Antropología

Nuevos indicios sugieren que nuestros antepasados se irguieron 1 millón de años antes de lo que pensábamos

Tras analizar los huesos de un antepasado remoto, los expertos sugieren que el bipedismo apareció mucho antes de lo pensado.

Holotipo de Sahelanthropus tchadensis, cráneo encontrado en 2001 (Fotografía de Didier Descouens en el Centro de Antropobiología y Genómica de Toulouse)
Holotipo de Sahelanthropus tchadensis, cráneo encontrado en 2001 (Fotografía de Didier Descouens en el Centro de Antropobiología y Genómica de Toulouse)Didier DescouensCreative Commons

Si nos dejáramos llevar por todo lo que la historia sugiere, la mayor parte de personalidades clásicas serían verdaderos “malotes”, capaces de arrancarse la lengua para escupírsela al tirano de turno, de seguir dibujando círculos aun cuando los soldados enemigos están a punto de asesinarlos o, incluso, de pedirle a un emperador que deje de taparles el Sol. Son las historietas de nuestro pasado, puede que ficciones, pero todas ellas significativas. Precisamente, como exageran todo, nos queda bastante clara la personalidad de sus protagonistas y qué temas eran relevantes. Pues bien, la historieta que a nosotros nos interesa es una que esa que tiene que ver con dos filósofos discutiendo por lo que significa ser humano.

Cuentan los textos antiguos que Platón, filósofo entre los filósofos, proclamaba en su Academia que el ser humano se podía definir como “un bípedo sin plumas”. A priori parecía tener razón, porque, quitando a las aves, los griegos no conocían otros animales no humanos que pudieran caminar a dos patas. Los osos pueden hacerlo, pero priorizan la cuadrupedia, como los grandes simios, y faltaba mucho para que los griegos conocieran la existencia de esos extraños seres a los que llamamos canguros. Así que, cuando Diógenes el cínico decidió llevarle la contraria a Platón, tuvo que elegir un argumento diferente. Haciendo honor a su personalidad irreverente, el cínico tomó un pollo, lo desplumó y lo lanzó al interior de la Academia gritando “Platón, aquí tienes a tu hombre”. No sabemos cuánta verdad hay en esta historia, pero está claro que, desde que tenemos memoria, nuestra habilidad para caminar en dos piernas nos ha distinguido de prácticamente todos los demás seres vivos.

¿El mayor hito de nuestra historia?

Y es que, para muchos expertos, la capacidad de caminar sobre nuestros miembros traseros es uno de los mayores hitos de la humanidad. No es hablar por hablar, es una afirmación meditada y bien justificada. Tanto que, incluso quienes no la pondrían liderando la lista de hitos, están de acuerdo en que estaría entre los primeros. Por un lado, hay un gran simbolismo en esa habilidad para caminar erguidos. Es un rasgo distintivo y que ya asociamos tanto a nosotros y a lo que significa ser humano que, cuando queremos antropomorfizar a algún animal, por ejemplo, para hacerlo protagonista de una película, posiblemente transformemos su cuerpo para hacerlo bípedo. Pensemos en Mickey Mouse, sin ir más lejos. No obstante, poco le importa esto a los antropólogos evolutivos. Cuando estos últimos hablan de la importancia de la bipedestación están apuntando más lejos, muy atrás en el tiempo.

Normalmente, la pregunta que hay que hacernos en estos casos es: ¿qué ventaja proporciona? Si resulta que en una especie aparece y se perpetúa un rasgo extraño, cabe esperar que les sirva para algo y, por lo tanto, podemos suponer lo mismo del bipedismo. El problema, por supuesto, es que no podemos saberlo a ciencia cierta, los tiempos han cambiado y hay varias hipótesis que parecen encajar más o menos bien. Por ejemplo, durante mucho tiempo se planteó que la postura erguida nos permitía elevarnos por encima de las hierbas altas de la sabana y otear el horizonte en busca de posibles peligros o, incluso, alimento. Sin embargo, en los últimos años hemos descubierto que la facultad de caminar sobre dos piernas es previa a este modo de vida terrestre y que algunos antepasados arbóreos ya podían deambular erguidos. Y es que, durante mucho tiempo las famosas huellas australopitecinas de Laetoli eran la prueba más antigua de bipedismo que conocíamos. Tenían 3,7 millones de años de antigüedad y encajaban con esta idea de la sabana, pero los nuevos hallazgos han ido minando su rigor.

¿Y el beneficio?

Por supuesto, esto no significa que el bipedismo no ayudara a sobrevivir en la sabana al poder ver por encima de la hierba, posiblemente supuso una ventaja añadida, pero posiblemente esta característica empezara proporcionando otros beneficios. El más evidente, por ejemplo, es que libera nuestras manos, lo cual nos proporciona la capacidad de manipular objetos, carrear cosas y, por lo tanto, desarrollar tecnología. Imaginemos una especie con un cerebro tan poderoso como el nuestro, pero sin manos o estructuras análogas que permitan trabajos de precisión. ¿Cómo serían? Para algunos expertos, los delfines podrían ser una buena aproximación, ya que su cultura se ha visto restringida (o mejor dicho, condicionada) por este mismo motivo.

Esto encajaría con el corpus actual de la antropología evolutiva, que sitúa la aparición de el bipedismo en los homínidos (aunque no tal y como lo conocemos) hace 6 millones de años. Evidentemente, nunca se puede afirmar algo con total seguridad, pero esta datación parece contar con bastantes pruebas a su favor y, por lo tanto, el consenso de la comunidad. No obstante, hay voces que sugieren que el bipedismo pudo haber surgido antes, incluso. A fin de cuentas, el registro fósil está tremendamente incompleto, no es solo que pueda haber restos por descubrir que indiquen un bipedismo más primitivo, sino que es bastante sensato pensar que los primeros ejemplos de bipedismo en homínidos ni siquiera se fosilizaron. No olvidemos que son muy pocos los ejemplares cuyo esqueleto logra fosilizarse y conservarse intacto hasta el presente. No obstante, un nuevo estudio parece haber dado con una prueba de que el bipedismo pudo surgir hace 7 millones de años, uno más de lo que pensábamos.

Afirmaciones controvertidas

La investigación en cuestión acaba de publicarse en la revista científica Nature. En ella, los investigadores analizan algunos restos de Sahelantropus tchadensis descubiertos en 2001, pero que no se habían podido estudiar en detalle hasta ahora. Se trata de un fémur y dos cúbitos que podrían pertenecer a varios ejemplares encontrados en el mismo yacimiento. Según los investigadores, en el fémur, que es el hueso que hay dentro del muslo, hay detalles que hacen pensar que pudiera caminar erguido. Ninguno de esos detalles permite afirmar indiscutiblemente que Sahelantropus deambulara sobre dos piernas, pero, si lo comparamos con otros primates, parecen estar más presentes en los bípedos.

Sin embargo, los dos cúbitos (el mayor de los dos huesos que hay en el interior del antebrazo) muestras características arbóreas. Hay varias maneras en que se puede interpretar esta aparente contradicción. Por ejemplo, una forma de verlo sería que nos encontramos ante una especie a medio camino, más o menos adaptada a caminar erguido por tierra y a balancearse por las ramas. Sin embargo, los investigadores proponen algo diferente y es que, tal vez, también caminaba bípedo sobre las ramas, permitiéndole liberar las manos. Esta explicación también tiene algunos problemas y, de hecho, la despertada bastante controversia entre la comunidad. Muchos expertos plantean que no hay suficiente evidencia como para hacer afirmaciones tan categóricas.

Una apuesta ganadora

Es muy pronto para aceptar que el Sahelantropus fuera bípedo, ni siquiera está claro que podamos clasificarlo como un homínido. El bipedismo implica otra serie de cambios corporales que no han podido ser evaluados con suficiente detalle en esta especie y que, para nosotros, supusieron un cambio total en nuestro estilo de vida y nuestra anatomía. Uno de los cambios más significativos en nuestro esqueleto es el desplazamiento de una gran abertura en nuestro cráneo (el foramen magnum), por la que sale la médula espinal que recorre nuestra espalda. En el caso de los animales cuadrúpedos, la columna se extiende horizontal y, por lo tanto, el agujero está en la parte trasera del cráneo. Al volverse bípedos, la columna pasa a estar vertical y, por lo tanto, el foramen magnum se desplaza hacia la base del cráneo.

Nuestra cadera también cambió, volviéndose más estrecha para facilitar el movimiento de las dos piernas, pero con ella (y con el crecimiento del cráneo), también vinieron los problemas del parto que ya vemos como normales, pero que otras especies cuadrúpedas no sufren. El dolor, las complicaciones… Por suerte, aquella ventaja a la hora de manipular objetos no fue la única y, a medida que nuestros antepasados se fueron adaptando a la sabana, pudieron explotar otro beneficio de nuestra extraña postura: la eficiencia. Resulta que somos unos caminadores excepcionalmente eficientes, los maratonianos de la naturaleza, pudiendo sostener una marcha rápida durante más tiempo que cualquier otro animal terrestre. Tal vez no seamos los más rápidos, pero está claro que el bipedismo nos ha llevado lejos, física y culturalmente.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Por mucho que un artículo científico suene interesante, eso no significa que realmente lo sea. Cabe la posibilidad de que haga afirmaciones demasiado aventuradas (y de ahí su aparente interés), pero que precisamente por eso no goce del rigor necesario para considerarlo realmente interesante.

REFERENCIAS (MLA):