Neurovisión

Tres excentricidades que hace el cerebro cuando vemos

Quizá la vista sea el sentido más estudiado, pero el comportamiento del cerebro cuando ve nos sigue deparando sorpresas.

Una silueta de una persona con las manos en alto mirando un cerebro, con un fondo de líneas y luces que asemeja el espacio exterior
los beneficios del ejercicio en el cerebroDominio público

Decimos que vemos por los ojos, pero sin el cerebro no seríamos capaces de formar ninguna imagen. Eso sí, la corteza visual a veces esconde comportamientos inesperados. Una persona que ve sin ser consciente de ello, un cerebro moldeado para reconocer Pokémon o cómo afecta el corazón a nuestra percepción visual son solo tres muestras de lo excéntrico que puede llegar a ser nuestro órgano más complejo.

Te veo y no te veo

En 2010, un hombre comenzó a experimentar dolores de cabeza, pérdidas de visión y de memoria. Menos de un año más tarde,era incapaz de reconocer, nombrar o copiar los dígitos 2 al 9.

Cuando le enseñaban una imagen con uno de estos dígitos, lo único que veía eran garabatos sin sentido. Es más, los garabatos cambiaban cada vez que veía uno de estos números, de modo que tampoco podía aprender a reconocerlos a partir de lo que veía. Eso sí, los dígitos 0 y 1 y las letras no le suponían ningún problema.

El paciente padecía una enfermedad neurodegenerativa rara, pero sus síntomas eran tan inesperados que al principio tuvo problemas para que le tomaran en serio incluso en los hospitales. Sin embargo, un equipo médico pronto decidió estudiar qué sucedía dentro de su cerebro, y los resultados desvelaron fenómenos desconocidos hasta entonces.

El equipo médico analizó las ondas cerebrales a través de un electroencefalograma, y descubrió que el paciente estaba procesando información visual sin ser consciente de ello. Por ejemplo, cuando le mostraban un número que tenía una cara integrada, el paciente no reconocía la cara. Sin embargo, su actividad cerebral era idéntica a la que tenía cuando veía una cara que sí reconocía. El efecto se mantenía incluso con palabras: si se le mostraban números entrelazados con palabras, conscientemente no veía ninguna palabra, pero su cerebro se comportaba como si las reconociera.

Hasta este estudio, se suponía que la conciencia de ver algo iba unida a una cierta actividad cerebral. Sin embargo, el estudio constató que en este paciente una cosa no implicaba la otra. Por eso, el equipo médico dedujo que para ver de manera consciente se necesitan al menos dos pasos: el cerebro tiene que detectar el estímulo visual, y además tiene que haber algún tipo de procesamiento adicional que lo haga consciente.

Al paciente del estudio le fallaba el segundo paso. Por suerte, eso sí, la enfermedad no afectó a su capacidad para imaginar los números, y el paciente siguió trabajando como ingeniero geológico años después del diagnóstico.

Hazte con todos… los cerebros

Está claro que nuestras experiencias en la infancia condicionan el desarrollo del cerebro. En nuestra corteza visual hay regiones específicas para reconocer caras, ya que nos pasamos mucho tiempo mirándolas en nuestros primeros años de vida. Por el contrario, no tenemos la corteza visual tan particularmente amoldada para distinguir coches ni árboles.

Pero, ¿hay una edad límite para la formación de estas categorías? Para averiguarlo, se necesitaría un estímulo visual al que solo ciertas personas se hubieran expuesto en la infancia. Un investigador de la Universidad de Stanford se dio cuenta de que él, desde los seis años, pasaba horas y horas jugando a Pokémon rojo y azul en su consola Game Boy, un juego que le exigía saber identificar cientos de personajes Pokémon diferentes.

El investigador se preguntaba si él tendría una región de la corteza visual dedicada a reconocer Pokémon. Sabía que las personas que, de adultas, se vuelven expertas en reconocer algún tipo de objeto, como los coches, tienen diferencias cerebrales con respecto a personas legas. Pero estas diferencias no están en la corteza visual sino en otras zonas dedicadas a la atención y la toma de decisiones. Es decir, los estímulos que recibimos en la edad adulta no afectan al procesamiento visual básico.

Por eso decidió enfocarse en la corteza visual y explorar si podía experimentar cambios a los seis años de edad. Para averiguarlo, consiguió formar un grupo de 11 personas (incluido él mismo) que también jugaban al mismo juego, en la misma consola, de manera intensiva en torno a la misma edad. Les mostró imágenes de personajes de Pokémon y de otras cosas (caras, pasillos, dibujos animados…) mientras tomaba imágenes de su cerebro.

Y se dio cuenta de que sí: en la corteza visual de todas estas personas había una región específica que se activaba particularmente al ver personajes de Pokémon. Lo mismo no ocurría para el grupo de control, formado por personas que no habían jugado a ese juego en la infancia. Es una muestra más de la asombrosa plasticidad de nuestro sistema visual.

Ojos que no ven…

Ya sabíamos que nuestro cerebro ve de manera racista. Aunque no lo queramos ni seamos conscientes de ello, tendemos a identificar a las personas negras como amenaza en mayor medida que a las blancas. Pero el racismo no está solo en el cerebro: también está en el corazón.

Son muchos los experimentos que sacan a la luz nuestro sesgo racista. Uno de los más comunes es enseñar una sucesión imágenes de personas negras o blancas sujetando un teléfono móvil o una pistola, y pedir a los sujetos que identifiquen al instante qué objeto hay en cada imagen. Está demostrado que los teléfonos se confunden con pistolas con más frecuencia cuando aparecen en manos de personas negras que blancas, incluso cuando los sujetos del experimento no manifiestan ninguna actitud racista consciente.

Pero en 2017 se descubrió que el corazón también tiene algo que decir. Un estudio propuso el mismo experimento, pero midiendo los latidos del corazón de los sujetos mientras identificaban las imágenes. Los resultados mostraron que el latido del corazón incrementaba el sesgo racista. En concreto, cuando la aparición de las imágenes coincidía con el latido del corazón, los sujetos tenían un 10 % más de probabilidad de tomar el teléfono de una persona negra por una pistola que cuando las imágenes aparecían entre latidos.

Ahora bien, ¿es el corazón el que afecta a la percepción en el cerebro, o la percepción cerebral de peligro la que acelera el latido del corazón? En general, no es fácil distinguir entre situaciones donde nuestro estado mental causa respuestas corporales y aquellas donde nuestra condición física altera el funcionamiento del cerebro.

Aunque este estudio tampoco consiguió confirmar si el latido del corazón era causa directa del incremento en el sesgo racista, cada vez son más las voces que defienden que, cuando el cerebro registra lo que le pasa al cuerpo (por ejemplo, el latido del corazón), cambia la respuesta emocional a los estímulos que recibe. Por eso, el estudio aventuraba que, cuanto mayor es la representación de las señales del corazón en el cerebro, mayor papel juegan las señales sociales y, por tanto, más se expresan los estereotipos raciales negativos.

De hecho, el equipo investigador llegaba a proponer que este efecto podría explicar algunos de los casos donde la policía ha disparado a hombres negros desarmados, como los que han dado pie al movimiento Black Lives Matter. Como también avalan otros estudios, en algunos contextos puede ser conveniente que evitemos tomar decisiones importantes cuando nuestra condición física pueda provocar que el cerebro nos juegue malas pasadas.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Quizá hayas oído que el lado izquierdo del cerebro es más lógico y el derecho, más creativo. En realidad, no hay una zona del cerebro que se dedique exclusivamente a tareas matemáticas, artísticas o de ningún tipo. Cuando realizamos cualquier actividad involucramos a todo el cerebro. Si bien es cierto que la corteza cerebral está dividida en dos mitades o hemisferios, ambas están tan conectadas al resto del cerebro que no podemos decir que cada una se responsabilice de ciertas tareas.

REFERENCIAS (MLA):