Genética

Diseñan una bacteria para salvar las mariscadas

La Universidad de California ha probado en ratones un probiótico capaz de degradar el mercurio

Un plato de marisco variado
Un plato de marisco variadoLRLR

Empecemos por calmar las aguas. La contaminación de los mares ha hecho que los peces y mariscos acumulen en su cuerpo sustancias tóxicas para ellos y para nosotros cuando los comemos, sí. Sin embargo, con un mínimo de cuidado podemos evitar poner nuestra salud en riesgo. Basta con evitar el consumo excesivo de determinados animales. Una medida que, en realidad, nos reporta muchos otros beneficios tanto de salud como medioambientales. Dicho eso, es interesante reducir tanto como podamos estas sustancias y, aunque existen muchas formas de abordar el problema, la Universidad de California ha estado explorando una opción que parece especialmente sacada de la ciencia ficción. Diseñar en el laboratorio una bacteria a la carta capaz de purgar los metales pesados.

La idea es introducir este microorganismo genéticamente modificado en nuestros intestinos, hacerle allí un hueco para vivir, como quien dice, que crezca y se reproduzca encontrando un equilibrio con el resto de los microorganismos que pueblan nuestras vellosidades intestinales. De este modo, la bacteria podría degradar los metales pesados que ingerimos, evitando que pasen a nuestra sangre y reduciendo el riesgo de desarrollar enfermedades asociadas con estas sustancias. Un profiláctico vivo, una forma de blindarnos contra los metales pesados. Y, para alegría de los aficionados al sushi… parece que funciona (en ratones).

El metilmercurio

La quema de carbón por parte de la industria, así como otras actividades, acaban emitiendo a la atmósfera un total de 2.000 toneladas métricas de mercurio al año. Mercurio que acaba precipitando en los océanos, donde acaba convirtiéndose en metilmercurio, que es especialmente tóxico. Debido a las corrientes, la química o la orografía, el metilmercurio se concentra en determinadas zonas. A su vez, los organismos que allí viven tienden a ingerirlo y su cuerpo lo acumula, pero el viaje no termina aquí. A medida que unos organismos se coman a otros, el metilmercurio se va acumulando en sus cuerpos, magnificándose en los principales predadores. Por eso los animales más contaminados son los peces carnívoros más grandes, como atunes, pez espada… o incluso el lucio, que no es tan grande, pero es un superpredador de las aguas dulces. El marisco no es el alimento marino más afectado, pero los crustáceos más grandes, evidentemente, acumulan más metales pesados que, por ejemplo, camarones y chirlas.

Y es que el metilmercurio tiende a adherirse con fuerza a una de las piezas estructurales claves de nuestra biología. A todo el mundo le suenan las proteínas, pero estas son moléculas que a su vez están formadas de otras menores llamadas aminoácidos, las cuales se unen como un collar de cuentas. Un collar que, por si fuera poco, será doblado de una forma o de otra en función de los aminoácidos que lo compongan y su forma condicionará completamente su correcto funcionamiento. Pues bien, al adherirse el metilmercurio a un aminoácido llamado cisteína nuestro cuerpo interpreta esta unión como si fuera en realidad un aminoácido diferente, llamado metionina. Esto cambia por completo la actividad de la proteína a la que pertenecen esos aminoácidos y la vuelve inservible. Por ejemplo, en humanos se ha relacionado con enfermedades del tejido nervioso, ya que es capaz de atravesar las barreras con las que normalmente protegemos a nuestro cerebro de los contaminantes que haya en sangre.

Un doctor diminuto

La solución que propone la Universidad de California parece sacada de Viaje alucinante, cuando Isaac Asimov imagina una diminuta nave que nos cura desde dentro, navegando por nuestro cuerpo. En este caso, el doctor en miniatura se llama Bacteroides thetaiotaomicron, un microorganismo que se encuentra normalmente en nuestro intestino y que los investigadores han modificado para integrar en su ADN genes de otra bacteria adaptada a degradar el mercurio de la tierra. El ingenio genético fue probado, en primer lugar, en tubos de ensayo con diferentes concentraciones del metal pesado y, así, los expertos pudieron confirmar que su Bacteroides thetaiotaomicron modificada era perfectamente capaz de degradar el metilmercurio.

Los siguientes pasos se dieron en ratones y, aunque realizaron varios experimentos exitosos (cada vez más ambiciosos), podemos centrarnos en el último de ellos. Le administraron a un grupo de ratonas gestantes un probiótico con la bacteria modificada. De este modo, el microorganismo podría asentarse en su intestino antes de suministrarle una dieta rica en metilmercurio. Concretamente, los investigadores alimentaron a estas ratonas con atún de aleta azul y comprobaron que, efectivamente, la bacteria no solo reducía la cantidad de metilmercurio en su intestino, sino que llegaba mucho menos metilmercurio a los órganos de la ratona e, incluso, a los del feto. De hecho, detectaron menos signos de toxicidad por mercurio en el cerebro fetal de los ratones nacidos de madres con Bacteroides thetaiotaomicron modificado.

Una noticia alentadora, pero que debemos tomar con cautela, como todos los experimentos en ratones. Son muchas las pruebas que habrá de superar este probiótico hasta abrirse camino entre hospitales y farmacéuticas. Por ahora los resultados nos invitan a ser optimistas e imaginar futuras mariscadas con cero riesgo de metales pesados.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La cantidad de metales pesados en los peces de gran tamaño es notable, pero a no ser que su consumo sea realmente alto no es suficiente para superar las dosis tóxicas, por lo que la información de este artículo no debe generar ese tipo de alarma.

REFERENCIAS (MLA):

  • Hsiao, Elaine, et al. "Designer Microbe Shows Promise for Reducing Mercury Absorption from Seafood." Cell Host & Microbe, 1 May 2025. University of California - Los Angeles.
  • Harding, Gareth et al. “Bioaccumulation Of Methylmercury Within The Marine Food Web Of The Outer Bay Of Fundy, Gulf Of Maine”. PLOS ONE, vol 13, no. 7, 2018, p. e0197220. Public Library Of Science (Plos), doi:10.1371/journal.pone.0197220. Accessed 19 Aug 2020.