
Opinión
Vienen días de memos y memeces (y ni Santa nos salva)
"Creo que la memez actual es sofisticada, o al menos pretende serlo"

Hay épocas del año donde la memez, esa criatura ubicua y sin pudor, se pasea como si fuese patrimonio cultural inmaterial. Sí, no hace falta buscarla: aparece en el metro, en la oficina, en la sobremesa, y sobre todo en la jungla digital donde la estupidez se exhibe como trofeo... Y ya entrados en diciembre, esa fauna se arropa con su disfraz favorito: el buenismo de salón. El mismo que reparte abrazos hipotecados, consejos de autoayuda con frases recortadas de Pinterest, y deseos de paz mundial mientras empuña el tenedor como lanza en una cena familiar. ¡Patético!
Creo que la memez actual es sofisticada, o al menos pretende serlo. Ha aprendido a maquillarse con datos, hashtags y hasta guiños pseudo-filosóficos. Pienso que la gente ya no dice bobadas; “las argumenta”. Como quien envuelve un regalo feo con un lazo enorme, la memez de hoy se justifica con frases tipo “es mi opinión”, “es mi verdad” o el clásico “tenemos que dialogar desde el amor” justo antes de dar bloquear a medio planeta.
Pongamos ejemplos, porque sobran:
El profesional de la “salud emocional” que reparte diagnósticos como pulseritas del domingo, pero entra en pánico si el repartidor se retrasa diez minutos.
El “concienciado ecológico” que presume su termo reutilizable, pero exige a Amazon tres entregas separadas para que lleguen antes del 24.
La influencer que predica “lo importante es la conexión humana”, pero bloquea a quien no comenta “¡Qué bella!” en todas sus fotos.
El filósofo de WhatsApp que comparte cadenas sobre la bondad universal, pero ignora al abuelo que le pide que lo llame.
El oficinista zen que habla de fluir con la vida mientras suelta sermones pasivo-agresivos en la cena de empresa porque no ganó el intercambio de regalos.
Y luego viene la mutación navideña. El buenismo de salón se vuelve epidémico. De pronto, todos son sensibles, todos tienen “propósitos”, todos quieren “cerrar ciclos”. Y ahora viene lo mejor (sonrío) se organizan cenas con discursos sobre la empatía, mientras se practica el deporte ancestral de pasar factura emocional y económica.
La escena es teatral:
gente que no se soporta brindando como actores de reparto;
familias que se odian, intercambiando presentes como misiles envueltos;
empresas que explotan a los empleados durante el año, dando un bono microscópico con un mensaje impreso de “gracias por tu esfuerzo”.
Lo tragicómico es que esta representación se hace con absoluta seriedad. No hay ironía. El teatro es solemne: como si la memez, envuelta en guirnaldas se volviera virtud...
¡El marketing emocional tiene más poder que el pensamiento crítico!
Sería refrescante, casi subversivo, que alguien dijera simplemente: “no soy mejor persona porque sea diciembre”. O: “no pretendo salvar el mundo, solo trato de no hacerle daño”. Esa honestidad minimalista, esa coherencia sin maquillajes, sería una ducha fría contra tanto sermón decorativo.
La memez no se extinguirá. Es demasiado útil para la autoimagen. Demasiado cómoda para la conciencia. Pero al menos podemos reconocerla: reírnos de ella, exponerla con ironía, y cuando toque, quitarnos de encima el disfraz de buenísimos de salón. No para hacer un manifiesto; solo para no vivir en una escenografía de cartón piedra.
En un mundo saturado de ruido moralista, la verdadera disidencia es actuar sin alardes. Y sí: quizá diciembre necesita menos luces y más silencio; menos mensajes huecos y más acciones discretas. A la memez se la derrota sin discursos: solo con coherencia. Y, paradójicamente, esa coherencia suele ser invisible. Como todo lo genuino.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


