"Letras atlánticas"

Ritmo de otoño

«Nos sentiríamos mejor si además del café con leche, leyéramos un poema para empezar el día»

Federico García Lorca posa en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1919, recién ingresado.
Federico García Lorca posa en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1919, recién ingresado.Fundación Lorca

Hace cien años, Federico García Lorca publica un libro esencial, «Libro de poemas» (1921). Un Federico natural, con su lirismo desnudo y su música íntima. Un libro de verdades.

Quiero hilar esta columna con fragmentos del poema «Ritmo de otoño» y aportar al presente algo que casi nadie incluye en su calendario: un poco de poesía. Nos sentiríamos mejor si además del café con leche, la tostada, el colágeno o las vitaminas, leyéramos un poema para empezar el día. Si además del whatsapp y las notificaciones que seguimos leyendo antes de dormir o mientras no podemos dormir porque seguimos leyendo mensajes y notificaciones, nos asomáramos a la poesía.

Amargura dorada en el paisaje.

El corazón escucha.

Soportamos tristezas

al borde del camino.

Nos consumen las fechas del otoño, Halloween, Black Friday, el puente del 8 que anuncia Navidades, Fin de Año, Reyes. Consumimos harinas, dulces, brindis, más mensajes, más calendarios.

Sabemos de las flores de los bosques,

del canto monocorde de los grillos,

de la lira sin cuerdas que pulsamos,

del oculto sendero que seguimos.

Nuestro ideal no llega a las estrellas,

es sereno, sencillo:

quisiéramos hacer miel, como abejas,

o tener dulce voz o fuerte grito,

o fácil caminar sobre las hierbas,

o senos donde mamen nuestros hijos.

Aprovechamos las rebajas, nos amontonamos ahora que podemos volver a amontonarnos, nos ponemos en modo festejar porque después de los confinamientos merecemos mucha fiesta, lo pasado pisado y viva la vida.

Pasamos mucha pena

cruzando los caminos.

La mojada tristeza del paisaje

enseña como un lirio

las arrugas severas que dejaron

los ojos pensadores de los siglos.

Practicamos el don de olvidar y volvemos a las antiguas costumbres como si nada hubiera cambiado, como si el 2020 no hubiera existido, como si fuera un horrible paréntesis ya cerrado o un examen aprobado por los pelos sin haber aprendido.

Los gusanos se hunden soñolientos

en sus hogares fríos.

El águila se pierde en la montaña;

el viento dice: Soy eterno ritmo.

Se oyen las nanas a las cunas pobres,

y el llanto del rebaño en el aprisco.

Está todo bien. Poco a poco, nos quitamos las mascarillas y podemos volver a hacer todo lo que hacíamos mal en una especie de felicidad.

Sin terror y sin miedo ante la muerte,

escarchado de amor y de lirismo,

aunque me hiera el rayo como al árbol

y me quede sin hojas y sin grito.

Ahora tengo en la frente rosas blancas

y la copa rebosando vino.