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Justicia sin hormonas

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Justicia sin hormonaslarazon

Por Carlos Navarro Ahicart

Vuelven a arder las redes sociales, las conversaciones a pie de mesa y, cómo no, las calles. La Manada anda suelta. Los acusados por el abuso sexual de una joven en San Fermín han sido puestos en libertad hasta que exista una sentencia firme por su caso tras dos años de prisión provisional. Algo que, como era de esperar, no ha gustado a casi nadie. Pero no estoy aquí para hablar de La Manada, y mucho menos para valorar una decisión judicial que no estoy en posición de destripar por falta de formación y por puro desconocimiento. Una consideración que otros miles de personajes no tienen, a juzgar por los últimos trending topics de estas horas.

Yo vengo a hablar de la turba y de poner la Justicia en manos de una masa enfurecida y desinformada. De un populus que, sin tener ni la más remota idea de Derecho y sin haberse leído siquiera la sentencia, se cree con toda la legitimidad del mundo para salir a la calle, gritar cuatro consignas maliciosas y exigir que sea la gente la que juzgue a La Manada, en vez de nuestros jueces. Un concepto rocambolesco, kafkiano y terrorífico más propio de sociedades en vías de desarrollo que de una civilización como la nuestra, cuna de Occidente, que ha logrado dar luz a un sistema de separación de poderes que asegura la libertad y blinda el sistema contra actitudes dictatoriales más frecuentes en el siglo pasado. Olvídense de todo eso: la gente se ha vuelto loca.

Evidentemente, y dejando a un lado cualquier valoración sobre el caso, todo el mundo quiere que cualquiera (mujer, hombre, menor o adulto) pueda pasear tranquilamente por la calle, salir de fiesta, ir a un bar o realizar la actividad que mejor le parezca con total libertad, sin el miedo a ser asaltado, agredido o dañado por absolutamente nadie. Ese es el estado ideal de las cosas, lo que todos deseamos. Utopía, aprovechando la festividad de Santo Tomás Moro. Pero, por desgracia, no es un estadio que se pueda alcanzar a día de hoy, por lo que debemos valernos de la prevención y de las leyes y la aplicación de la Justicia para evitar que vuelvan a repetirse este tipo de situaciones. Hasta ahí, todos de acuerdo, ¿no? Leyes más duras, mayor vigilia y un sistema sólido que ejemplarice de cara al futuro. Hasta ahí.

El problema llega cuando no nos gustan las decisiones judiciales. Tras valorar el caso, los jueces determinan que 9 años de prisión es la pena (en principio) adecuada al delito cometido por los integrantes de La Manada, que ya llevaban 2 años en la cárcel a la espera de juicio. Se acaba este plazo y, como no hay indicios de posible reincidencia, los jueces determinan que la situación computa para que los jóvenes salgan en libertad provisional a la espera de una sentencia en firme. Un procedimiento habitual. Pero este caso ha generado tal alarma social, tal crispación y tal ardiente pasión entre, especialmente, el feminismo patrio, que de repente la decisión judicial se convierte en algo inadmisible. La gente se lanza a la calle de nuevo, se tienen que asignar escoltas a los jueces y al abogado de la defensa y todo el mundo se vuelve absolutamente loco. La furia dictando los pasos a seguir de todas las instancias de nuestra sociedad. Políticos asintiendo ante la histeria colectiva, feministas y demás colectivos exigiendo ahorcar a los acusados en plaza pública, asociaciones de jueces progresistas desautorizando a sus colegas, y la democracia con el rabo entre las piernas porque esto parece la Francia revolucionaria.

No nos volvamos locos: quien la hace, la paga. La Justicia puede ser más o menos lenta, pero es efectiva y garantista. Hay una sentencia provisional que, tras los recursos y lo que se decida posteriormente, será firme, y los acusados tendrán que asumir todas las consecuencias legales más allá de la soberana repulsa social que ya pesa sobre ellos. Lo que no podemos hacer es permitir que el principio más fundamental de todo sistema democrático, la separación de poderes, esté entre la espada y la pared porque un puñado de críos sin el más mínimo criterio más allá del hormonal y las oportunistas hordas del feminismo de enésima ola se lancen a la palestra sin pensarlo. Todo procedimiento tiene un orden estudiado, valorado y consensuado, y no es por el falocentrismo de la Justicia ni por ningún término absurdo similar.

Es democracia. Es libertad. Es protegernos de la barbarie y del fascismo. Es algo que los incendiarios jamás comprenderán.