Sociedad

Sevilla se queda fría, sin “una calentería”

Cierra tras 80 años uno de los establecimientos emblemáticos de la Alfalfa

Detalle del carné del Sindicato Provincial de Alimentación y Productos Coloniales del propietario original de la churrería Calentería Alfalfa, Manuel Paz, dentro del establecimiento en Sevilla. EFE/Fermín Cabanillas
Detalle del carné del Sindicato Provincial de Alimentación y Productos Coloniales del propietario original de la churrería Calentería Alfalfa, Manuel Paz, dentro del establecimiento en Sevilla. EFE/Fermín CabanillasFermín CabanillasAgencia EFE

Cuando España intentaba despertarse de la pesadilla de la Guerra Civil, un hombre llamado Manuel Paz Pérez decidió abrir un negocio en una esquina de la Plaza de la Alfalfa, en pleno centro, un centro de una Sevilla que hoy día no tiene nada que ver con el de entonces, y que ha terminado matando la ilusión de ocho décadas de tradición con sus “calentitos”.

Porque eso es lo primero que deja claro el hijo de Manuel, Antonio, que se hizo cargo del negocio con la mayoría de edad recién llegada, y que defiende la gramática de la masa que elabora a diario con ese nombre, el de calentitos, ni churros, ni porras, ni tejeringos ni ningún nombre con el que se conoce a este producto universal, con cuyo olor han despertado los vecinos de La Alfalfa en las dos últimas generaciones.

El actual gerente de la Calentería Alfalfa, Antonio Paz, prepara una rueda de calentitos en la Plaza de la Alfalfa, en pleno centro de Sevilla. EFE/Fermín Cabanillas
El actual gerente de la Calentería Alfalfa, Antonio Paz, prepara una rueda de calentitos en la Plaza de la Alfalfa, en pleno centro de Sevilla. EFE/Fermín CabanillasFermín CabanillasAgencia EFE

Salvada la semántica, a Antonio casi se le saltan las lágrimas pensando en lo que va a pasar este domingo, cuando su churrería, “que no, que es calentería. Anda que no te voy a dar caña ni nada”, cierre sus puertas para siempre, y sus “amigos, que es lo que tenemos por encima de clientes”, dejen de tener este servicio, igual que en plena pandemia dijese adiós el Bar Manolo, otro de los clásicos de la gastronomía de esta plaza.

“¿Cómo voy a sentirme después de 42 años en La Alfalfa y 80 con el negocio abierto?”, dice Antonio a EFE mientras amasa los churros que va sirviendo “bien despachaos” en un local de poco más de 17 metros cuadrados, donde cuatro personas trabajan en una perfecta coreografía, “vigilados” por el carnet que en su día se sacó el patriarca de la familia del Sindicato Provincial de Alimentación y Productos Coloniales.

Su padre tuvo nueve hijos, y él decidió ponerse al frente del negocio familiar para sacarlo adelante, aunque su hermana Mercedes, que hoy ha desayunado su rueda de calentitos, “bien dicho, así se dice”, le explica que hasta su tatarabuela se pudo dedicar a un negocio parecido.

Varios clientes hacen cola en la churrería Calentería Alfalfa en la Plaza de la Alfalfa de Sevilla para comprar alguna de sus históricas ruedas de calentitos. EFE/Fermín Cabanillas
Varios clientes hacen cola en la churrería Calentería Alfalfa en la Plaza de la Alfalfa de Sevilla para comprar alguna de sus históricas ruedas de calentitos. EFE/Fermín CabanillasFermín CabanillasAgencia EFE

Lo cierto es que Sevilla se queda sin sus calentarías tradicionales poco a poco. Mercedes cree que solo queda, como tradicional, la del barrio de La Macarena, después de que el 22 de mayo de 2016 cerrase la del Arco del Postigo, para que su local, igual que pasará con el de La Alfalfa, diese paso a un negocio más moderno, y, lamentablemente, más acorde al centro de una ciudad que está viendo como su comercio tradicional languidece mientras proliferan hoteles y apartamentos turísticos.

Es la “turisficación” de una ciudad muy criticada y lamentada por los vecinos de esta plaza, que, como recuerda el propio Antonio, forma parte de un centro que se está quedando sin vecinos, de modo que la compra del local por parte de nuevos propietarios, el nuevo alquiler y un paisaje alrededor de turistas por encima de vecinos, han terminado por escribir la crónica de la muerte anunciada de su negocio.

De todas formas, el cierre es un hasta luego, porque Antonio, su mujer, su hijo y su novia abrirán en breve en la localidad de Gelves, donde viven, donde quieren poner en marcha “un negocio un poco más abierto, siempre cuidando lo que hacemos”, pero que les quedará muy lejos a los clientes que esta mañana disfrutaban de la penúltima hornada de churros tradicionales que saldrán de su histórico perol.

Con todo, para Mari Luz, otra de las hermanas de Antonio, esto tiene que servir de reflexión, “porque si se pierden los negocios tradicionales, se está perdiendo patrimonio”, y la cara del resto de personas que disfrutan de los churros lo dice todo: “son los mejores que he probado, pero me están sabiendo muy amargos”. Eso, lo dice todo.