Entrevista
José María Rondón: «La belleza es la mejor propaganda para el poder»
En su ensayo «Arte, dinero y poder» reflexiona sobre doce grandes fortunas
José María Rondón ha escrito un ensayo sobre doce grandes fortunas con «mucho arte», con el poder suficiente para sentirse impunes o que utilizaban «letras de cambio» a cambio de una infelicidad llamada dinero.
Su ensayo se titula «Arte, dinero y poder». ¿El orden de los factores altera el producto?
En primer lugar, están el poder y el dinero. El arte viene después para ratificar una posición de dominio o para tratar de modelar una imagen de gloria. La belleza es la expresión más refinada de propaganda.
Vemos al «arte» como sinónimo de gloria, el fulgor de la gloria de la que la propaganda tomó testigo. ¿Qué valor tiene hoy?
Frente a lo que podríamos creer en la era del «selfie», el arte mantiene un extraordinario valor simbólico. Digamos que no fue inocente la elección del sancta sanctorum del Museo del Prado –la sala de las Meninas– para la fotografía de familia de la cumbre de la OTAN celebrada en junio de 2022. España «vendía» allí su imagen al mundo a través de su mejor pintor, Velázquez.
¿Por qué ha elegido a estos doce personajes?
Son representativos de las distintas relaciones entre poder y arte. El Cid y El Gran Capitán son construcciones culturales realizadas a posteriori, en las que la pintura y las letras tuvieron un papel fundamental. Otros personajes tratan de exhibir su grandeza. Sucede con Lerma, quien acude a Rubens. Encontramos también a José María de Salamanca, quien reúne una impresionante colección de arte para competir con la vieja aristocracia. Por último, Demetrio Carceller, el fundador de Cepsa, sería la excepción. No tuvo ningún interés por fijar su imagen. En consecuencia, sus enemigos se ocuparon de contar su vida.
Entre los «del patíbulo» (doce) no hay ninguna mujer.
Es el resultado de una realidad histórica: los titulares de las grandes fortunas de España son hombres. Con todo, hay en el libro mujeres con un papel relevante. Por ejemplo, los cronistas resaltan el atinado acierto de María Alonso Coronel, esposa de Guzmán el Bueno, en la gestión de las rentas de una de las familias más poderosas de su época.
No me extraña después de leer la referencia a Rafael del Pino. Fundó Ferrovial junto a sus hermanos, por sus hermanas figuraron sus cuñados.
En el caso que cita, además, hay un claro interés económico. El padre de uno de sus cuñados era Agustín González de Amezúa, director de la Real Academia de la Historia, a quien situó en la presidencia de Ferrovial para acceder a los más influyentes despachos políticos. En 1952, cuando la compañía aún estaba en el proceso fundacional, consiguió su primer contrato con Renfe. El acuerdo se renovaba cada año y acabó durando dieciséis.
Curioso caso de Ferrovial que se haya marchado de España después de lo que cuenta su libro. No se movía una obra pública en la dictadura hasta que no llegaba la oferta de Ferrovial.
Ferrovial se convirtió en un «gigante» de la construcción gracias a las obras públicas: ferrocarriles, carreteras, puertos… Rafael del Pino Moreno es un personaje fascinante que encarna una deriva fabulosa: de alistarse como voluntario en el ejército golpista en el verano de 1936 a convertirse en uno de los padres de la beautiful people, aquel grupo de empresarios vinculado a los gobiernos de Felipe González.
Aun así su trabajo deja una sensación de «deja vú». Ejemplos: el Marqués de Salamanca recuerda a Ruiz Mateos o Mario Conde; el Duque de Osuna, a los «marichalados» sobrinos del rey, incluso al Emérito.
Podríamos concluir que el poder y el dinero han mantenido su fórmula a lo largo de los siglos. Ni los personajes del libro ni los actuales que cita tienen unas vidas, digamos, ejemplares.
Cosas del dinero y el poder. Usted que es «afortunado», si tuviese que elegir. ¿Con qué colección de arte se quedaría? O al menos escoja un cuadro, no le vamos a cobrar.
Por no ser acaparador como algunos de los personajes del libro, siempre que visito el Museo del Prado me detengo ante los dos paisajes que Velázquez pintó en la Villa Medici de Roma.
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