Legado imprescindible

El archivo de Juan Marsé viajará a la Biblioteca Nacional

La institución será la encargada de estudiar y catalogar la totalidad de los fondos literarios del gran escritor barcelonés

Una imagen de Juan Marsé en su estudio barcelonés
Una imagen de Juan Marsé en su estudio barcelonésShooting

El archivo de Juan Marsé, al menos el literario, es decir, los originales de su obra, sus cuadernos de trabajo y la correspondencia con editores y compañeros de armas, está a punto de emprender un viaje. Todo ese fondo, todavía en el que fuera domicilio del autor de «Últimas tardes con Teresa» o «Si te dicen que caí», viajará en los próximos días a Madrid, concretamente a la Biblioteca Nacional.

Es un parte destacada sobre la conservación de un importante legado por el que, hasta la fecha, es decir, desde el fallecimiento de Marsé en 2020, no ha preguntado ninguna institución catalana, a diferencia de lo que sí ha hecho el Ministerio de Cultura. Sorprende especialmente a este respecto, el silencio del Ayuntamiento de Barcelona, la urbe que definió como "la hermosa ciudad apestada, Barcelona, capital del desamparo emigrante, cortesía de archivo, y de este sutil refinamiento de preclaros mamarrachos que se ha dado en llamar seny".

Por ahora, la Biblioteca Nacional se encargará de estudiar y clasificar las numerosas carpetas conservadas por una de las voces literarias más importantes de la literatura española del siglo XX. Porque hay numeroso material, entre ellos la totalidad de los originales de sus libros, como «Últimas tardes con Teresa», «Un día volveré» o «Rabos de lagartija», imprescindibles para conocer la manera de trabajar del escritor. Solamente falta el de «Si te dicen que caí», que Marsé donó para una subasta para recaudar fondos para las víctimas de unas brutales inundaciones que padeció Valencia en los años ochenta. Ese mecanoscrito con correcciones fue adquirido en esa venta por la agente Carmen Balcells. En el fondo también hay cuadernos para proyectos que no se materializaron, como propuestas para relatos o, incluso, tanteos en verso, en muchos casos divertimentos, hasta ahora no publicados. A ello se le suma, por ejemplo, los diversos estados del guion para la adaptación cinematográfica que Víctor Erice iba a realizar de «El embrujo de Shanghai» y que finalmente no pudo realizar el autor de «El espíritu de la colmena».

La correspondencia es otro de los grandes hitos del archivo, con cartas, en su totalidad inéditas, con nombres como Jaime Gil de Biedma, Terenci Moix, Ángel González, Almudena Grandes , Manuel Vázquez Montalbán, Salvador Espriu o Luis García Montero. En este sentido, una mención aparte la merece una correspondencia, hasta la fecha desconocida, mantenida por Marsé con el que fuera político y diplomático Carlos Robles Piquer, en las antípodas ideológicas del escritor. Las cartas demuestran que las letras unen afortunadamente mucho más que la política, pese a que fue Robles Piquer el máximo responsable de la censura durante la década de los sesenta.

Una vez que los técnicos de la Biblioteca Nacional concluyan su labor, será el momento en el que los herederos de Juan Marsé negocien con la institución si ella será la institución que finalmente se quede con este fondo. Desde luego el todavía hoy cero interés mostrado por las administraciones catalanas hace fácil que el viaje a Madrid sea definitivo.

Al archivo se sumará posteriormente la biblioteca del escritor con la totalidad de su producción así como los libros que le dedicaron amigos y admiradores como Rafael Chirbes, Gabriel García Márquez, Ángel González, Joan Vinyoli o Mario Vargas Llosa, por citar unos pocos. Si finalmente la Biblioteca Nacional pasa a ser la depositaria definitiva, no será la primera vez que un legado literario barcelonés acaba en esta casa, como ya pasó en su momento con el de Tusquets Editores y su fundadora Beatriz de Moura.

Pese a todo, Berta Marsé reconoce que debería quedarse todo en Barcelona, pero nadie ha hecho la llamada. No se puede olvidar que, desde un punto de vista artístico, otros fondos vinculados de con el mismo tiempo de Marsé en la capital catalana, también abandonaron la ciudad, como pasó con el de la revista «Ajoblanco» o el del pintor Nazario.