Medio Ambiente
El 15% de las zonas urbanizadas de Cataluña está en suelo inundable
La Generalitat permitió hasta 2002 construir en este tipo de superficies. «Han alterado el equilibrio natural»
Con el aumento de temporales bárbaros, España adoptó hace tres años el sistema europeo de bautizar a las borrascas potencialmente peligrosas. Cada temporada se elabora una lista en la que se intercalan nombres de mujer y de hombre por orden alfabético. A la tormenta que acaba de dejar en Cataluña cuatro fallecidos, un desaparecido, una setentena de heridos, pérdidas millonarias y sufrimiento, le ha tocado el nombre de Gloria ¡Menuda ironía!. El Mediterráneo está acostumbrado a lidiar con fenómenos extremos. El mismo Homero, en la «Odisea» habla de «una repentina tempestad que desgarra las velas y sacude las naves» en las que viaja Ulises. Pero lo que hace excepcional a Gloria es que «cuatro fenómenos (lluvia intensa, nieve, viento y un fuerte oleaje) coincidan en el tiempo, durante tres días y afecten a una región tan amplia, de Almería al sur de Francia», cuenta el profesor de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona (UB), Joan Manuel Viplaplana, experto en riesgos naturales y catástrofes asociadas.
Temporales más frecuentes
Vilaplana coincide con el profesor Wolfgang Cramer, director científico del Instituto Mediterráneo de Biodiversidad y Ecología, en que fenómenos como la borrasca Gloria dejarán de ser una excepción. «Fenómenos que se veían cada tres o cuatro años, se verán cada año», comenta. Es una de las consecuencias de la crisis climática, que el Mediterráneo vive con más intensidad. Un estudio elaborado por 80 científicos coordinados por Cramer alerta de que el Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que la media del planeta. Hasta la fecha, la temperatura media ha aumentado ya 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales.
Es vital reducir la emisión de gases invernaderos, porque ayuda a limitar el aumento de la temperatura. Al cambiar la temperatura de los océanos, hay más vapor de agua en la atmósfera que produce más borrascas y más intensas. En esta ocasión, han coincidido un anticiclón en el Reino Unido y una borrasca en el sur que al girar en sentido contrario ha generado fuertes vientos del Mediterráneo hacia Cataluña.
Riesgos no tan naturales
Es difícil no caer en el pesimismo ante el alud de informes científicos que alertan de los efectos del cambio climático, pero ayudan a proporcionar información sobre riesgos y mitigarlos. En 2008, Vilaplana trabajó en el proyecto RISKCAT, a petición del Govern de la Generalitat, para analizar el alcance de los fenómenos naturales más frecuentes en Cataluña entre ellos, desprendimientos, fenómenos litorales e inundaciones. No incluyeron incendios ni sequías. Cataluña está siempre entre las tres comunidades con más gasto por catástrofes naturales. Principalmente, por inundaciones, en las que la Generalitat gasta una media de 89 millones cada año.
Vilaplana alertaba entonces e insiste ahora en que las catástrofes naturales no son tan naturales. «La intensidad y el impacto de las inundaciones se agravan porque se ha modificado el espacio natural. Al menos un 15% de las zonas urbanizadas están en suelo inundable», constata. Sobre todo, en el Baix Llobregat, Tarragona y otras grandes áreas metropolitanas como Girona, que no tiene mar, pero tiene cinco ríos.
«Cataluña ha crecido sin tener en cuenta si edificaba en zonas inundables. De hecho, hay gente que compró una casa sin saber que estaba en una zona peligrosa, porque hasta 2002, cuando se aprobó la Ley de Urbanismo, ni era obligatorio notificarlo ni estaba prohibido construir sobre estos espacios», explica el profesor. Pero antes de 2002, por poner un ejemplo, todas las rieras del Maresme estaban ya urbanizadas y el tren de la costa se había comido muchas playas que actúan como dique natural. Los puertos deportivos también han alterado el equilibrio natural. Las zonas más afectadas están en el sur de estas instalaciones. El Masnou, ilustra las consecuencias de este desarrollo insostenible. «La playa que va del club náutico a Ocata tiene un ancho de 150 metros y las olas no llegan a las vías del tren. En cambio, al sur del club, la playa se estrecha, tiene entre 10 metros y cuando hay temporal, desaparece. La vía del tren se cargó la protección natural», describe.
Políticas equivocadas
El ecosistema es capaz de regenerar las playas que desaparecen con los temporales, pero necesita tiempo. «En un año, los ríos vuelven a llevar sedimentos al mar y las playas se recuperan. El problema es que los alcaldes acaban trayendo arena de otro lado para asegurar la temporada de turismo», se queja Vilaplana. Y como se ha visto con el Delta del Ebro, los ríos no traen sedimentos suficientes porque buena parte se queda en los pantanos.
En el informe RISKCAT, Vilapalana avisaba de que «es indispensable desarrollar herramientas útiles para convivir con el riesgo». Y aunque tiene ya 12 años, los gobiernos han hecho buenos planes de emergencia, pero no han sido valientes y no han sentado a los afectados para elaborar un plan de protección que se anticipe a los riesgos. En Francia, hay un plan de expropiaciones para reubicar a los vecinos de zonas inundables, pero las administraciones aquí no se atreven a abordar un tema delicado al que no sacarán rendimiento en menos de cuatro años.
La mejor manera de evitar riesgos es no ocupar zonas expuestas. Pero si el daño está hecho, el RISKCAT habla de un Comisionado para la Reducción de Riesgos Naturales con capacidad de decisión que rinda cuentas al Parlament y con representantes de cada departamento. Urge un mapa de riesgos, revisar y modificar planeamientos urbanísticos donde el suelo esté afectado y recalificarlo de no urbanizable. Sin excepciones, como ocurre ahora.
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