Tribuna
Los colores del verano
Los veranos de antes del coronavirus, que estiraban el tiempo y encogían el calendario. Se preveían con antelación en todas partes y eran un paréntesis anunciado que parecía, al entrar en él, que iba a tardar mucho en cerrarse. Adonde primero llegaban era a las escuelas, y los niños los llenaban de soles amarillos los últimos días de clase y los llevaban luego en la mochila bien aprendidos para casa.
Eran veranos luminosos y libres. La gente hacía planes que indefectiblemente se cumplían. Las fechas que se anotaban en las agendas se daban por seguras e inamovibles. Vacaciones, y abolidos los horarios. Las acostumbradas consignas: adiós a la rutina, el merecido descanso, también hay que disfrutar de la vida... Viajes que te sorprenderán, países que no puedes dejar de visitar, rutas con encanto. La promesa de que uno cumplirá lo que se ha propuesto y la seguridad de que al fin tendrá tiempo para hacer lo que más le gusta. Las mañanas que se pasan sin darse cuenta, la hora de la siesta con el runrún del Tour de Francia en la televisión, el paseo cuando baja el sol, las noches que no tienen prisa y qué más da si siempre amanece a la misma hora.
No asomaba ningún peligro por el horizonte, los riesgos estaban controlados y la incertidumbre vivía tranquila en las páginas del diccionario.
El verano de este año ya sabemos un poco cómo va a ser, con la sombra del tan nombrado sobrevolando siempre por encima. Una sombra que se cierne también, de momento al menos, sobre los que están por venir, y piensa uno, tomando como referencia las dos últimas catástrofes de la historia contemporánea, si serán azules como los de los felices veinte que siguieron a la I Guerra Mundial y la gripe española, o más bien grises como los de los años cuarenta del siglo pasado tras la II Guerra Mundial.
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