
Evolución
Ni fósiles ni esqueletos: la ciencia zanja el debate con la prueba definitiva sobre el primer animal de la Tierra
El misterio del primer animal que habitó la Tierra parece por fin resuelto, y la clave no está en los fósiles, sino en la química de unas rocas que apuntan directamente a las esponjas marinas

La clave para desvelar el misterio del primer animal que habitó la Tierra no se encontraba en un esqueleto fosilizado, sino en algo mucho más sutil: una firma química ancestral. Durante décadas, los biólogos se las han visto y deseado para encontrar restos físicos de las primeras formas de vida animal, criaturas de cuerpo blando cuyo rastro se pierde en el tiempo. Sin embargo, un equipo de científicos en Estados Unidos ha cambiado las reglas del juego al buscar huellas moleculares en rocas de hace más de 541 millones de años.
De hecho, lo que hallaron en esos sedimentos de la era Neoproterozoica fue un compuesto orgánico muy particular, un tipo de esterol de 30 carbonos (C30) que, curiosamente, las esponjas de mar modernas producen de forma característica. Este descubrimiento no solo sitúa a las esponjas como candidatas principales a ser nuestros ancestros más remotos, sino que las coloca en el árbol de la vida mucho antes de lo que se había podido demostrar hasta ahora. Este tipo de hallazgos refuerza la idea de que los fondos marinos y su actividad geológica han sido cruciales para el desarrollo de la vida, donde incluso los terremotos submarinos pueden actuar como una "batería" biológica.
Además, para asegurarse de que estas moléculas no procedían de algas, los investigadores localizaron un segundo marcador químico que actuaba como confirmación. Se trataba de un derivado del esterol C31 que constituía una doble prueba irrefutable, tal y como han publicado en ScienceAlert, que descartaba otras fuentes y apuntalaba de forma sólida el origen animal de los compuestos.
Del pasado geológico al presente del laboratorio
Por si fuera poco, la investigación del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) no se detuvo en el análisis de las rocas. El equipo dio un paso más allá para validar su hipótesis de una manera contundente: decidieron recrear el proceso de fosilización que sufrieron esas moléculas durante millones de años bajo tierra.
En este sentido, los científicos simularon en el laboratorio las complejas condiciones geológicas necesarias para la transformación de los esteroles. El resultado fue rotundo: el experimento produjo los mismos derivados químicos que se habían encontrado en los estratos rocosos. Esto sirvió para verificar que su interpretación era la más plausible y que la misma huella molecular encontrada en el pasado podía replicarse en el presente.
Así pues, la conclusión se apoya en una triple evidencia: la química de las rocas, la biología de las esponjas actuales y la validación experimental en el laboratorio. Con estas pruebas sobre la mesa, la balanza se inclina de forma casi definitiva a favor de las esponjas de mar en su histórica disputa con los ctenóforos, y el debate científico parece zanjado.
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