Opinión
Ninguna ecografía predice quién serás
"El suspense del género ya no dura nueve meses. Dura una vida. Y eso, lejos de ser una amenaza, puede ser una de las formas más bellas de libertad"
No hace mucho, el embarazo tenía un clímax claro, descubrir si venía un niño o una niña. Sí, era casi un ritual familiar, las abuelas, con su ojo entrenado, juraban que la forma de la barriga era infalible.
¿Y qué decir de los padres? Hacían apuestas en cenas y sobremesas mientras esperaban la ecografía de la semana 20. Y el día de "los hechos" (en un momento) ya estaba decidido todo: el rosa o el azul, el nombre y hasta la habitación decorada.
Es curioso (opinión subjetiva) la historia parecía estar escrita antes de empezar. Creo que la historia, como la vida, se mueve y hoy el género dejó de ser una certeza prenatal para convertirse en un proceso vital.
Lo que antes se resolvía con una frase “es niño” o “es niña” ahora se despliega a lo largo de los años. Creo que a día de hoy ya no hablamos solo de anatomía, sino de algo más potente: identidad. Sí, de cómo cada persona se siente y se nombra a sí misma. Me da la sensación que el misterio ya no se revela en el útero, sino en el tiempo.
Creo que vivimos en una época en la que el género ya no es un casillero fijo, más bien es un territorio por explorar. Hay quienes se reconocen en el género que se les asignó al nacer, y quienes no. Hay identidades trans, no binarias, fluidas, agénero, bigénero y muchas otras formas legítimas de ser. Cada una nace de un proceso íntimo y profundo, no de una moda pasajera. No son etiquetas para dividir, sino para nombrar realidades que siempre existieron, aunque no siempre tuvieron palabras.
Para quienes crecimos con la idea de que el género era un dato biológico, este cambio puede generar desconcierto. Lo que antes se resolvía en 9 meses ahora puede necesitar 9, 19 o 29 años. Todo en la vida (opinión subjetiva) requiere paciencia, escucha y, sobre todo, respeto. No se trata de entenderlo todo de inmediato, sino de abrir espacio para que cada persona pueda definirse por sí misma.
Acompañar implica soltar el control. Implica renunciar a ese deseo de tener respuestas rápidas y aceptar que no hay mapa cerrado, sino caminos que se van trazando. Es criar sin imponer un destino. Es mirar a quien tenemos delante no como alguien que debe encajar en un molde, sino como alguien que está construyendo su propio molde.
La gran pregunta ya no es “¿será niño o niña?”, sino “¿quién será esta persona que me toca acompañar en su camino?”
Quizás lo más revolucionario de esta época no sea la diversidad de identidades, sino la posibilidad de nombrarse en libertad. Antes, el género era una línea recta. Hoy es una constelación de trayectorias personales.
La gran pregunta ya no es “¿será niño o niña?”, sino “¿quién será esta persona que me toca acompañar en su camino?”.
Y aunque eso pueda dar vértigo, también encierra una promesa poderosa: la de criar seres humanos que puedan habitarse plenamente, sin máscaras, ni jaulas ajenas.
El suspense del género ya no dura nueve meses. Dura una vida. Y eso, lejos de ser una amenaza, puede ser una de las formas más bellas de libertad.
Si en algún momento creímos que el género era una respuesta, hoy entendemos que es una pregunta abierta. Y quizá ahí esté la verdadera evolución: dejar de definir a las personas desde fuera y empezar a escucharlas desde dentro.
Porque al final, no se trata de enseñar a ser, sino de permitir que cada quien sea. “Yo soy más libre que el aire.” Excelente reflexión de nuestro gran Federico García Lorca. ¿Lo ven? Lo que digo siempre, el legado de los clásicos es una maravilla hoja de ruta atemporal.