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Con la venia

El Festival Internacional de Cine de San Sebastián estrenó los dos primeros episodios de la serie «El Estado contra Pablo Ibar», una producción perfectamente equiparable a otras similares en Netflix, HBO o Amazon dirigida por el sevillano Olmo Figueredo González-Quevedo

Olmo Figueredo González-Quevedo dirige «El Estado contra Pablo Ibar»
Olmo Figueredo González-Quevedo dirige «El Estado contra Pablo Ibar»La RazónLa Razón

Después de varios años de trabajo, una grabación dilatada a lo largo de un lustro (hasta febrero) e intensas sesiones de edición para poder condensar en seis capítulos de 55 minutos más de 2.000 horas de grabación, ayer se presentaron en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián los dos primeros episodios de la serie «El Estado contra Pablo Ibar», una producción perfectamente equiparable a otras similares en Netflix, HBO o Amazon. Su director es el sevillano Olmo Figueredo González-Quevedo, uno de los productores más activos y preclaros, no ya de Andalucía, sino incluso del panorama nacional, como lo corrobora tener entre sus títulos más recientes las muy premiadas «El inconveniente» (con estreno previsto para finales de noviembre) y «La trinchera infinita» así como «Adiós», no valorada en su justa medida. Tras el corto documental «Me llamo Olmo», Figueredo regresa a la dirección con esta serie que inició al ver el tremendo potencial de la historia de Ibar mientras preparaba el documental nominado al Goya, "The Resurrection Club», sobre cuatro condenados a la pena de muerte, declarados inocentes al cabo del tiempo.

A diferencia del libro «En el corredor de la muerte», de Nacho Carretero, que aboga claramente por su no culpabilidad, «El Estado contra Pablo Ibar» sigue la estela del excelente documental «Amanda», en el que los espectadores se dividen entre los que defienden su inocencia o no dudan en considerar a Amanda Knox una asesina. Hay muchas zonas oscuras en los hechos relatados pero, incluso en el caso de haber participado en los asesinatos, Ibar no debería ser condenado a la pena de muerte y tras 26 años de reclusión (varios de ellos en condiciones de incomunicación extremadamente duras) más de uno opinaría que habría penado lo suficiente.

Son muchos los aciertos de «El Estado contra Pablo Ibar», desde el rigor con el que se aborda esta compleja historia, por las propias implicaciones personales y emocionales de un caso con tres víctimas mortales y sus respectivas familias destrozadas, hasta la reconstrucción de los hechos, pero en cualquier caso lo que resulta a todas luces fascinante, y poco tratado en producciones similares, es cómo se muestra el trabajo de los abogados, el reparto de papeles y la relación de ellos con Pablo Ibar. En este sentido, es magnífico el retrato que se ofrece de cada uno de ellos, con sus estrategias, aciertos, errores y diferencias; nada que ver, desde luego, con la tradicional mala fama de estos profesionales en EE UU, tal como señalaba Ignacio Ruiz-Quintano en una reciente columna al recordar un chiste contado por Ronald Reagan durante el nombramiento de su Secretario de Justicia: «¿Sabes por qué utilizan abogados en vez de ratones en los laboratorios? Primero, porque hay casi tantos como ratones; segundo, porque ningún científico llega a encariñarse con ellos; y tercero, porque hay cosas que los ratones se niegan a hacer». Después de ver «El Estado contra Pablo Ibar», los espectadores llegarán a la conclusión que los principales abogados de éste tienen muy poco en común con los retratados en el chiste, del mismo modo que quedarán estupefactos con las numerosas irregularidades que trufaron el proceso y que con quirúrgica precisión quedan reflejadas en este notable trabajo, que forma parte de un selecto número de series documentales de las que se hablará en estas mismas páginas próximamente.