Retratos sin tiempo

La alegría como vocación vital

La maestra de educación Infantil María José Oliva (Sevilla, 1972) repasa cómo desplegó todos sus recursos para que la pandemia de la Covid-19 no detuviese la enseñanza

María José Oliva, maestra de Infantil en el colegio Clara Campoamor de Bormujos (Sevilla)
María José Oliva, maestra de Infantil en el colegio Clara Campoamor de Bormujos (Sevilla)Kiko Hurtado

El relato del confinamiento por la Covid-19 cobra vidas diferentes en cada persona. Para María José Oliva los días se diluían tratando de que el tiempo educativo no se detuviese para los 25 niños que aguardaban para verla al otro lado del ordenador. Una tarea especialmente ardua que compartieron los 11.815 maestros de educación Infantil que había ese curso en Andalucía para atender a 345.666 alumnos de entre 3 y 5 años, según el dossier «Datos y cifras» publicado por la Junta. «Estaba todo el día ocupada. Dedicaba las mañanas a ver los vídeos y contestar a las familias y las tardes a grabar los contenidos –recuerda–. A esa edad lo más importante es la interacción diaria, es lo que les hace aprender. Compartir los disgustos con los compañeros o contar lo que han hecho el fin de semana». No escatimó recursos para que su vitalidad y la vocación que tiene por su profesión traspasaran la pantalla: coreografías, «pócimas» de la salud y de la felicidad y cada noche un cuento para ir a dormir. De vuelta llegaban chutes de ilusión en forma de tareas, en las que reconoce la gran implicación de las familias. Al año siguiente, pasó el primer curso de las mascarillas, con juguetes en cuarentena pero con las sonrisas infantiles al descubierto, excepto la suya, que solo asoma ocasionalmente desde un extremo de su aula. María José es pura energía canalizada en la educación pública. «La importancia de la escuela es que hace a todos los niños iguales. Intenta darles una oportunidad, sin importar dónde viven o de qué familia vienen». Su elección vital asomó pronto, aunque fuera inicialmente forzada por las circunstancias. En su cabeza estuvo mudarse a Granada para cursar Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, pero hubo de elegir entre las opciones que le ofrecía Sevilla. Terminados sus estudios de Magisterio, a los 21 años vivió una experiencia que reconfiguró su forma de pensar, tras un verano en «La Chureca», el basurero municipal más grande de Nicaragua, a donde llegó de la mano de las Teresianas. Allí ayudaba a los niños a recoger basura para aligerar el trabajo y poder empezar cuanto antes clases en las que aprenderían lecciones que no olvidarían nunca, igual que le ocurrió a ella. Después vendrían sus primeros destinos lejos de casa, años de maestra itinerante por Castilla-La Mancha y por Andalucía, reducidos a los «cinco minutos a pie» que tarda en llegar al Clara Campoamor de Bormujos (Sevilla), donde mantiene su filosofía de «dar libertad a los niños. Cada uno va haciendo las cosas a su ritmo y al final todos llegan al mismo sitio». Palabra de maestra.