Religion

Fernando Sebastián, el reaccionario

Fernando Sebastián, el reaccionario
Fernando Sebastián, el reaccionariolarazon

“En realidad, los hombres son progresistas cuando están levemente atrasados con respecto a su época y son reaccionarios cuando están levemente adelantados a los tiempos”. Aplicando esta sentencia paradójica de Chesterton al momento histórico de la Transición, el claretiano Fernando Sebastián podría ser considerado como un auténtico reaccionario al servir de instrumento útil para aplicar con acierto el Concilio Vaticano II y comprender la necesidad apremiante de la Iglesia en desmarcarse de una sórdida vinculación con el poder político, practicando así la virtud de la eterna vigilancia que entraña el precio de la libertad. Sin ninguna postura peligrosa ni rupturista, la Iglesia española apostó en aquel tiempo con decisión por la transición hacia la democracia.

El Concilio creó nada menos que un cambio de gravitación histórica, especialmente con el decreto sobre la libertad religiosa Dignitatishumanae, contribuyendo a que la Iglesia en España y la influencia social de los católicos se convirtieran en factores determinantes en la transición pacífica y reconciliadora hacia la democracia. A pesar de tanto obispo necio, de los que nunca descansan, Pablo VI tenía la obligación de renovar un episcopado afecto al Régimen, exultante de sestear en una Iglesia sin libertad para anunciar el Evangelio, sin credibilidad en su desazón por elaborar apologías incapaces de justificar un anclaje espurio. Sólo algún redomado imbécil podría interpretar como una agresión de Roma lo que significaba la necesaria respuesta institucional por estar más interesado por la persona que por el sistema político, por el hombre que por el Régimen, por el bien común y la salubridad jerárquica que por extrañas y nostálgicas alianzas, la preocupación de contribuir sin moralismos ni mensajes ambiguos a la reconciliación y a la paz.

Pero los hechos han demostrado que la democracia y la sola política no cambian los corazones. La izquierda política no acepta la transición como algo definitivo, sino de forma estratégica y provisoria, rechazando la sociedad tradicional, plasmando el odio, el revanchismo político y la manipulación partidista de la historia con memorias selectivas que todavía llevan a la exigencia de la exhumación del general Franco del Valle de los Caídos. El mismo Fernando Sebastián tuvo la oportunidad de referirlo en un panfleto desafortunado del PSOE en diciembre de 2006, Constitución, Laicidad y Educación para la Ciudadanía, donde la religión era presentada como fundamentalismo y el socialismo se mostraba como impulsor de los nuevos derechos de ciudadanía como el matrimonio entre homosexuales y el aborto. El entonces arzobispo Fernando Sebastián, publicaría Lectura crítica del manifiesto del PSOE, un valioso texto donde se invitaba a un diálogo público capaz de abordar las relaciones entre religión y laicidad. Sin embargo, la indigencia intelectual del secretario de organización, José Blanco, y el anticlericalismo del autor del panfleto, Álvaro Cuesta, unidas a la falta de elaboración de una línea cultural y política sobre la laicidad en el socialismo, imposibilitaron cualquier respuesta ajena a la soflama de adoctrinamiento laicista.

Aquella Lectura crítica proponía una serie de tesis que condensaban las líneas del pensamiento mayoritario de los obispos: el Estado no puede imponer un código moral ideológico; existe un orden moral objetivo por encima de cualquier ley positiva a la que ésta debiera someterse, renunciando a establecer como derechos comportamientos incompatibles con principios morales fundados en la recta razón; la religión tiene una dimensión pública, siendo necesario establecer unas bases morales comunes para preservar la identidad y dignidad ética de España, sin eliminar un Principio superior que es autor de la vida y fundamento de la libertad y de la conciencia del hombre. La última intervención del ya creado cardenal Sebastián tuvo lugar con motivo del Congreso “La Iglesia en la sociedad democrática”, organizado por la Fundación Pablo VI, con una cerrada defensa de la libertad religiosa del Cardenal que encontraría en la exvicepresidenta del Gobierno y actual presidenta del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, la prueba de que los viejos defectos retornan como las malas hierbas, al manifestar que “la libertad religiosa pertenece al ámbito privado”, cuando en realidad dicha libertad es poseedora no sólo de una dimensión individual, sino también social y pública.

Profesor y pastor, Fernando Sebastián escribía sin descanso, presentando la fe cristiana como don de Dios y camino de salvación, considerando que siempre es tiempo de evangelización, alertando a los pastores y educadores para profesar y vivir la fe en un medio “inhóspito y hostil”. Pero también entraba sin complejos en la arena política, como antaño hiciera negociando con los socialistas los Acuerdos Iglesia-Estado, el sistema de financiación a través de la renta y la clase de Religión: “en la vida pública se presentan con claridad los laicos, los socialistas, los comunistas, ¿por qué no vamos a hacerlo también los católicos?”. Abogaba por la presencia de un partido democrático inspirado en el humanismo cristiano como contrapeso contra los radicalismos de derecha y de izquierda, por una política inspirada en la fe cristiana que garantizase el respeto a la verdad y a la justicia, por la necesidad de políticas que nos ayuden a superar envidias y desmesuras, una salud moral que sólo se conseguirá con dirigentes honrados y justos. Propugnaba una política capaz de profundizar en el camino de la dignidad de la persona, en la verdadera naturaleza de la libertad humana y de la verdadera autoridad, en la primacía del bien común, en el ideal permanente de acercamiento entre todos los pueblos, de la convivencia y de la paz. Todo ello en una visión integral del hombre, que tenga en cuenta el bien material y espiritual, la vida económica y la vida moral de las personas. Semejante política de inspiración católica favorecería el acercamiento de los pueblos de diferentes culturas y religiones en un ideal de convivencia universal como mejor denuncia contra los localismos y nacionalismos cuya influencia en las actuaciones eclesiales preocupaba y padecía en su tiempo de arzobispo de Pamplona y Tudela.

Apartado de la Universidad Pontificia de Salamanca por ser demasiado progresista (según el espíritu de la época), Pablo VI, “el Papa de mi vida y el amigo incomprendido de España” (sic), lo rehabilitó, como hiciera con el académico Olegario González de Cardedal. La aparición de Juan Pablo II lo mantendría en un segundo plano público, después de que el cardenal Tarancón lo propusiera para arzobispo de Madrid. El papa Francisco quiso vendar la herida con el premio de la birreta cardenalicia a un hombre de intensa vida académica y de firmes convicciones, de carácter y de gran inteligencia, de señorío al conversar pero con cierta afectación como es el hombre conocedor de sus propias cualidades. Él mostró su gratitud poniéndose de su parte en el malestar creado por las “dubia”, acerca de algunas afirmaciones de la exhortación “Amoris laetitia”. La Iglesia en España, además de confiarlo a la misericordia de Dios, sólo puede manifestar reconocimiento a un hombre investido de una gran dignidad en el hablar y en el actuar, libre por reaccionario, defensor de la unidad de España, inquieto y querido, tan ambicioso en su propia exigencia como humilde en su entrega a Dios y a la Iglesia.