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«Fin de temporada»: secuelas de que una madre te quiera demasiado

La última novela de Martínez de Pisón narra la vida de Rosa y su hijo Iván en un camping de la Costa Dorada, último destino tras años huyendo de un pasado que acaba por alcanzarlos

El escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón
El escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisónlarazon

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) escribe con las palabras, pero también con las imágenes, convencido de que «cada vez somos más visuales». Acostumbrado a bucear en las relaciones familiares en sus obras, con «Fin de temporada» (Seix Barral) aborda las consecuencias de lo que podría definirse como una «maternidad excesiva». «Me faltaba por explorar el daño que podemos hacernos unos a otros por exceso de amor», reflexiona el autor, quien considera que «en grandes cantidades puede llegar a ser nocivo, deja de ser amor».

Iván ha crecido ahogado –sin saberlo– en el cariño y la sobreprotección de su madre. Es un chaval de veinte años que se ha sentido cómodo atado a ella, casi físicamente, a través de un cordón umbilical que acaba por romper de manera abrupta. La llegada a la adultez abre interrogantes en él que acaban provocando profundas heridas y horadando una relación con «connotaciones incestuosas». «Ella ha apartado al hijo de todos, y acaba viendo en él al novio muerto –resume Martínez de Pisón–. Cada vez son más los secretos que los separan». Su novela no tiene «buenos y malos», al contrario, todos los personajes «son buenos, incluso cuando hacen las cosas mal. La vida puede ser tan compleja que varios bienes sumados pueden dar como resultado algo malo», asegura.

El «fogonazo» del argumento surgió cuando un amigo le contó la historia real de dos jóvenes extremeños que sufrieron un trágico suceso en los años setenta. «La chica se había quedado embarazada y alguien les da la dirección de una clínica abortista en Portugal. En el camino, tienen un accidente, él muere y ella decide tener al niño», detalla. Esa muerte produce un doble efecto: «salva» la vida de un hijo, Iván, que no habría nacido de otra forma y condena a Rosa a eternizarse en su papel de novia adolescente enamorada.

No supo nada más de aquella superviviente y decidió imaginar cómo habrían sido sus vidas. Del suceso ocurrido en 1977, que recoge en el prólogo, Martínez de Pisón da un salto de casi veinte años hasta el camping donde Rosa y su hijo viven su estrecha relación, en la que a duras penas tiene cabida otro ser humano. Cuenta que en su cabeza «fue madurando una pequeña tragedia» en la que «un hecho predicho de antemano acaba cumpliéndose», como en «todo buen cuento». Sucede en el momento en el que el «destino» se manifiesta fortuitamente y el joven decide acudir en su busca: «Descubre que en el mundo donde va a vivir él no hay sitio para su padre» y viceversa. Tal certeza le golpea interiormente, cambia su mundo y «el chico atolondrado, que hasta los 18 años duerme en la misma cama que la madre, de repente madura y se convierte en un adulto. Es casi una revelación».

Sus vidas han transcurrido en una constante huida hasta la parada definitiva en un camping de la Costa Dorada. El libro viaja por escenarios de Extremadura, el País Vasco, Cataluña y la ciudad francesa de Toulouse, a donde el joven llega en su particular exilio. Ahí emerge la escritura cinematográfica de Martínez de Pisón, que ya ha recibido ofertas para llevar su relato al cine. «Van a echar raíces en el sitio menos fértil de todos», lugar efímero por antonomasia y situado cerca de una central nuclear, dos elementos desplegados para remarcar la provisionalidad de la vida. Todo ello marca a un niño que ha crecido sin posibilidad de arraigo, lejos de la familia paterna. Con esa premisa, Martínez de Pisón indaga en las dificultades de construir la identidad personal.

«Él desconoce de dónde viene y la madre lo que quiere es cambiar el pasado», señala. Pero el pasado se empecina en repetirse cuando Iván «descubre lo que se ha perdido y siente por primera vez la fuerza de los lazos de sangre. Ellos vivían como una especie de unidad orgánica inseparable», la madre soltera y el hijo póstumo autoestigmatizados. Por eso Rosa se niega cualquier relación amorosa o carnal mientras el chaval se vanagloria de no tener amigos. La realidad es que son dos criaturas con las raíces arrancadas y respirando aire contaminado por el otro, dos seres incapaces de desarrollarse fuera de un erial emocional en el que cualquier persona ajena acabaría marchitándose.