Antropología

Los burros pueden tallar herramientas de piedra y eso cambia lo que sabemos sobre nuestros antepasados

Un nuevo estudio revela que algunos yacimientos presuntamente humanos podrían ser, en realidad, el resultado de burros limando sus pezuñas

Izquierda: Burro (Pixabay). Derecha: Distintas lascas “talladas” por équidos.
Izquierda: Burro (Pixabay). Derecha: Distintas lascas “talladas” por équidos.PixabayCreative Commons

El pasado remoto ya es bastante difícil de desempolvar como para que, encima, tengamos que dudar hasta de nuestra propia sombra. Sin embargo, así funciona la ciencia, si hay lugar para una duda razonable, debemos tenerla en cuenta, por ejemplo: ¿Y si algunas piedras talladas fueran obra de caballos y burros y no de nuestros antepasados? Eso significaría que algunos yacimientos atribuidos a humanos prehistóricos serían, en realidad, la cantera de alguna tropilla de caballos. Por absurdo que parezca, la duda es razonable y tras ella se esconde una pregunta que ha resonado entre los académicos durante mucho tiempo: ¿Hay otros animales capaces de “tallar” roca, o podemos asegurar que un bifaz es la señal indudable de que había humanos en un asentamiento? Eso es precisamente lo que se plantea un nuevo estudio de la Universidad de Alcalá, la UNED, HEROICA y la Universidad de Rice (Texas). Una pregunta engañosamente absurda que ha dado con una respuesta realmente sorprendente.

No conocemos animales capaces de tallar voluntariamente rocas para utilizarlas como herramientas, eso es verdad, pero la pregunta es algo más amplia. Los animales hacen su vida en la naturaleza, patean, pisotean y tropiezan con rocas todo el tiempo. Tiene sentido, por lo tanto, preguntarse si en alguno de esos encontronazos las piedras se rompen de forma semejante a como las tallábamos nosotros. Hasta ahora, uno de los casos más típicos de esta casualidad era el de los monos capuchinos, conocidos por su habilidad para abrir frutos de cáscara utilizando grandes rocas, una como martillo y la otra como yunque sobre el que mazarla. Aunque los monos capuchinos no lo pretenden, parte de las rocas chocan entre sí durante el proceso, deshaciéndose en láminas que recuerdan a nuestras antiguas herramientas paleolíticas. Su tamaño, su geometría y todo su aspecto, en general, las vuelven casi indistinguibles de las herramientas de nuestros antepasados y el ojo no dudaría en clasificarlas como humanas si no estuviera advertido de la posible confusión. Empiezan los problemas.

Burros no tan burros

¿Cuántos yacimientos habrán sido clasificados como asentamientos humanos cuando en realidad eran producto de monos capuchinos? Por suerte podemos estar bastante seguros de que pocos o ninguno, porque el hábitat de estos animales se limita solo a una pequeña parte de Sudamérica. Ahora bien, los investigadores del estudio al que hacíamos referencia se preguntaron qué pasaría si una animal más ubicuo fuera capaz de la misma hazaña, y pusieron su atención en los équidos, concretamente en los burros y los caballos, que han tenido una distribución geográfica bastante parecida a la nuestra, por lo que sería bastante probable confundir sus posibles “herramientas” líticas con las de nuestros antepasados.

Pero la elección no se limitó a su distribución, sino a que ya se había reportado que, estos animales, tienden a limar sus cascos golpeando el suelo con ellos. Esa uña sobre la que caminan está en constante crecimiento, concretamente hasta 1,27 centímetros en un mes y, aunque el propio galopar ya las deteriora, en ocasiones no es suficiente y por eso recurren a otro tipo de estrategias. Para resolver una duda, así como esta hay que ensuciarse las manos, no tiene sentido limitarse a diseñar modelos informáticos que tengan en cuenta la forma de la pezuña, la dureza de la roca, el ángulo y la fuerza del impacto… Es mucho más sencillo y creíble ir al campo y poner a prueba al animal. Para ello, el equipo de investigación acudió a una granja situada en el municipio conquense de Sotos, donde pudieron estudiar el comportamiento de tres burros y una yegua. Los animales estaban en un recinto de casi una hectárea donde había rocas calcáreas que usaban frecuentemente para limar sus pezuñas.

Como dos gotas de agua

Sin embargo, el estudio no sería tan sencillo como pueda parecer. Para asegurar el rigor de los resultados, los investigadores se cercioraron en primer lugar de que los équidos fueran los verdaderos responsables de la rotura de aquellas rocas calcáreas. Solo entonces introdujo la calcita y el sílex, rocas que nuestros antepasados tallaban durante los primeros pasos de nuestra industria lítica (modo 1 o olduvayense). Pasado un tiempo, los investigadores volvieron para recoger los fragmentos pisoteados por los équidos y se encontraron con una gran sorpresa. Aquellos pedazos de roca tenían las características de los artilugios del olduvayense, de hecho, podían reconocerse en ellos rasgos propios de la técnica que les permitía tallar los famosos bifaces, situando la roca a modelar sobre otra roca a modo de yunque y golpeándola con una tercera, como si fuera un martillo.

Si bien las rocas tenían sus diferencias con nuestras herramientas, cumplían todas las características que suelen valorarse para determinar si son de origen humano. Así que, aunque la pregunta sonara extraña, la respuesta parece afirmativa: podría ser que algunos yacimientos históricamente atribuidos a nuestros ancestros no sean más que zonas donde los équidos prehistóricos se limaban las pezuñas. No obstante, “algunas” no quiere decir “la mayoría”, por lo que conviene mantener la cautela y tomar los resultados como un avance estimulante que, con suerte, nos obligará a redefinir la manera en que estudiamos nuestro pasado más remoto.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Los propios investigadores se han anticipado a parte de la crítica aclarando que, si bien estos comportamientos han sido descritos en cautividad, no hay motivos para rechazar de plano que puedan darse en libertad. De hecho, hemos visto que estas generalizaciones suelen ser pertinentes en otras especies, como los grandes simios. En especial si tenemos en cuenta el tamaño del recinto, el cual permitiría a los équidos una actividad bastante cercana a la que tendrían en libertad, algo clave para el mantenimiento de sus pezuñas.

REFERENCIAS (MLA):