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Llega el polémico libro de Karen Hao: “El imperio de la IA: Sam Altman y su carrera por dominar al mundo”
En su primer libro, la periodista especializada en IA analiza los peligros de una tecnología que ya es imperio

“Se puede ser indiferente a la pena de muerte, no pronunciarse, no decir ni sí ni no, mientras no se ha tenido una guillotina delante de los ojos”, escribió Víctor Hugo en Los Miserables. “Pero cuando se la tiene delante”, añadió, “la sacudida es violenta y es preciso decidir y tomar partido, a favor o en contra”. Esa es la esencia de El imperio de la IA, el primer libro de Karen Hao que, si bien cambia la pena de muerte por el impacto de la inteligencia artificial, nos provee de la misma violenta sacudida. La IA ha entrado en nuestras vidas a tal velocidad que apenas nos ha dado tiempo de reaccionar, la hemos normalizado por pura saturación, por moda y por el entumecimiento moral que provoca la rutina.
Es comprensible que la usemos sin entrar en disquisiciones éticas y sin pronunciarnos ni a favor ni en contra. ¿En contra de qué? Si ni siquiera solemos reparar en sus consecuencias, que van mucho más allá de los derechos de imagen, la extinción de algunos trabajos o su impacto en el medio ambiente. Hao, como periodista especializada en la IA, es la primera que es consciente de esa anestesia social y ha decidido ponernos frente a la guillotina con algo más de 600 páginas que nos obligan a tomar partido, a favor o en contra, con salvedades o tajantemente, pero tras las cuales no hay indiferencia que se sostenga.
A vista de pájaro
Si hay algo que no escasea son las noticias acerca de la IA, pero en la cantidad se esconde una espada de doble filo, porque un titular tapa a otro titular y los relevos son tan vertiginosos que olvidamos un dato en cuanto leemos el siguiente. Las publicaciones científicas también se suceden a tempo prestissimo y es casi imposible estar al día, incluso si nos dedicamos a estas tecnologías. Un libro permite volar sobre los artículos científicos y los periodísticos, capturarlos y conectarlos a través de reflexiones. “El imperio de la IA” ofrece esa vista de pájaro tan necesaria para ubicarnos en el confuso presente que nos ha tocado vivir.
A lo largo de los capítulos, Hao va conectando los datos para llegar a una conclusión que ya anunciaba en el prólogo: la IA generativa se presenta como una revolución benigna, pero, bajo su superficie, depende de cantidades masivas de datos, energía, trabajo invisible y recursos naturales, cuyos costes recaen de forma desigual. La autora bosqueja una distopía social que no es futura, sino presente y, de ella, deriva la analogía con los imperios que, al igual que la industria de la inteligencia artificial, se vertebran en un ansia por extraer y acumular recursos, expandirse y dominar.
Sam Altman y su carrera por dominar el mundo
Pero, aparte de la IA, Hao nos presenta a un segundo protagonista, menos abstracto y, solo quizás, más humano. De hecho, su presencia se hace notar desde la portada del libro donde, tras el título, encontramos una segunda frase “Sam Altman y su carrera por dominar el mundo”. Durante los primeros capítulos, Hao analiza el origen y recorrido de una de las empresas más influyentes en el sector: OpenAI. Altman, Elon Musk y otros nueve emprendedores fundaron OpenAI en 2015. Ya entonces se presentaban como un “anti-imperio” y que, a diferencia de los titanes del sector, como Google, ellos buscaban beneficiar a toda la humanidad. Loable objetivo que, sin embargo, casa regular con sus las agresivas estrategias de posicionamiento público, captación de talento y levantamiento de capital. En los siguientes capítulos, comprenderemos cómo OpenAI pasó de ser una organización sin ánimo de lucro a una corporación de beneficios y cómo empezaron a sugerir las ventajas que tendría centralizar el control de la IA.
Entre los acontecimientos clave, Hao va perfilando la controvertida figura de Altman y lo presenta como un buen conocedor de la psicología, ambicioso y capaz de decir a cada quién lo que quiere escuchar. La periodista califica su proyecto de “casi religioso” y nos presenta una de sus contradicciones más inquietantes, su cambio de parecer acerca de la inteligencia artificial general: una IA capaz de igualarnos en cualquier tarea en lugar de especializarse en unas pocas, como hacen las que tenemos ahora. Altman ha pasado de considerar la inteligencia artificial general un “término ridículo” a adoptarlo para justificar la aceleración y opacidad de la industria. ¿Hasta dónde puede llegar el dinero cuando se viste de conciencia social?
Extracción y colonialismo
El nuevo imperio, como los antiguos, también ha puesto el ojo en el sur global, pero no busca oro ni plata, busca datos. Información en cantidades obscenas para entrenar con ella esos modelos de lenguaje que utilizamos para escribir un correo o resumir un texto de 400 palabras. Y, aunque la información como tal no exista, la forma en que obtienen esos codiciados ceros y unos sí tiene un impacto real. Aquí, en los países más tecnológicos, ponemos muchos reparos a cómo se utilizan nuestros datos. Damos valor a la privacidad porque mantenemos a raya el hambre y generamos un espacio donde pueden existir las preocupaciones individualistas que, en otros lugares, no tienen lugar.
Algunas empresas ofrecen su tecnología en países en vías de desarrollo y, a cambio, acceden a valiosísima información a través de los más pequeños. Estrategias que despliegan en regiones con regulaciones más laxas y habitantes dispuestos a mirar para otro lado a cambio de la promesa de prosperar. Países más vulnerables, en definitiva, menos conectados a la prensa internacional y con menos medios para emprender demandas. Y, aunque estas decisiones persiguieran el bienestar social y, simplemente, estuvieran dispuestas a tragar con “el menor de los males” para alcanzarlo, seguiría sonando a aquello de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Paternalismo para protegernos de una caja de Pandora que ellos mismos han abierto.
El lado bueno
“Si no alcanzamos nosotros la inteligencia artificial general”, dicen, “lo conseguirá China”. Y quien dice el gigante rojo dice la competencia. Cualquier cosa es mejor a que ganen los otros, y eso es cierto desde cualquiera de los bandos. Pero el peligro no es el avance de la IA, son las manos que la sostienen, acelerar su desarrollo a toda costa, los usos que le demos. Hao no propone renunciar a la que, posiblemente, sea la tecnología más poderosa de la humanidad, para bien y para mal. Propone regularla y aprender a usarla como hemos hecho con otros avances. La gran duda es si tal cosa es posible, o si no hay sacudida lo suficientemente violenta para que frenar la guillotina.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La IA está cargada de sesgos, pero incluso así, imperfecta, puede contribuir notablemente a la investigación en nuevos fármacos, el diagnóstico médico y la detección de patrones de ideación suicida a través de las redes sociales. Sus aplicaciones positivas son tan variadas como las negativas. La cuestión no es deshacernos de ella, sino determinar si podemos lograr que aporte más beneficios de los que resta.
REFERENCIAS (MLA):
- Hao, Karen. El imperio de la IA: Sam Altman y su carrera por dominar el mundo. Ediciones Península, 2025.
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