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¿Por qué vemos en color?

¿Por qué la luz se transforma en una señal que nuestro cerebro entiende?

Fotografía de una mirada con diferentes tonalidades de color pintados.
Fotografía de una mirada con diferentes tonalidades de color pintados.Pixabay/ivanovgoodDominio Público

Los ojos son unos órganos fascinantes, esos pequeños globos que adornan nuestro rostro no solo captan la luz, sino que además la transforman en impulsos eléctricos que nuestro cerebro descifra en formas, colores, sombras y profundidad. Este proceso perfectamente orquestado nos dota con el sentido de la visión y nos ayuda enormemente a relacionarnos con el entorno. Por eso disponemos de células altamente especializadas en la retina, la parte posterior del ojo, que reaccionan a los estímulos luminosos, los llamados conos, bastones y un tipo especial de célula nerviosa llamada “célula campana” descubierta recientemente y que se sospecha que está relacionada con la memoria a corto plazo.

Poniendo los números sobre la mesa, en la retina trabajan aproximadamente unos 130 millones de bastones para que nos permiten observar la luz de nuestro alrededor y 7 millones de conos con los que podemos apreciar más de 2,5 millones de colores. Sin embargo, el tener las células situadas en esa zona no es suficiente para poder ver la vida a todo color; los procesos por los que un fotón pasa a convertirse en una corriente eléctrica en el interior de un sistema biológico son, como poco, igual de fascinantes que el propio órgano.

La luz que ilumina el camino

Todo comienza en el Sol, nuestra estrella, donde las reacciones termonucleares de su interior desprende radiación electromagnética de diferentes longitudes de onda… aunque también puede provenir de otras fuentes de luz como una llama, una farola o el abdomen de una luciérnaga. Pero volvamos al hilo principal: Si la radiación que nos llega tiene una gran longitud de onda no la podremos ver, porque estaremos en el espectro de ondas de radio, de las microondas o de los infrarrojos; aunque de estos últimos sí que podemos sentir su calor. En cambio si la longitud es demasiado pequeña, tampoco la percibiremos, porque hablaremos de radiación ultravioleta, de rayos X o de rayos gamma. Justo en la mitad de todas esas radiaciones distintas hay un espectro que parte de los 380 nm y acaba en los 760 nm al que llamamos “luz visible”. En ese rango es en el que se mueven nuestros fotorreceptores y es el que nos permite ver.

Una vez tenemos la longitud de onda correcta, los fotones han de chocar contra una estructura y excitarla, en este caso, los conos del ojo disponen de unas proteínas llamadas opsinas. La eritropsina es la que nos permite ver el rojo, reacciona más fuerte a las longitudes de 700 nm, aunque tiene cierto margen, al igual que las otras opsinas. Para el verde, tenemos la cloropsina (530 nm) y para el azul, la cianopsina (430 nm). Ahora bien, gracias a que no reaccionan sólo a esas longitudes de onda, si no que también lo hacen a las de alrededor podemos ver todas las tonalidades intermedias.

Al excitarse estas proteínas, mandan una señal por la membrana celular que pasa a otras células que se encuentran inmediatamente debajo: las células bipolares. Estas actúan como mediador con la antesala del cerebro: las células ganglionares de donde parte el nervio óptico que acaba en la zona del cerebro encargada de la visión.

Ahora ya sabemos el cómo, pero por qué vemos en color es una pregunta ligeramente distinta. Hemos visto que tenemos tres proteínas, unas que reaccionan al rojo, otras al verde y otras al azul. Al solapar su rango de acción en el espectro de luz visible, observamos que el verde es el color del que somos capaces de distinguir más matices. Si esta característica se analiza desde un punto de vista evolutivo, podemos deducir que distinguir correctamente distintas tonalidades de verde producía algún tipo de ventaja. Teniendo en cuenta que nuestros antepasados primates vivían en zonas con abundante vegetación parece que la respuesta a ¿Por qué vemos en color? se podría responder de la siguiente forma: Es un sentido que surgió para relacionarnos mejor con el entorno y que los depredadores tuviesen menos oportunidades para devorarnos.

QUE NO TE LA CUELEN

  • ¿POR QUÉ VEMOS CHIRIBITAS AL CERRAR LOS OJOS? Estas chiribitas o chispas se llaman fosfenos y son pequeños destellos de luz que parecen explotar en nuestros ojos cerrados. Al buscarlo en internet probablemente nos salte alguna (des)información sobre que la causa es un tumor cerebral peligrosísimo, pero la realidad es mucho menos espectacular. Si aplicamos presión en los ojos, los fotorreceptores de los que hemos hablado anteriormente también pueden activarse. Esto es debido a que estamos tratando con células vivas y si se produce un cambio en su entorno, estas reaccionarán mandando señales que nuestro cerebro puede confundir. Además de la presión ciertas drogas recreativas pueden tener efectos similares al afectar al sistema nervioso. Ahora bien, si los fosfenos aparecen de forma habitual únicamente al cerrar los ojos, sin ningún tipo de estímulo, puede tratarse de alguna patología de la estructura ocular o del sistema nervioso, como las migrañas con aura y lo más aconsejable es hacerse un chequeo médico.

REFERENCIAS (MLA)