Cargando...

Entrevista

Antonio Guerrero: «La vida no tiene que acabar al diagnosticarte tal o cual patología»

El privilegio de recibir la donación de unos pulmones le da la oportunidad de seguir ayudando a los menores con trastornos

Antonio Guerrero: «La vida no tiene que acabar al diagnosticarte tal o cual patología» La Razón

Antonio Guerrero, la Fundación que lleva su nombre, fue Premio Valores de LA RAZÓN en 2023. Este diario quiso reconocer así el incansable trabajo para que el Parlamento aprobara la Ley de Atención Temprana que hoy protege a los menores con trastornos en Andalucía. Ahora, tras superar una fibrosis polmonar que ha precisado de trasplantes, ha plasmado su experiencia vital en un libro llamado «El hombre que respiró dos veces» que pronto verá la luz.

Desde que le conozco hace honor a su apellido. No tenía dudas de que esta batalla la volvería a ganar...

De esta batalla casi guerra, lo más difícil ha sido llegar al campo de batalla. Para un trasplante no basta con tener un órgano mal, sino que tienes que tener sanos los demás. Los órganos vitales no pueden tener patologías asociadas, venas, arterias y grandes vasos. Pensé que, con 68 años algo tendría, pero después de nueve meses todo salió bien. Esa fue la batalla que gané; la otra, la del trasplante en sí, la ganaron los cirujanos y resto del largo, muy largo, equipo de trasplantes. La recuperación, que está siendo espectacular, sí la ha ganado mi actitud. Es como un medicamento más. Sé hacerlo, pero no puedo explicar cómo.

Y siendo un «guerrero», su mayor cualidad (perdone que se lo diga) es su sensibilidad. ¿En qué momento surgió la idea del libro?

Surge en la UCI del Reina Sofía. Cuando me despierto y me entero que he estado 48 horas, dos días, sedado para poder aguantar el dolor, lleno de tubos y rodeado de monitores. Venía de nueve meses de pruebas. Tenía que decirle a la sociedad que la vida no tiene por qué acabar al diagnosticarte tal o cual patología. Hay, no una esperanza sino una realidad. El actor principal, por encima de todos, es el donante. El hecho de donar se traduce en la eficacia del trasplante. En una nueva vida. Pero nada es gratuito y para que pueda seguir viviendo alguien debe dejarnos para dormir el sueño eterno.

Pese a la enfermedad, ¿usted se siente un privilegiado?

Absolutamente. El trasplante era lo que me faltaba para cerrar el círculo. Llevo muchos años ayudando a los demás. Les he dado mi tiempo. Dicen que es oro y no se puede recuperar. Estoy encantado de haberlo hecho. Ahora les doy mi salud, que es la verdadera riqueza, para poder continuar el tiempo que la vida me permita.

¿Qué se siente al ser trasplantado?

En mi caso gratitud, primero hacia el donante –por encima de todo–, hacia los equipos humanos, cirugía, medicina, enfermería, limpieza. Son muchas piezas de una sola maquinaria. Ingenieros y tecnología, científicos, investigadores y laboratorios. Esos pulmones me han dado ganas de continuar porque me han devuelto la alegría. Cuando estás triste tienes menos ganas y si, además, tienes que ir intentando coger un soplo de aire como si fueses un pajarillo en agosto, con la boca abierta y el ánimo por los suelos viendo cómo se te escapa de las manos el poco futuro que te queda. Mi esperanza de vida ya estaba por debajo de los dos años. Aun así, he seguido con la Fundación, abierto un nuevo centro en Sevilla. Sabía que alguien vendría después para continuar lo que comenzamos, Katy –su esposa– y yo. Parece ser que ese alguien sigo siendo yo, junto a Katy.

A veces, la mayoría de ocasiones, nos enfadamos sin motivo. La ansiedad hace que nos cueste respirar incluso... ¿No le parece ahora un sinsentido?

Totalmente, si pudiésemos poner a disposición toda esa energía que perdemos por nimiedades, te aseguro que no harían falta tantas placas solares. Menos parejas se romperían, menos hermanos dejarían de hablarse. Seríamos más felices y disfrutaríamos los amaneceres, las puestas de sol y el esplendor de la luna y las estrellas en el majestuoso firmamento.

Vivimos una etapa compleja en el que se duda del sistema sanitario público. Después de su experiencia más reciente, ¿qué conclusión saca?

El sistema sanitario tiene un doble escenario. El primero, la atención primaria, funciona mal. Tiene muchos problemas y parece que no hay mucha voluntad de arreglo. El segundo, la atención hospitalaria, eso es otra cosa. Cuando llegas a ese nivel y entras en el sistema sanitario que ha hecho famoso a nuestro país, nada tiene que ver. La atención es persona a persona e impecable, respetuosa, con mucha empatía. Se trabaja por y para el paciente en una relación de cercanía, confianza y preocupación del profesional por la salud y evolución de todos y cada uno de nosotros. Ese sistema sí hay que mantener y conservar. Y el otro tiene que mejorar. En el segundo no se repara en gastos. En el primero se escatima todo lo que se puede.

Hay personas que ven pasar la vida y otras que agarran cada oportunidad. La vida le ha brindado nuevas posibilidades. Estoy seguro de que ya tiene algo mente. ¿Qué proyecto pasa ahora por su cabeza?

La Fundación acaba de abrir un centro en Sevilla. Tenemos más planes de expansión. Volver a reivindicar la atención a la segunda infancia y adolescencia y mejorar la atención temprana. Aligerar las listas de espera, que como siempre digo, deberían estar tipificadas como delito. Lo que está en juego es el futuro y mejoría de niñas y niños con trastornos en su desarrollo. Hijas e hijos de una misma tierra y un mismo sol que el resto de niñas y niños de Andalucía. Con los mismos derechos, pero con más necesidades. El grado de solidaridad de una sociedad se mide por la forma en que trata y protege a sus niñas y niños.

Le voy a sugerir que retome poco a poco el proyecto de la atención temprana pública en la segunda infancia. Sus niños le siguen necesitando, capitán.

Pues sí, como he dicho antes, tengo que seguir del lado de las niñas y niños, adolescentes y sobre todo de las familias y las madres, que derraman demasiadas lágrimas en la soledad de la alcoba.