerías que sus financiadores venden a precio de oro. Cita Pushkin en “La hija del capitán” el dicho calmuco que nos enseña que es preferible vivir diez años alimentándose de animales recién cazados, como hace el águila, que llegar a los cien comiendo carroña, como las hienas. Chupen las cabezas con fruición: las del marisco o las que gusten.
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