Estudio científico

Pensar con el estómago vacío: en adultos, casi igual; en jóvenes, peor: la ciencia tumba uno de los mitos más difundidos sobre el ayuno

La extendida creencia de que el ayuno nubla la mente de los adultos queda en entredicho por un nuevo estudio, que sí encuentra, sin embargo, diferencias notables en el rendimiento cognitivo de los más jóvenes

Nuevo estudio advierte sobre los riesgos del ayuno intermitente en la salud cardiovascular
Nuevo estudio advierte sobre los riesgos del ayuno intermitente en la salud cardiovascular

Para los más pequeños de la casa, el desayuno no es negociable. Un estudio pormenorizado ha confirmado que saltarse las comidas tiene consecuencias directas en el rendimiento de niños y adolescentes, una etapa crucial del desarrollo en la que una nutrición constante es fundamental. Durante los años de crecimiento, la falta de alimento se traduce en un rendimiento cognitivo mermado, lo que subraya la importancia de empezar el día con la energía necesaria para afrontar las exigencias de la jornada escolar.

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Sin embargo, esta vulnerabilidad no parece aplicarse de la misma forma a los adultos sanos. La vieja idea de que el ayuno provoca una especie de niebla mental que nos impide concentrarnos ha quedado en entredicho. Contra todo pronóstico, un metaanálisis exhaustivo sobre el tema concluye que, en la práctica, no existe una diferencia apreciable en la capacidad intelectual de una persona que ha comido y otra que lleva horas sin ingerir alimentos. Nuestro cerebro, al parecer, tiene recursos de sobra para mantenerse a pleno rendimiento.

De hecho, la clave de esta asombrosa resiliencia se encuentra en un mecanismo de adaptación biológica. Cuando pasan unas doce horas desde la última comida, el organismo cambia su principal fuente de combustible: deja de consumir la glucosa obtenida de los alimentos y empieza a tirar de las cetonas, que se producen a partir de las reservas de grasa. Este cambio metabólico, según informa el medio ScienceAlert, se complementa con otros beneficios asociados al ayuno, como la activación de la autofagia, un valioso proceso de reciclaje y limpieza celular. Este proceso de adaptación metabólica es clave, y se diferencia notablemente de lo que ocurre en el cuerpo al comer proteínas, que se utilizan tanto para energía como para la reparación de tejidos.

Más allá del mito: los factores que realmente importan

Asimismo, la investigación revela detalles que matizan esta conclusión general. Un hallazgo que desafía la lógica es que los periodos de ayuno más prolongados no se correspondieron con peores resultados, sino todo lo contrario: la diferencia de rendimiento respecto a quienes habían comido era aún menor. Lo que sí parece influir de manera determinante es la hora del día. Las pruebas cognitivas arrojaron un peor desempeño por la tarde, sugiriendo que el cansancio acumulado sí pasa factura cuando el cuerpo lleva horas sin recibir combustible. Junto al cansancio acumulado, existen otros elementos que influyen en nuestra capacidad mental, destacando la importante relación entre el ejercicio y la salud mental para mantener un buen rendimiento.

En este sentido, el análisis también desvela la verdadera naturaleza de la distracción por hambre. El cerebro no pierde su capacidad de atención de forma generalizada, sino de un modo muy selectivo. Los participantes en el estudio solo se distraían con más facilidad cuando las tareas que se les presentaban incluían estímulos relacionados con la comida. Esto indica que la mente es capaz de mantener una notable concentración siempre que no se le recuerde, precisamente, aquello que echa en falta.