
Cultura
El eco imperecedero de la protectora eterna de la Montaña Palentina
El Premio Nacional de Fotografía Piedad Isla, impulsado por la Diputación de Palencia, eleva su legado etnográfico y rural a la excelencia artística

En la Montaña Palentina, donde el viento azota los valles y los pueblos se aferran a la memoria como raíces a la tierra, nació una figura irrepetible: Piedad Isla. No fue solo una fotógrafa, sino una cronista visual, una etnóloga autodidacta que capturó el alma de un mundo en desaparición. Su legado, preservado y exaltado por la Diputación de Palencia, culmina en el Premio Nacional de Fotografía Piedad Isla, un galardón que no solo honra su nombre, sino que se ha erigido como uno de los más prestigiosos del panorama español. Con 16 ediciones desde el año 2010, este premio ha reunido a titanes de la lente, desde Cristina García Rodero hasta Claudio de la Cal, lo que le consolida como un faro de la fotografía social, documental y humanista.
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La institución provincial, con visión estratégica y compromiso inquebrantable, ha transformado un reconocimiento local en un evento de resonancia nacional, atrayendo jurados de élite, exposiciones itinerantes y un prestigio que trasciende fronteras. En palabras del vicepresidente de la Fundación Piedad Isla-Juan Torres, Maximiliano Barrios Felipe, "el premio es muy querido por los fotógrafos; a todos les hace especial ilusión". Y no es para menos: representa la coherencia de una trayectoria, el compromiso con lo rural y la innovación en la captura de lo efímero.
El Premio Piedad Isla no es un mero galardón; es una celebración de la fotografía como herramienta de memoria colectiva. Creado en 2010, un año después del fallecimiento de Piedad en noviembre de 2009, surgió como respuesta institucional a su ausencia. La Diputación de Palencia, bajo la batuta de su área de Cultura, vio en él la oportunidad de perpetuar el espíritu de una mujer que, montada en su Vespa, recorrió caminos impracticables para documentar la España vaciada antes de que el término existiera. "Piedad Isla fue mi maestra sin conocerla", declaró Cristina García Rodero, la primera galardonada en 2010, una afirmación que resuena como un mantra entre los premiados.
García Rodero, pionera en la agencia Magnum y maestra de la fotografía etnográfica, encontró en Piedad un espejo de su propia obsesión por las tradiciones populares. Su obra, marcada por fiestas ancestrales y rostros curtidos, dialoga directamente con las imágenes de Piedad Isla: campesinos con yuntas de bueyes, herreros en forjas humeantes, mujeres que hilan en ruecas bajo la luz mortecina de las chimeneas.
La evolución del premio ha sido meteórica, gracias al empuje de la Diputación. Lo que comenzó como un homenaje provincial se ha convertido en un referente nacional, con un jurado compuesto por diputados de todos los grupos políticos, representantes de las dos principales asociaciones fotográficas de España, el último premiado y dos o tres galardonados previos. Esta estructura garantiza transparencia y consenso, como explica Carolina Valbuena, diputada de Cultura. "Hay debates sanos, coloquiales, donde cada uno defiende su postura con libertad", afirma la diputada a Ical. Los criterios prioritarios: coherencia, trayectoria, compromiso social, innovación y, sobre todo, un vínculo con el espíritu de Piedad. No se premia la fama efímera, sino la profundidad humanista.
"Intentamos unir la figura de Piedad y su trabajo al fotógrafo candidato", añade Valbuena. Así, el premio ha honrado diversidad: desde el neorrealismo crudo de Ramón Masats (2011), capturador de la España franquista en transición, hasta la movida madrileña vibrante de Ouka Leele (2012), cuya explosión de color y creatividad contrasta con la sobriedad rural de Isla, pero comparte su mirada benevolente.
Colita (2013), la fotógrafa catalana encontró en Piedad Isla un refugio de autenticidad. Su obra, un compendio de mujeres pioneras en la fotografía española, resalta cómo Isla fue una anomalía: autodidacta en un mundo rural machista de los años 50 y 60, sin influencias de Cartier-Bresson o Giacometti, que descubrió tardíamente. "Fotógrafas ha habido, pero urbanitas, de familia burguesa", apunta Barrios Felipe. Piedad, en cambio, era la fotógrafa de Cervera de Pisuerga, la que hacía carnés de identidad y cubría bodas para subsistir, mientras su pasión etnográfica la impulsaba a rescatar aperos olvidados y formas de vida extinguidas.
El salto cualitativo del premio se evidencia en sus galardonados posteriores. Chema Madoz (2014), maestro del surrealismo fotográfico, aporta innovación conceptual, manipulando objetos cotidianos para cuestionar la realidad, un eco lejano de cómo Piedad transformaba lo mundano en eterno. Marisa Flórez (2015), cronista gráfica de la Transición española, con “imágenes icónicas como Suárez solo en el escaño o Carrillo descendiendo escaleras con Ibárruri”, recuerda Maximiliano. Imágenes que encarnan el compromiso social que Valbuena destaca. "Denunciar situaciones o tragedias, ofrecer una visión amable de lo insignificante", objetivos importantes a la hora de decidir a los premiados y que destaquen tanto, como lo hacían las fotografías de Piedad Isla.
Juan Manuel Castro Prieto (2016), revelador de negativos históricos y Premio Nacional de Fotografía, fue clave en la digitalización del archivo de Isla, positivado en su estudio madrileño. "Era el mejor de blanco y negro para artistas consagrados", recuerda Barrios.
Tino Soriano (2017), colaborador de National Geographic, trae el viaje y la exploración global, pero siempre con raíz humanista. Juan Manuel Díaz Burgos (2018) profundiza en la memoria colectiva; Josep María Ribas i Proust (2019) revive técnicas del siglo XIX como la platinotipia, honrando el oficio puro que Piedad ejerció sin pretensiones artísticas iniciales. José Manuel Navia (2020), cuyo libro sobre la Montaña Palentina dialoga directamente con Isla, une literatura y paisaje rural. Pilar Pequeño (2021) explora la naturaleza íntima; Javier Bauluz (2022), primer español con un Pulitzer por su cobertura de inmigración, denuncia la España vaciada con crudeza periodística.
Sofía Moro (2023) y Benito Román (2024) continúan esta línea, y Claudio de la Cal (2025), el más reciente, pone el foco en pueblos con menos de 30 habitantes, "denunciando la despoblación con similitud a Piedad", como señala Valbuena.
La Diputación ha sido el motor de este ensalzamiento nacional. Desde la subvención inicial en 1992 para catalogar la colección museográfica de Piedad –que comenzó en su casa-palacio del siglo XV en 1980–, hasta la creación de la Fundación en 2000 y el curso de fotografía en 2009, la institución ha invertido en preservación y difusión. Digitalizaron 60.000 negativos con fondos europeos, organizaron exposiciones con positivos de Castro Prieto y promovieron reportajes en El País Semanal que catapultaron a Piedad al mapa nacional.
Hoy, el Museo Etnográfico de Cervera, indisociable de su figura, es un centro vivo. "Un homenaje a la gente del territorio y un testimonio para nuevas generaciones", dice Barrios. Los premiados lo visitan invariablemente, atraídos por el entorno que forjó a Isla, reconoce el vicepresidente de la Fundación con un halo de admiración por todos y cada uno de ellos, lo que demuestra un encandilamiento que solo los amantes por las instantáneas son capaces de describir.
Piedad Isla no buscaba gloria; su fotografía era subsistencia, su etnografía pasión. A mediados de los 70, alertada por el cierre de minas y la motorización agrícola, recopiló piezas donadas o compradas, abrió su hogar a colas de vecinos y capturó estampas irrepetibles: animales de tiro antes de los tractores, mesas de madera antes de la formica. Junto a su marido Juan Torres, salvó una memoria que ardía en hogueras de olvido. "Ella era parte de ese paisaje, con esa mirada benevolente", describe Barrios. Autodidacta, pionera rural, mujer en un oficio masculino, su crudeza neorrealista siempre fue compasiva.
Maximiliano señala que los dos pilares que impulsaron a la fotógrafa y etnóloga a transformar su casa-palacio del siglo XV en Cervera de Pisuerga en un museo etnográfico vivo desde 1980 fueron un homenaje profundo a la gente de la Montaña Palentina, cuyos esfuerzos y sudores forjaron las comodidades modernas, y un testimonio educativo para las nuevas generaciones, ante el olvido doloroso que Piedad presenció en los hijos de la emigración.
"Lo que le incitó a abrir el museo fue cuando vio que esos jóvenes, estudiando Medicina en Madrid gracias al sacrificio de sus abuelas –que hilaban en ruecas hasta dejarse los dedos y los ojos exhaustos para labrar un futuro a sus hijas–, no sabían qué era una rueca ni un trillo", explica Barrios, quien ha reconstruido esta motivación no verbalizada pero implícita en las anécdotas de Isla. Este dolor por la desconexión generacional la llevó a recopilar miles de piezas -donadas, compradas o rescatadas de chatarrerías-, lo que convirtió su hogar en un santuario de memoria colectiva donde los visitantes no solo contemplan aperos olvidados, sino que aprenden la dignidad del trabajo rural que sustenta el presente.
El premio, con dotación económica, exposición monográfica y edición de catálogo, ha elevado estos valores. "Es un premio nacional con relevancia, no de provincia", insiste Valbuena. Ha impulsado carreras: algunos galardonados recibieron reconocimientos posteriores, validando su objetividad. El jurado, con debates apasionados, asegura consenso. Y la promoción de la Montaña Palentina es colateral, ya que los premiados descubren Cervera de Pisuerga, su entorno, su museo, incluso su Vespa legendaria cada vez que visitan Palencia para recoger su más que merecido galardón. “Hay una parte muy positiva que es la promoción de nuestra querida montaña porque al final hablar de Piedad Isla significa que mucha gente descubre la Montaña Palentina. La mayor parte de los fotógrafos conoce el trabajo de Piedad”, asegura Valbuena.
En 2025, el fotógrafo benaventano, Claudio de la Cal recibirá su premio en una ceremonia que, por primera vez, se abrirá al público amante de la fotografía en un reconocimiento en el teatro Ortega de la capital el próximo 6 de noviembre a las 19 horas. De la Cal, un fotógrafo con una trayectoria sobresaliente, además de un creador profundamente arraigado en la cultura y la memoria de nuestros pueblos, ha convertido a lo largo de los años la fotografía en una herramienta de reflexión, testimonio y resistencia ante el olvido.
Además, este año la ceremonia tendrá un momento muy especial con el preestreno de la película documental ‘Isla Indómita’, de Pablo García y Miguel Sánchez, que se nutre de entrevistas realizadas tanto a personas muy cercanas a Piedad Isla, y que le conocieron en vida. “El productor y el director se han volcado para producirlo y nosotros vamos a tener la suerte de poder verlo en exclusiva, antes de su estreno previsto para la primavera del próximo año”, señala Carolina Valbuena. “Aunque no es una película definitiva, quizá por eso puede llegar a ser más atractiva”, completa.
Piedad Isla, la guardiana de lo efímero, vive en cada clic de sus herederos. Su premio no solo alaba genios; ensalza la fotografía como acto de resistencia cultural. En una España que aún vacía sus pueblos, este galardón grita: recordad, documentad, amad lo cotidiano. Porque, como dijo García Rodero, Piedad fue maestra de todos.
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