Astronomía
Los científicos siguen desconcertados con 3I/ATLAS: está expulsando chorros de algo bastante inusual
Un antiguo visitante de otra estrella, posiblemente más viejo que el Sol, desconcierta a la ciencia al expulsar enormes chorros de vapor de agua en la fría lejanía del espacio
La ciencia vuelve a mirar con perplejidad más allá de las fronteras de nuestro sistema solar. Tras el paso de los ya célebres 'Oumuamua y Borisov, un tercer visitante interestelar, bautizado como 3I/ATLAS, se ha convertido en un enigma para la astronomía contemporánea. Este objeto lejano está desafiando lo que creíamos saber sobre los cometas al comportarse de una manera que, sencillamente, no debería ser posible a la enorme distancia a la que se encuentra.
De hecho, el núcleo del misterio reside en el torrente de gas que está expulsando. Los datos captados por el telescopio espacial Swift de la NASA revelan que 3I/ATLAS libera casi 40 kilogramos de vapor de agua por segundo, una cantidad de vapor asombrosa teniendo en cuenta su ubicación. El fenómeno se produce a unas tres unidades astronómicas del Sol —el triple de la distancia que separa la Tierra de nuestra estrella—, una región del espacio donde el frío es tan intenso que el hielo debería permanecer sólidamente congelado. Esta actividad inusual es tan significativa que, según observaciones recientes, al objeto interestelar 3I/ATLAS le está creciendo una cola, añadiendo otra capa de complejidad a su estudio.
Ante este escenario, los investigadores proponen una explicación ingeniosa para este rompecabezas cósmico. La hipótesis principal, tal y como han publicado en Futurism, sugiere que el calor del Sol no está sublimando el hielo del núcleo directamente. En su lugar, estaría calentando los pequeños granos de hielo que el propio cometa ha desprendido previamente. Estas partículas, al tener una mayor superficie expuesta, se vaporizan con mucha más facilidad, incluso con una radiación solar débil.
Un viajero con una composición insólita
Por si fuera poco, su comportamiento no es la única rareza que presenta. El análisis de su composición química desvela una proporción de dióxido de carbono muy superior a la del agua, una firma que lo distingue claramente de los cometas que se formaron en nuestro propio vecindario estelar. Esta peculiaridad, sumada a su posible origen en una región cercana al centro de la Vía Láctea, refuerza su condición de reliquia. Los astrónomos calculan que podría ser incluso más antiguo que nuestro Sol, una auténtica cápsula del tiempo de otro mundo. Su antigüedad lo convierte en un mensajero de épocas remotas, similar a otros casos en los que se ha logrado rastrear el origen de un objeto interestelar que visitó nuestro vecindario cósmico.
Por el momento, la comunidad científica debe armarse de paciencia. El objeto se encuentra oculto tras el Sol desde nuestra perspectiva terrestre, lo que impide cualquier observación directa. Sin embargo, se espera que vuelva a ser visible a finales de noviembre, momento en el que los telescopios volverán a apuntar hacia él. Su estudio es crucial, pues obliga a replantear los modelos actuales sobre cómo se forman los planetas y cometas en otros sistemas estelares.