DANA

Valencia, aterrorizada por una nueva DANA

Efectivos de la UME se desplazan a la presa de Buseo para vigilar de cerca el caudal del pantano ante la alerta de nuevas precipitaciones

Mensaje de alerta de Protección Civil, a 13 de noviembre de 2024, en Catarroja, Valencia, Comunidad Valenciana (España). El pasado 29 de octubre una DANA asoló la provincia de Valencia.
Mensaje de alerta de Protección Civil, a 13 de noviembre de 2024, en Catarroja, Valencia, Comunidad Valenciana (España). El pasado 29 de octubre una DANA asoló la provincia de Valencia. Eduardo ManzanaEuropa Press

La «zona cero» de la devastadora DANA que el pasado 29 de octubre arrasó media provincia de Valencia, revivió ayer momentos de angustia. Si en algún lugar llueve sobre mojado es en los 69 municipios que todavía están muy lejos de recuperar la normalidad. La lluvia volvió a descargar ayer sobre ellos y también sobre otras localidades de una Comunidad, la valenciana, que vive con temor este nuevo episodio de gota fría.

El miedo a nuevas imágenes como las vividas el pasado 29 de octubre hizo que se activaran todos los mecanismos de emergencias. Dispositivos de la UME se desplazaron a la presa de Buseo, cercana a la localidad de Sot de Chera, para vigilar «in situ» el caudal del pantano. «No nos podemos quedar a ciegas si aumentan las precipitaciones», explicó la vicepresidenta del Consell, Susana Camarero, quien aseguró que durante los últimos días el nivel de la presa ha descendido, por lo que en estos momentos «no tiene un peligro», salvo que «vuelva a haber lluvias torrenciales o que puedan ocurrir fenómenos que no se están producido».

Siguiendo las previsiones, hasta 40 municipios habían anunciado el martes la suspensión de las clases, una cancelación que se repitió ayer. Ciudades como Valencia volvían a confirmar que los colegios permanecerían cerrados. Toda precaución ahora es poca.

En esta decisión no solo pesa la experiencia del 29 de octubre, sino también que la movilidad entre la ciudad y el área metropolitana dista mucho de ser la normal. La red de metro todavía no está reparada y tampoco todas las vías de entrada por la zona sur.

A los factores estructurales se suman los emocionales. «Hay terror», confesaba ayer un vecino de Catarroja. «La tarde del martes la gente comenzó a correr por las calles porque se dijo que se había corrido la voz de que había alerta roja».

Los adjetivos para describir cómo reciben en esta localidad la alerta por DANA se repiten constantemente. Hay inquietud, pánico, miedo y mucha incertidumbre. Porque nadie sabe cómo pueden afectar estas lluvias a un terreno que sigue embarrado, a unos garajes que todavía siguen con agua y a unas viviendas que todavía no han sido reparadas. Desde la mañana la población se autoconfinó porque, además, asegura que no hay unas pautas claras de lo que se debe hacer o no.

La ausencia de voluntarios- las indicaciones de la Generalitat valenciana en prevención a la DANA incluía expresamente que ellos tampoco realizasen ayer desplazamientos- contribuía a que el paisaje fuese todavía más desolador. «Los seguimos necesitando, por favor, que no dejen de venir», pedía este vecino insistentemente.

Con la vista puesta en los alcantarillados, muchos de ellos colapsados por el lodo vertido durante todos estos días de limpieza, los vecinos de estos municipios no se movieron ayer de sus hogares, la mayoría todavía con la marca de la tragedia del pasado 29 de octubre. Imposible recuperar nada que se acerque a la normalidad, cuando las calles siguen llenas de lodo, los garajes inundados y los niños sin colegio.

Amparo, una vecina de Picanya, era una de las personas que ayer vivía con angustia la nueva alerta por lluvias. Sus hijas podrían haber sido trasladadas esta semana a un centro escolar de una localidad vecina, pero el miedo a las nuevas precipitaciones y el desolador panorama al que tienen que enfrentarse las pequeñas, hicieron que finalmente permanecieran en casa con la esperanza de que la próxima semana los centros escolares de Picanya, convertidos durante estos días en punto de reparto de alimentos, puedan reabrir sus puertas.

El panorama en la localidad es todavía desolador. Amparo no puede evitar que se le escapen las lágrimas al ser preguntada por la imagen que a día de hoy ofrece el municipio, que cuenta solo con un puente de comunicación con Valencia. El resto fueron arrastrados por la riada del día 29.

Dos semanas después de la DANA, muchos de los afectados por la tragedia no pueden ya acceder a sus bajos inundados por la emisión de gases producida por el lodo acumulado durante tantos días. «El otro día bajó un vecino y tuvo que salirse enseguida porque se mareó», cuenta Amparo.

Ella vive en una de las fincas más grandes del municipio, su garaje cuenta con tres plantas, y una de ellas sigue inundada. «Los técnicos que han venido a revisar el edificio ya nos han dicho que, aunque la estructura no está dañada, la vida útil del inmueble se va a reducir». Son las consecuencias del agua y el lodo acumulados durante tantos días. Otra de ellas es la emisión de gases que produce el barro y que está dificultando las tareas de limpieza de estas casas.

Una de sus principales quejas sigue siendo la falta de ayuda y de efectivos en las tareas de limpieza y reconstrucción de unas localidades que, a día de hoy, siguen destruidas. Amparo y sus vecinos han vaciado el enorme garaje de su finca con bombas compradas por particulares, incluso por voluntarios. Los tres ascensores están estropeados y el gasto de la reparación se eleva día a día. «Con las ayudas del Gobierno no tenemos ni para empezar», lamenta.

«Aún quedan seis coches encerrados en el garaje, los otros los hemos ido sacando y se han llevado al ‘cementerio de coches’», como ha sido rebautizado un solar del pueblo que hasta hace poco iba a ser una zona residencial. Allí se acumulan los vehículos que se van sacando de los garajes o retirados de las calles. El Ayuntamiento dispone de 40 Kärcher para todos los vecinos que, lógicamente, son insufientes.

En Picanya, quince días después de la DANA, los colegios no están todavía en funcionamiento, y el centro de salud, que sufrió graves desperfectos, se ha trasladado a la residencia Sol y Mar del municipio. «Por lo menos tenemos asistencia sanitaria», celebra esta vecina, quien además ya ha tenido que hacer uso de ella ya que una de sus hijas se puso enferma hace unos días.

Al menos, desde esta semana, los vecinos de este municipio cuentan con un autobús lanzadera que les comunica con Valencia. Aunque los primeros días el funcionamiento era lento por la falta de vehículos y los retrasos de los conductores que se extraviaban ya que son de Madrid, ahora era el servicio ya es mejor, asegura esta vecina. Amparo insiste en que «falta maquinaria y efectivos». «Entiendo que es una cuestión de prioridades, veo a los militares sucios de barro, imagino que estarán haciendo otras cosas, pero las viviendas de los vecinos son muy importantes», señala.

No muy distinta es la situación en la localidad de Aldaia, aunque allí solo disponen de un solo supermercado, y no tienen centro de salud. Pedro, un vecino del municipio, relata una historia parecida a la de Amparo. Tras pasar días intentando vaciar un parking de dos plantas con bombas adquiridas por los propios vecinos, y hacer uso de un camión de extracción contratado por ellos también, han pasado días sacando lodo con cubos, una vez más, solo con la ayuda de los voluntarios.

Muchas de las puertas de los trasteros no se abrían, y han tenido que ser reventadas, literalmente. Dentro, objetos que hasta hace poco tenían sentido, y que ahora descansan amontonados en mitad de la calle, bajo la lluvia, a la espera de que puedan ser retirados. Ahora toca solucionar todos los trámites surgidos a raíz de la catástrofe. El seguro del coche, la contratación de la grúa, la reparación de los daños... Todo ello, mientras la vida sigue y ellos deben ir a trabajar, haciendo frente a la titánica misión de, literalmente, reconstruir sus vidas cubiertas de barro.