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Petición de apoyo

Sergio Codera, párroco de las 3000 Viviendas: "Aquí no hacen falta salvadores, hacen falta servidores"

Este salesiano habla sin filtros: de los jóvenes sin hogar, la fe en la cárcel, las misiones que llenaron de esperanza y los tiroteos que volvieron a romper la paz

Sergio Codera, con el barrio al fondo Mauri Buhigas

Hace ya casi veinte años que Sergio Codera llegó por primera vez a la parroquia de Jesús Obrero, en pleno corazón de las 3000 Viviendas de Sevilla. Venía como un salesiano joven, estudiante de teología, a colaborar los fines de semana. Lo que le fascinó entonces sigue intacto hoy: "La autenticidad de los salesianos que vivían aquí, cómo se entregaban y cómo los querían. Eran creíbles". También le impresionó el contraste. "Un barrio herido, con muchas situaciones difíciles y al mismo tiempo gente extraordinaria, llena de vida, luchadora y con una fe muy encarnada".

Esa primera impresión no ha cambiado. Si acaso, se ha profundizado. Hoy, este roteño evangelizador digital es párroco de Jesús Obrero, referente en el barrio, visitante habitual de la cárcel de Sevilla y compañero de camino de decenas de jóvenes sin hogar. Y lo hace con una convicción que suena a evangelio puro: estar con los que nadie quiere estar.

Las 3000 Viviendas: el barrio que resiste

Desde fuera, y gracias a ciertos medios sensacionalistas, se ve miseria, suciedad, delincuencia y abandono. Pero Sergio insiste en que esa no es toda la verdad. "Aquí hay mucha solidaridad, mujeres luchadoras, chavales con un corazón enorme. No es un lugar fácil, pero tampoco es ni mucho menos un infierno. Es un barrio que late, donde conviven mucha gente trabajadora, con otros que tratan de sobrevivir y de dar de comer a los suyos como pueden. Un barrio que resiste".

Hace seis décadas, muchos trianeros se fueron a vivir a las 3000 Viviendas buscando un hogar digno. Aquellas familias levantaron comunidad, crearon lazos, sostuvieron al barrio con esfuerzo y dignidad. Y esa memoria sigue viva. Por eso, cuando el pasado mes de octubre llegaron las Misiones de la Esperanza de Triana a la parroquia, la ilusión fue enorme. Durante días, vecinos, voluntarios y misioneros llenaron las calles de vida, de fe, de esperanza. "Fue precioso ver cómo el barrio se volcó. Cómo gente que llevaba años sin pisar la parroquia volvía a acercarse. Sentimos que algo estaba cambiando, que la esperanza volvía a prender".

Pero esa ilusión se truncó. Los últimos tiroteos en las 3000 Viviendas han vuelto a situar al barrio en los titulares, esta vez no por solidaridad ni por resistencia, sino por violencia. Sergio lo vive con dolor, pero también con claridad: "No podemos seguir así. El barrio necesita atención real, no titulares. Aquí hay mucha buena gente que quiere salir adelante, familias enteras que luchan cada día para que sus hijos tengan otra vida. Y eso no sale en las noticias". Por activa y por pasiva, ha pedido soluciones; no parches. Ni operaciones policiales esporádicas. Soluciones estructurales, acompañamiento social, y la reactivación del “proyecto integral del polígono sur”, que parece que ya quedó en el olvido.

El día a día en la parroquia Jesús Obrero es una mezcla de lo programado y lo imprevisto. Cada jornada trae actividades fijas, celebraciones, grupos que siguen su dinámica, pero también un cincuenta por ciento de imprevisibilidad. "A veces por cosas buenas, otras por retos y situaciones en las que no sabes por dónde tirar". Hay visitas a casas, acompañamiento a madres en duelo, bautizos, talleres de Cáritas para mujeres, clases de apoyo escolar con unos cien chavales y ochenta voluntarios, tres tardes de Centro Juvenil, catequesis, la Asociacion de Devotos de María Auxiliadora (ADMA), la Hermandad de Bendición y Esperanza, grupos de confirmación… "Los sacerdotes estamos en los momentos más alegres pero también en los más tristes de las personas. Intentamos acompañar siempre donde duele y también donde se sueña".

Ser salesiano en las 3000: ternura combativa

"Significa querer a todas las personas que Dios pone en tu camino, pero de forma especial a los que nadie quiere". Sergio habla de una ternura combativa, de estar presente con quien más lo necesita y, si es necesario, alzar la voz para hacer denuncia profética. "Significa creer en ellos más de lo que ellos mismos creen. Es confiar, acompañar, educar, rezar con ellos… y muchas veces, sufrir con ellos".

El párroco, junto a dos jóvenesMauri Buhigas

De la espiritualidad del barrio ha aprendido que la fe vivida con humildad es muy auténtica. "Aquí se reza de verdad, no de memoria". Ha aprendido a no hablar tanto y a escuchar más. A descubrir a Dios en los gestos pequeños: una abuela que hace un gran esfuerzo en venir a misa porque es lo que le da fuerza para seguir, un chaval arrepentido que pide perdón y busca luz para un nuevo comienzo, una mujer inmigrante que educa a sus hijos de forma extraordinaria, incluso premiándolos yendo a comer juntos al parque para que valoren lo que es estar juntos, como familia. "Es una espiritualidad del sacrificio… pero donde saben valorar lo que realmente importa. Veo a gente con muy pocas cosas, pero felices. Y en otros sitios gente que tiene de todo, pero vacíos. Merece la pena pasar por aquí".

La cárcel: magia, esperanza y reinserción

Cada semana, Sergio entra en centros penitenciarios. Lo hace acompañado de Conchi Recuero, una trabajadora social extraordinaria, y con un proyecto que suena curioso pero tiene una fuerza enorme: enseñar magia a los presos. "Aprender algo que parece imposible les devuelve ilusión, les hace sonreír, y sobre todo, les ayuda a recuperar la autoestima. Y es que cuando la magia llega al corazón, la ilusión se vuelve esperanza".

Mientras Sergio enseña magia, Conchi siembra futuro. "Ella es quien hace el trabajo más importante: los acompaña más allá del taller, conoce sus historias, se sabe el nombre de todos, y trata de tejer con ellos itinerarios personales de reinserción para cuando salgan. Somos un gran equipo".

Aunque no van como pastoral penitenciaria, sino desde un proyecto socioeducativo que cree en la reinserción, les mueve el Evangelio. "Nos dice claramente dónde está Jesús: en el preso. Y también nos mueve el cariño por muchos de esos jóvenes, a quienes ya conocimos fuera, y que ahora están solos, sin familia. Nosotros tratamos de ser esa familia que no desaparece, que cree en ellos más allá de sus errores. Porque sabemos —y se lo repetimos— que lo que han hecho no define lo que pueden llegar a ser".

La gente valora mucho que vaya a la cárcel como sacerdote. De hecho, muchas personas le dicen: "¡Qué bien! ¿Puedo ir contigo?". Pero no es tan sencillo. "Para entrar se necesitan permisos, formación, y sobre todo, un compromiso serio. No se trata de ir a ver 'cómo viven los presos' sino de estar, de acompañar, de crear vínculos reales".

Cuando la fe en prisión aparece, suele ser muy pura. Sin adornos. Sin discursos. "Se reza con dolor, con rabia, con culpa, con nostalgia... pero también con una esperanza que sorprende. La cárcel es un lugar donde se puede tocar fondo, sí, pero también donde uno empieza a buscar lo esencial". Es normal ver personas llorar mientras rezan, no porque se sientan culpables, sino porque se sienten queridas por Dios por primera vez. "Una fe así no se aprende en los libros. Ahí dentro, la fe es la mejor aliada".

A Sergio no le gusta tener prejuicios. Sus amigos le dicen en broma que para él todas las personas son buenas. "Yo prefiero pensar que todos tienen algo bueno dentro, aunque a veces esté muy escondido". Lo que sí se ha encontrado, muchas veces, son historias que tocan el corazón. "Chavales que han pasado por infancias durísimas, abandonos, maltratos… y que al final han terminado haciendo daño porque antes los han roto a ellos. A veces salgo de la cárcel con una pena profunda, pensando en todo lo que han tenido que sufrir para llegar a ciertos extremos. Y no es justo. No se trata de justificar lo que han hecho, pero cuando conoces su historia, ya no puedes mirarlos igual: dejas de ver culpables y empiezas a ver hijos".

Los pisos de acogida: una casa para jóvenes extutelados

Los salesianos, junto a la Fundación Don Bosco, gestionan cuatro pisos de acogida para jóvenes adultos extutelados. Son chicos y chicas que han estado bajo protección del sistema de menores y que, al cumplir los dieciocho, se ven fuera de los recursos públicos sin una red que los sostenga. "Nosotros les ofrecemos esa continuidad: un techo, acompañamiento, y la posibilidad de seguir formándose o buscar trabajo".

Son chavales muy buenos, insiste Sergio. "La mayoría viene con historias duras a la espalda, pero también con muchas ganas de salir adelante. Son agradecidos, responsables, y cuando sienten que confías en ellos, se entregan. Solo necesitaban una oportunidad real".

Últimamente, el primer reto es el idioma. Muchos vienen de otros países y hay que empezar por lo más básico: aprender español para poder comunicarnos, para poder entender y ser entendidos. Después viene lo más difícil: ayudarles a reconstruir una vida. "Y eso no se logra solo con normas. Hace falta presencia, paciencia y estrategia. Crear un clima de confianza, donde se sientan seguros, donde puedan empezar a imaginar un futuro".

Cuentan con un equipo educativo multidisciplinar que acompaña de manera integral en los procesos personales, formativos y de inserción laboral, gracias a la financiación pública y privada que facilita dicha intervención.

Acompañar significa estar en lo pequeño. "Dando un paseo, charlando en los banquitos de la calle, compartiendo la mesa en la cena, asomándome al aula para ver cómo van esas clases de español… Acompañar no es dirigir ni dar soluciones. Es compartir vida". Y en esa vida compartida, sin forzar nada, van surgiendo las conversaciones importantes, los consejos que calan, las palabras que ayudan. "Si no estás ahí, si no caminas con ellos en lo diario, esas cosas no salen. La confianza se construye más bromeando que dando charlas".

En muchos casos, sí se puede hablar de reinserción real. La mayoría de los chicos que llegan a los pisos lo consiguen: estudian, encuentran trabajo, aprenden a convivir. Aunque también hay algunos que vienen tan heridos que no se dejan ayudar, y acaban perdiendo la oportunidad. Pero el problema más grave no está en los que llegan, sino en todos los que no llegan a ningún sitio. "Porque no hay sitio. Bueno, a la calle, ahí sí".

"La reinserción es posible, pero con el sistema actual es muy difícil. Hay demasiados parches, demasiada burocracia, y muy poca visión de conjunto. A veces da la sensación de que preocupa más el juicio mediático que buscar soluciones reales. Y sin acompañamiento, sin comunidad, la palabra 'reinserción' se queda en eso: una palabra bonita, pero vacía".

Jóvenes sin hogar en Sevilla: el abandono institucional

El simple hecho de que un joven de diecisiete, dieciocho o diecinueve años no tenga dónde dormir ya es suficiente para marcarte, dice Sergio. "No hace falta una historia espectacular: basta con ver a un chaval durmiendo en la calle para sentir una mezcla de impotencia y rabia". Sufre mucho con eso. Y claro, se le ocurren mil formas de ayudar, de ofrecer soluciones… pero casi todas necesitan o mucho dinero privado, o voluntad política. "Y, por ahora, no he encontrado ninguna de las dos".

Es verdad que tienen un proyecto precioso en marcha: la creación de un Centro de Atención Integral que gestionarán fundamentalmente desde Cáritas parroquial. "Estoy convencido de que hará mucho bien al barrio y a quienes más lo necesitan. Pero aún estamos buscando la financiación. Ojalá llegue pronto, porque urge".

El abandono institucional juega un papel enorme. Muchos de los jóvenes que acompañan han pasado por centros de menores y, al cumplir la mayoría de edad, simplemente se han quedado en la calle. Otros llegan sin papeles y sin familia, lo cual es aún más duro: no existen para nadie, y eso es terrible. "Necesitan orientación, alguien que los ayude a confiar en sí mismos, a entender cómo funciona el sistema, a encontrar algo tan básico como una habitación. Pero lo que se encuentran, muchas veces, es una cadena de abandono. No es solo su situación familiar o personal, o lo que arrastran de su país de origen: es también un Estado que no llega, o que llega tarde y mal".

Los Servicios Sociales están desbordados. Sergio lo sabe. "No por falta de ganas, porque es un sector muy vocacionado, sino por falta de recursos".

A quienes piensan que muchos de estos chavales están así porque quieren, Sergio les responde con claridad: "Quizás todos seremos medidos con la misma compasión con la que miramos a los demás. Y la verdad, no me gusta esa actitud de superioridad moral, de mirar por encima del hombro como si el que mira fuera perfecto". Todos tenemos historias, heridas, contradicciones. "Fallamos. Pero es más fácil señalar que acercarse a escuchar. Y cuando uno escucha de verdad a estos chavales, se da cuenta de que nadie elige dormir en la calle, ni engancharse a los vídeos que les aíslan de su realidad, ni acabar en prisión. Lo que pasa es que juzgar desde lejos cansa menos que amar de cerca".

¿Qué le mueve a seguir con ellos, incluso cuando parece que nada cambia? "La fe en que Dios no abandona a nadie, y que la Iglesia somos sus brazos aquí en la tierra. Eso me sostiene, me motiva y me compromete". Sergio no es el salvador del mundo, ni siquiera del barrio. "Pero sí sé que Dios tiene una misión para mí y mi parroquia. Y junto a mis hermanos, y con toda la gente buena que nos apoya, seguiremos haciendo todo lo posible y más".

La fe que sostiene

Aquí Sergio experimenta lo que Don Bosco vivía en Valdocco: no tener nada y, sin embargo, que las cosas vayan saliendo. "La Providencia actúa, y lo hace con delicadeza, a su tiempo, como un padre que no olvida a sus hijos. Eso me enseña a no preocuparme tanto, sino a confiar más… Sin fe, sería imposible seguir adelante. Pero cuando uno confía, Dios se encarga del resto. Esa confianza me da paz y fuerza para seguir".

Encuentra consuelo cada noche, cuando al acostarse y hacer su oración, revisa el día y ve que todo ha valido la pena. "Don Bosco se acostaba muchas veces agotado pero feliz, y yo eso lo vivo tal cual, aunque no todos los días sean buenos, y haya dificultades, siento que es un regalo muy grande poder trabajar en nombre del Señor. Lo siento muy cerca, y eso me sostiene. Sin esa certeza, sin esa fe, sería imposible".

Sergio Codera, en la parroquiaMauri Buhigas

Solo, en ningún momento se ha sentido. "En esta parroquia hay gente buenísima, con mucha experiencia, que lleva años entregándose. Tengo a mi padre cerca con el que hablo mucho, a mi comunidad, que me arropa y con la que comparto todo. Cuento con el apoyo de mis superiores, mis hermanos sacerdotes, mis amigos… también con mis seres queridos que me dan luz desde el cielo. Y, sobre todo, tengo a Dios, que es mi fuerza, y mi todo. Es imposible sentirse solo". Ahora, ¿desbordado? "Eso ya es otra cosa". (Ríe). "Me faltan horas en el día. Y a veces también me siento pequeño ante ciertas situaciones. Ahí es cuando pido luz a Dios… o llamo a un especialista, según lo que toque. Me acuesto agotado, sí. Pero feliz. No porque todo sea bonito —hay historias muy duras—, sino porque tengo la suerte de estar donde creo que tengo que estar".

Los sueños que no se apagan

Sergio sueña con una parroquia donde cada vez más personas se encuentren con Jesucristo. Un lugar donde María Auxiliadora sea de verdad madre para muchos: para quienes no la han tenido cerca o para quienes ya no la tienen al lado. Como Don Bosco, sueña con un proyecto socioeducativo que responda a las necesidades del barrio, de sus jóvenes, que enseñe y que transforme. "Sueño con que los jóvenes crean en sí mismos, que descubran que valen mucho, porque Dios los ama, los ha llenado de cualidades muchas veces aún por descubrir, y sobre todo, que no se ha olvidado de ellos".

Ahora mismo, hablando de sueños, uno de los más grande que comparte con toda la gran comunidad de Jesús Obrero es la creación de ese Centro de Atención Integral junto a la parroquia. "Lo pensamos especialmente para quienes más lo necesitan: las familias de Cáritas, las mujeres del Proyecto Mujer, y los más de cien niños y adolescentes que vienen cada semana al apoyo escolar. Con más espacio, podríamos llegar a muchos más. Ciertamente, lo necesitamos. Será una nueva puerta de esperanza, una forma concreta de seguir ayudando... y de seguir soñando con y para los demás".

A quienes nunca pisarían las 3000 Viviendas de Sevilla, Sergio les pide que no tengan miedo. "Que se acerquen con tranquilidad. Pueden coger el 32 que para en la misma puerta de la parroquia. Estáis invitados a misa los domingos, a las doce, es toda una experiencia, muy viva, con mucha fe y alegría. El mejor momento de la semana. Donde Dios nos da la fuerza para seguir y donde nos encontramos todos, como familia". Aquí hay mucho que aprender. "No hacen falta salvadores, ya tenemos a Jesús. Él es el único Salvador. Hacen falta servidores, gente dispuesta a arrimar el hombro, con humildad, con constancia".

¿Qué le gustaría que dijeran de él cuando ya no esté? "Que fui una buena persona, y que, aunque me equivoqué muchas veces, intenté hacer el bien siempre con alegría y con fe".