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¿Vivimos en un universo imposible?

A veces escuchamos que era casi imposible que nuestro universo fuera propicio para la vida, pero ¿es eso cierto?

Imagen artística con motivos espaciales
Imagen artística con motivos espacialesLuminas_ArtCreative Commons

Leibniz dijo aquello de que vivimos en el mejor de los mundos posibles” y Voltaire no dudó en ridiculizarle en su famosa obra “Cándido o el optimismo”. Sin embargo, las ideas de Leibniz merecían algo más de respeto que todo aquello, no decía que viviéramos en un mundo absolutamente perfecto, sino en uno tan perfecto como fuera posible. Lo primero habría sido incompatible con el sufrimiento y los desastres naturales, como ya expuso Voltaire cuando Cándido y el doctor Pangloss visitan Lisboa tras el asolador terremoto de 1755. Lo segundo, en cambio, no es tan evidentemente falso. Esa idea leibniziana ha sobrevivido hasta nuestros días y algunas de sus formulaciones han decidido vestirse de ciencia, como es el caso del principio antrópico o del ajuste fino.

Si bien no tienen las mismas implicaciones ni motivaciones que la frase de Leibniz, en todas ellas resuena una misma idea, un aroma común donde todo parece dirigido hacia un fin concreto, lo que se llama teleología (no confundir con teología). Una aproximación que la ciencia hace ya mucho tiempo que rechazó. El principio antrópico débil, por ejemplo, dice que lo que podamos observar a nuestro alrededor tiene que ser consecuencia de unas condiciones que permitan nuestra existencia. Hasta aquí no hay ningún problema, de hecho, es casi una tautología, una verdad de Perogrullo que nada nuevo aporta. Si mañana mi pez sigue vivo, asumiré que la pecera habrá de tener agua, una acidez y una salinidad aceptables, pero nada nos dice sobre lo probable que pueda ser que existan peceras incompatibles con la vida de nuestro pez. No obstante, el verdadero problema llega cuando planteamos su versión fuerte.

“Ta fuerte la cosa”

Ahora bien, el principio antrópico fuerte es harina de otro costal. Sus defensores, por lo general, lo enuncian más o menos como sigue: las propiedades de nuestro universo han de ser tales que permitan la existencia de vida inteligente como la nuestra. Mientras que el débil dice que, ya que estamos aquí, podemos asumir que las propiedades del universo tienen que ser favorables para nuestra existencia, el fuerte dice que hay una suerte de ley natural por la cual las propiedades del universo han de ser favorables a la vida inteligente. Así lo enunciaron intelectuales como Tipler, Barrow y Carter hacia el último cuarto del siglo pasado. Esto equivale a decir que, si mi pez mañana sigue vivo, podré asumir que cualquier pecera tendrá, necesariamente, las condiciones adecuadas para su supervivencia. En su planteamiento, la diferencia puede parecer sutil, pero, como vemos, sus implicaciones son absolutamente contrarias y la intuición nos dice (con buen tino) que esta versión fuerte no puede ser correcta.

Como decíamos, esta idea de que el universo esté enfocado a un fin y, encima, que ese fin sea la aparición del ser humano, es un planteamiento teleológico absolutamente rechazado por la ciencia moderna. Ahora bien, hay una formulación diferente de ese principio antrópico que sí ha ganado especial fuerza durante las últimas décadas. Solemos referirnos a ella como el “ajuste fino”. Puede que la hayamos leído de la pluma de grandes físicos que pasaban sus ratos muertos escribiendo divulgación, como Hawking y Weinberg y dice algo así como que “las constantes de nuestro universo parecen ser exactamente las adecuadas para posibilitar nuestra existencia y, si cambiaran lo más mínimo, la vida sería imposible”. Como vemos, se parece a los anteriores, pero sus consecuencias son diferentes. En este caso, si seguimos con el ejemplo de nuestro pez, podríamos decir que la pecera tiene una salinidad, una temperatura y una acidez tan precisas que nos hace pensar que está diseñada para un fin: mantener con vida a nuestro pez, o en nuestro caso, que surja la vida inteligente.

El teorema del punto gordo

Si decidimos profundizar en el problema del ajuste fino a través de la divulgación, posiblemente encontremos una aparente unanimidad en lo que los físicos tienen que decir. Todos parecen más o menos de acuerdo en que las constantes están extrañamente ajustadas para propiciar un universo como el nuestro. Para ser más precisos, el argumento suele empezar con las constantes. En el universo podemos encontrar algunos valores que no cambian. Por ejemplo, yo puedo ir más o menos rápido, puedo cambiar mi velocidad, pero la velocidad de la luz en el universo es siempre igual, es una constante. Eso mismo sucede con la constante de la gravitación universal, la constante de Planck o la constante de la permeabilidad eléctrica del vacío. Todas ellas modelan la naturaleza de nuestro universo, sus propiedades y lo que puede llegar a dar.

Pues bien, quienes defienden el argumento dicen que, si cambiamos ligerísimamente una de esas constantes, obtendremos un universo incompatible con la vida. Por ejemplo, con una constante de la gravitación universal ligeramente mayor, las estrellas desaparecerían antes de que pudieran dar lugar a la riqueza de elementos químicos necesaria para la vida y, si fuera apenas un poco menor, no llegarían a formarse esas estrellas y tampoco tendríamos la pluralidad de elementos químicos que da forma al cosmos.

Podríamos decir que el principio antrópico débil nos salva de este problema, ya que, por improbable que parezca, solo podemos preguntarnos “a qué se debe este ajuste fino” si nosotros existimos y (según el argumento anterior) nosotros solo podemos existir si hay un ajuste fino. Es como lanzar una moneda al aire 10 veces y preguntarse cómo de improbable es que haya salido esa precisa combinación de caras y cruces en ese mismo orden. Hay menos de una posibilidad entre 1000 y, sin embargo, cada vez que lancemos la moneda 10 veces habremos obtenido una configuración “improbable” entre las mil y pico posibles. Sin embargo, hay un argumento incluso más poderoso: y es que directamente no parece haber tal ajuste fino.

El mundo más mediocre posible

Antes dijimos que, quien profundiza en estos temas, suele hacerlo con escritos de divulgación, y ese es el gran problema, porque se trata de un tema serio, académico, cargado de supuestos cálculos. Ni podemos ni debemos fiarnos de una frase bonita que hable sobre la imposibilidad de lo que nos rodea, venga de quien venga. El argumento de autoridad es peligroso y, por muy brillante que sea un físico, si no se ha sentado a calcular ese supuesto ajuste fino, poco puede decir. En este caso vemos un hecho conocido como “propagación de citaciones” por el que, un autor cita en su artículo científico una fuente para justificar una afirmación (como que todo parece finamente ajustado), pero en realidad esa fuente no es la original que demuestra tal afirmación, sino otra que cita a su vez un tercer estudio que, tal vez, cita un cuarto y así sucesivamente como un teléfono estropeado. Más veces de las que nos gustaría, no hay nada al final de esa cadena, solo una suposición progresivamente exagerada. Eso pasa con buena parte de los argumentos del ajuste fino, aunque no con todos.

Unos pocos estudiosos han hecho los cálculos que han creído oportunos y han llegado a conclusiones similares a las que popularmente se afirman. Han probado a variar aleatoriamente una constante, como la universal de gravitación que comentábamos antes, y el rango de valores en los que se podían formar estructuras astrofísicas como las estrellas parecía bastante bajo. A esto se agarran los defensores más informados del ajuste fino, pero hay un gran problema: solo están variando una constante. Ya que queremos imaginar otros mundos posibles, parece lógico variarlas todas de forma aleatoria. Si queremos pensar otras caras, obtendremos una muestra más representativa de la sociedad y no solo variamos la nariz, sino todos sus rasgos.

Pues bien, cuando hacemos esto, sucede algo sorprendente. Cuantas más constantes variemos de forma aleatoria, más probable parece que surja un universo parecido al nuestro. Esta aparente paradoja es, en realidad, una propiedad bastante conocida de los sistemas complejos y que surge siempre que hay muchas características que pueden variar juntas y compensarse entre sí, ya sea el intento de simular en un ordenador un tejido de células cancerosas o una marabunta de personas cruzando una ciudad.

Cálculos de servilleta

Simplificándolo mucho y tomando algunas licencias: imaginemos que tenemos un edificio que se sostiene sobre una columna clave y que, en ella, hay un ladrillo del que no podemos prescindir sin que se derrumbe. Si movemos aleatoriamente ese ladrillo, hay un solo lugar donde pueda estar para que no se venga abajo el edificio: exactamente donde está. Sin embargo, si pudiéramos mover al azar todos los ladrillos del edificio, hay infinidad de lugares donde podríamos ponerlo siempre que el resto de los ladrillos, por azar, se hubieran movido exactamente del mismo modo. Por supuesto, en este caso lo más probable es que la construcción se derrumbara, pero nos ayuda a entender que no es tan sencillo predecir cómo se comportarán los sistemas complejos cuando, en lugar de cambiar uno de sus rasgos, los cambiamos todos.

Porque, si estamos argumentando con la ciencia en la mano, no podemos conformarnos con cálculos de servilleta o con la intuición que alguien pueda tener sobre cómo funciona el inconmensurable y complejísimo universo. Hace falta esa misma ciencia que hemos invocado y solo así comprenderemos que, en realidad, el ajuste fino es un vestigio de tiempos donde nos considerábamos especiales. Nos pensábamos como el centro del universo, y creíamos que en el cosmos había pasado por sus 13.800 millones de años solo para culminar en nosotros. El ajuste fino es la reminiscencia de un ego histórico, no un argumento científico.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El principio antrópico, por mucho que le llamemos así, no es un principio, en todo caso es una conjetura. Un principio es una ley natural que, si bien no podemos demostrar explícitamente, sí podemos cuantificar de algún modo. Por otro lado, tampoco es antrópico (del griego clásico ánthropos, que significa humano), ya que podemos usar el mismo argumento para hablar de lo bien ajustado que parece nuestro universo para acoger a colonias de termitas o rocas magmáticas. No obstante, esto no es un argumento en su contra, ya que estaríamos cayendo en una falacia etimológica, por la cual atacaríamos su supuesta validez haciendo referencia a una inconsistencia en su nombre cuando, en realidad, la manera en que lo llamemos no afecta a su calidad como argumento.

REFERENCIAS (MLA):