Cultura
Unamuno, el intelectual que murió dos veces
El cineasta Manuel Menchón desgrana en un libro las contradicciones y mentiras que rodearon la vida del colosal pensador
El día que Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864) abandonó entre una multitud el paraninfo de la Universidad de Salamanca firmó su sentencia de muerte. Era el 12 de octubre de 1936 cuando una de las figuras intelectuales más relevantes de aquella España, zarandeada en los primeros compases de una guerra que apenas él vio empezar, vivía en primera persona el horror de lo que vendría. Las palabras pronunciadas ante Millán Astray, fundador de la Legión, no fueron lo único alterado al traspasar la historia. El mito alrededor del pensador vasco, eternamente ligado a Salamanca como rector vitalicio de su Universidad, cambió su discurso –del «vencer no es convencer» original al «venceréis pero no convenceréis» tantas veces repetido– y construyó una imagen desdibujada, en un intento de los abyectos al régimen franquista de apropiarse de su colosal influencia. Unamuno ha quedado en el imaginario colectivo atado a su adhesión inicial al golpe de Estado que acabó con la democracia en España y tiró por tierra el régimen de la República, después de tres años de sangrientos enfrentamientos, que precedieron a la brutal represión ejercida durante cuatro décadas por la dictadura.
«A Unamuno se le ha contextualizado como un protofascista, como que apoyó incondicionalmente el golpe y eso no fue así. Falange y los golpistas construyeron una imagen a imagen y semejanza de ellos, no solo por el relato de la muerte, sino previamente. Por ejemplo, se contaba que no le habían dado el Premio Nobel en 1935 por acudir a un mitin de Falange y esto demostramos que es falso», apunta Manuel Menchón, director del documental «Palabras para un fin del mundo», cuya investigación en torno a los tópicos sobre el escritor amplía en el libro “La doble muerte de Unamuno” (Capitán Swing). Escrito junto al profesor de Literatura Española de la Universidad de Salamanca Luis García Jambrina, la obra pretende desmembrar los relatos oficiales armados por los golpistas, que convirtieron a Unamuno en una causa propia pese a los numerosos escritos en los que abominaba de la barbarie en ciernes. «Yo llego a Unamuno para entender mi país. Fue un hombre de pensamiento libre, un intelectual, no un ’'hooligan’' de la política y siempre se enfrentó al poder», mantiene. El cineasta sitúa a finales de verano el momento en que Unamuno percibe la realidad del levantamiento. «Entonces es cuando escribe son peores los hunos que los otros y después estalla», dice en referencia al acto del 12 de octubre. Lo cierto es que intelectuales como el ruso Ilya Ehrenburg, corresponsal en la guerra española, le reprochó públicamente en una carta que «ha llegado un día en que ha entregado usted para espadas el dinero que le dieron las palabras», recriminándole la donación de 5.000 pesetas que había hecho a la causa franquista. Esto también lo cuestiona Menchón: «Era como un impuesto revolucionario. O siendo funcionario le retenían el sueldo y lo que ha quedado es que Unamuno dio esas cinco mil pesetas», lamenta.
Su muerte es otra de las grandes cuestiones que ponen en duda. Para los autores, resulta inconcebible la versión construida para justificar como muerte natural un hecho que tiene indicios de asesinato –«carecemos de pruebas concluyentes que lo certifiquen», admiten–. «El relato oficial de la muerte de Unamuno es falso. La persona que lo ve morir no era un amigo y alumno. La tragedia no es si lo mataron o no, ya es demasiado tarde para investigar, sino ¿para qué lo hicieron?», se pregunta. Y su respuesta guarda coherencia con lo acontecido: «Fue una piedra fundacional de la República y se trataba de aniquilarlos moralmente». Menchón cita el hecho de que se pusiera su nombre a un campo de concentración franquista como «la mayor vejación que puede hacerse a una persona». La forma en que los fascistas se apropiaron de su legado ha impregnado la historia reciente de España. Tanto, que al insigne rector se le restituyeron hace solo un año los honores retirados por el Ayuntamiento de Bilbao, su localidad natal. Para quien ha dedicado una década a indagar en aquellos hechos, Unamuno «claramente fue represaliado», como lo fueron otros rectores universitarios como el de Granada, Salvador Vila, y el de Oviedo, Leopoldo García-Alas.
Unamuno escribió: «Nací durante una guerra civil (...). Y ahora termino mi vida durante una guerra civil. Toda mi vida he llevado una guerra civil en mi alma». Esa frase resume el sentir de un hombre cuya vida transcurrió partida entre dos siglos convulsos, donde la estabilidad era una palabra desconocida para un país abonado a los alzamientos militares, responsables de la caída de los dos intentos de gobierno republicanos. Por eso Menchón rechaza la simplificación del relato en torno a aquellos días y recuerda que Unamuno murió el último de 1936. «El propio Gobierno de la República tarda en reaccionar. Nadie dimensionó lo que estaba ocurriendo», asegura. Su mayor error, en su opinión, fue aceptar la restitución en su cargo de rector ordenada por Franco, después de que el presidente de España, Manuel Azaña, lo destituyera cinco días después del golpe por su apoyo cerrado a los militares. Él, que ya había sido represaliado por la dictadura de Primo de Rivera, seguramente rememoró aquellos cuatro meses de destierro en Fuerteventura, tras ser cesado de sus cargos en la Universidad.
Sus últimos días de vida permaneció en arresto domiciliario en su casa, como han demostrado investigaciones académicas. «Jamás se calló. Fue el primero que denunció la manipulación informativa», dice mientras recuerda que precisamente el sanguinario Millán Astray fundó Radio Nacional de España (RNE) en 1937, en plena contienda, para expandir su propaganda. El asesinato de Federico García Lorca había hecho saltar las alertas internacionales sobre las verdaderas intenciones de Franco y Menchón piensa que no quiso cometerse el mismo error con Unamuno. Eso habría motivado todas las mentiras levantadas a su alrededor, un destino que él atisbó aunque no llegara a calcular la doble muerte que supondría el secuestro de su memoria durante décadas.
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